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Máquinas asesinas

Hace una semana escribí que la misma prensa que publica estas condenas al crimen motorizado, destina más espacio a celebrar las exageradas prestaciones y los falsos deportes asociados a ellas que en dar cuenta de todos los deportes naturales y amateurs tomados en conjunto.

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Hace una semana escribí que la misma prensa que publica estas condenas al crimen motorizado, destina más espacio a celebrar las exageradas prestaciones y los falsos deportes asociados a ellas que en dar cuenta de todos los deportes naturales y amateurs tomados en conjunto. Me gustan las columnas claras, bien argumentadas y redondas como las mi copágine Kohan, pero como esta vez se trata de un tema escabroso, adoptaré un estilo escarpado. Cualquiera que planee suicidarse, puede ir la química del barrio y comprar cianuro o estricnina sin receta. Son sustancias que producen muertes penosas. En cambio, quien prefiera comprarse un .38 largo, pero de cañón corto, como los de los detectives del biógrafo, o los que busquen traer de Brasil un Taurus .357 Magnun, o una sub Ingram Mac10 calibre .45 capaz de evacuar veinte balas por segundo, tendrá que poseer el famoso CLU, la credencial de legítimo usuario de armas, lo que requiere tener amigos en la Presidencia o, en su defecto, probar su destreza y someterse a un riguroso examen psicofísico y a otro de antecedentes penales y ocupacionales. En cambio, el que quiera y pueda matarse y/o amenazar la vida de medio mundo con los 2200 kilos de un BMW M6, que con sus 5000 cc. distribuidos en diez cilindros permite pasear a 250 kilómetros horarios por la Lugones o por Leandro N. Alem, sólo necesita tener el registro de conductor que sin mayores dificultades expenden cientos de municipios del federal país. Estos beémes comparten con el Porsche Carrera y los Mercedes SLK la preferencia de los mismos políticos seniles, futbolistas estrella y boxeadores exitosos que frecuentan las páginas policiales por escándalos de alcohol o drogas o por otras formas del salvajismo y de la inmadurez neocapitalista. Pero el neocapitalismo, que no puede prescindir de ellos, tampoco puede prescindir de las automotrices y del festín de sangre que éstas han elegido como argumento final para promover sus ventas. De lo contrario, estas sociedades ya habrían implementado la licencias de conductor con puntaje, las licencias especiales para vehículos de mayor peso y cilindrada, las velocidades máximas en autopista de 110 kilómetros horarios, el regulador de velocidad para transportes públicos y particulares, la prohibición lisa y llana de la moda del tuning, el impuesto anual progresivo en función de la relación peso-potencia-carga de pasajeros y la supresión del apoyo y la colaboración del Estado en la realización de eventos deportivos que propagandizan el empleo suicida y homicida del automóvil. Es mi útima intervención sobre el tema auto. En el futuro escribiré sobre el autoerotismo, tema que siempre traigo entre manos.