COLUMNISTAS
Bianchi, RamOn DIaz, Migliore y el periodismo moderno

Mejor hablemos de Lauro

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Aquel asunto de que los deportistas valen infinitamente más por lo que hacen que por lo que solemos intentar hacerles decir los periodistas no se detuvo con la partida de Guardiola de la Argentina. Muy por el contrario, los minutos, las horas y los días posteriores dejaron bien claro que, para muchos de nosotros, el juego o el deporte son elementos accesorios de la palabra, el verso, la mentira, el grito, la humorada o la difamación. Aun los medios más confiables dedican más espacio y titulares más destacados a lo periférico y al no juego que al deporte, presunta materia de razón de su propia existencia.
Es sumamente tentador viajar en el tiempo una semana atrás: el impresentable Boca-River del último domingo fue una cachetada en el rostro del deporte; los noventa y pico de minutos de supuesto partido no sólo merecieron mucha menos evaluación que las habilidades orales de los protagonistas, sino que terminaron siendo el adorno feo y oscuro del verdadero espectáculo. ¿O acaso no se dieron cuenta de que en la Bombonera se convocó a 50 mil personas a atestiguar la fiesta de cincuenta imbéciles, cuyos doce minutos de impune y sospechosa celebración tuvo al partido como adorno estéril y ordinario como gato chino, de esos que mueven el bracito de arriba hacia abajo?
Casi una semana más tarde, seguíamos en cosas parecidas. El Pelado Díaz seguía hablando de chupetines y Bianchi seguía explicando una evolución boquense que no se compensa con resultados sólo por mala suerte o errores arbitrales. Esas mal llamadas conferencias de prensa tienden a condenar a los periodistas asistentes. Algunos bien lo merecen. Otros no tienen más remedio que amoldarse a dos realidades inocultables. Por un lado, el conferencista –más aún aquellos cuya habilidad dialéctica parece superior a la que realmente disponen porque son referentes históricamente exitosos en la dirección técnica– cuenta a su favor con la cuasi imposibilidad de la repregunta. Por el otro, cualquier pregunta frontal, por futbolera que sea, queda expuesta a un “felicidades” o “chau, muchachos” por parte del entrenador y a una mirada feroz, sino a un agravio, por parte de otros cronistas que están allá para que el diálogo de sordos dure lo más posible, aunque nadie diga nada.
Tal vez por eso aún no sabemos si Ramón consideró un error haber sacado tan pronto a Iturbe o si Carlos realmente cree que la peor racha sin triunfos de la historia boquense en torneos locales no merece una evaluación un poco más profunda que la de rechazar para adelante a dividir pelotas como suelen hacer sus defensores.
De estos temas trata la prensa de estas horas. Y de Migliore. Es decir, trata de gente de fútbol, pero no trata de fútbol. La única vinculación que el episodio penal del arquero podría tener con el deporte sería que, finalmente, se consiguiese dejar a la intemperie el siniestro entramado de futbolistas, dirigentes, entrenadores y demás con los barras bravas. Por lo demás, el jueves de eterna guardia de decenas de móviles en Tribunales fue una auténtica muestra ya no de no-fútbol, sino de no-periodismo.
El viernes todo se vio más nítido. Mientras Bianchi explicaba que su equipo juega un fútbol que nadie ve que realmente juegue y Migliore acaparaba hasta las condolencias sollozantes de gente volcada a los medios, un muchacho grandote, de Trenque Lauquen, hacía historia para el deporte argentino.
Por una idiosincrasia con la que yo mismo coincido, nadie podría esperar que una actuación de Germán Lauro esté por encima en el interés de un partido importante de fútbol, de un gol de Messi, de un caño de Riquelme o de un clásico definido con un penal sobre la hora. Pero que su enorme actuación en Doha no haya merecido más que un espacio menor en el sótano de los portales de internet –aun de los más prestigiosos y presuntamente criteriosos– es una afrenta al periodismo mucho más que al atleta.
¿Qué logró Lauro?
A la consistencia de sus marcas por encima de los veinte metros en el lanzamiento de bala sumó su condición de finalista olímpico y mundial. Por eso fue invitado a participar de la Diamond League, el circuito anual más importante del atletismo en el cual, en más o menos etapas, participan los mejores atletas de cada disciplina. Ese circuito comenzó anteayer en Doha. Nueve atletas se inscribieron en su especialidad. Germán no sólo se convirtió en el primer argentino en competir en una prueba de este certamen de súper elite, sino que mejoró su marca personal hasta batir el récord sudamericano, con 21m26. Esa marca le permitió, además, terminar segundo en la prueba. Histórico. Más aún cuando, detrás de él quedaron Thomas Majewski, un polaco de 2m04 ganador de los dos últimos Juegos Olímpicos, y Reese Hoffa, un norteamericano cuatridimensional, campeón mundial bajo techo y al aire libre.
Fue una actuación muy difícil de ubicar en la historia de nuestro deporte, ya no del atletismo. Tanto como que cuesta imaginar que Germán pueda repetir algo semejante. No porque no lo merezca ni tenga aptitudes para ello, sino porque pegó el golpe en el momento justo: es la primera gran prueba de la temporada, y la mayoría de las grandes figuras del atletismo prepara el año con el gran objetivo de agosto: el Mundial de Moscú.
De todos modos, Hoffa estuvo allí, Majewski estuvo allí, Sidorov estuvo allí. Y el que se llevó la medalla plateada fue Germán. Lauro no es un personaje mediático. Justamente lo opuesto al mensaje del cual venimos hablando. Tal vez, si en este momento de gloria hubiera denostado a algún colega, como hizo Narváez con Martínez, habría logrado titulares más destacados. Por el contrario, Lauro explicó que estaba muy contento con su actuación, pero que había que tomar el tema con calma. “Es el comienzo de la temporada, y varios rivales suelen lanzar más que yo, o están calentando motores o no vinieron a Qatar”. Lejos del presunto hábil declarante –léase, vendedor de humo–, Lauro pone las cosas en su lugar sin bajar ni un poquito su ambición de seguir creciendo. Por cierto, su marca de 21m26 le hubiera bastado para ser quinto en el último mundial de Daegu, tercero en los Juegos Olímpicos de Londres y segundo en los de Beijing. Bien podría haberse aferrado a estos datos para potenciar su momento. Al fin y al cabo, son números reales y concretos, y no presunciones o subjetividades. No es su estilo.
Al día siguiente de su conquista, Lauro seguía ocupando espacios secundarios en las secciones deportivas de los diarios y en los escuálidos huecos no futboleros de las radios. A esta hora para la tele lo único que importaba era mostrar cómo va llegando la gente al Bajo Flores, especulando con la posibilidad de que el entrañable coro de ángeles de ambas barras bravas se unan en homenaje al arquero caído en desgracia.
En todo caso, sólo se trata de estar a tono con los tiempos.
Solemos quejarnos porque la clase dirigente ignora supinamente a los deportistas olímpicos hasta que, llegado el caso, se terminan colgando de sus medallas. Y si les va mal, se preguntan –no siempre en voz baja– qué hicieron durante los cuatro años del ciclo olímpico, ignorando entre otras cosas que un ciclo olímpico no basta para gestar un campeón. Por suerte, los periodistas no hemos dejado sola a esa clase dirigente. Por el contrario, en la patética elección de prioridades informativas, vamos dejando bien claro que nos parecemos demasiado