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Vacaciones

Manejar descalzo

El conductor veraniego se sienta al volante y patea las ojotas porque son incómodas para manejar, pisa los pedales con arena, y sale marcha atrás sin mirar demasiado porque calcula que en general no hay nadie.

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El conductor veraniego se sienta al volante y patea las ojotas porque son incómodas para manejar, pisa los pedales con arena, y sale marcha atrás sin mirar demasiado porque calcula que en general no hay nadie aunque la playa, las instalaciones, las cañerías y el abastecimiento local estén colapsados de prójimos turistas. No se pone el cinturón de seguridad porque le parece que es más para la ruta, la ciudad y el asfalto, y no tanto para el arenal sin señalizar de las calles de su balneario favorito, donde él pasó varios veranos y es un poco dueño y protagonista del movimiento continuo. La brisa del mar le despeina la conciencia al volante, un volante que agarra apenas porque el auto quedó estacionado al rayo del sol. Está de vacaciones de todo: del trabajo, de los trámites, los semáforos y cualquier norma de tránsito, y acelera, frena menos en las esquinas, juega a derrapar como antaño en las curvas arenosas. La ciudad balnearia es un gran campo de juego donde puede relajarse, un gran autódromo donde hace lo que no puede hacer durante el año, y así maneja, atravesando el aire cargado de un zumbido erótico, una energía hormonal exacerbada pero mal descargada en una diagonal de alcohol y demostraciones de primate veloz ante los grupitos de chicas que hacen dedo para volver de la playa y prepararse para la noche y las largas procesiones por el medio de la calle hacia los boliches bailables. El conductor veraniego las mira pasar nomás, las esquiva y esquiva a otros conductores expertos igual de relajados, y a otros que manejan por primera vez porque a los padres les pareció que era un buen momento para aprender a esquivar niños en cuatriciclo... Todos metidos en la gran escuela de prepotencia veraniega.