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DEMOCRACIA

Mejor olvidarse de las encuestas

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Con el Iluminismo, la concepción totalitaria del poder basada en la religión entró en crisis en Occidente. El mito de que Dios gobernaba el mundo a través de personas o familias “escogidas” se desvaneció. Las ideologías reemplazaron a la teología como conjuntos de ideas, supersticiones, creencias y ritos que identificaban a los grupos en pugna por el poder. Al frente de estas religiones cívicas, aparecieron líderes dueños de una verdad que tenía distintos orígenes. 

En el siglo XX fue el apogeo de los enfrentamientos ideológicos y de los “iluminados” que los conducían. Lenin invocó el pensamiento de Marx y lo puso en el centro del debate ideológico, ritual que Stalin mantuvo y difundió a nivel mundial.

Hasta hace poco, muchos encontraban la verdad interpretando a Marx, guiados por Althusser y otros autores que nos enseñaron cómo “leer El capital”. Mao Tse Tung sintetizó el saber de la humanidad en un pequeño libro rojo. Hitler sistematizó un conjunto demencial de mitos racistas. Francisco Franco tuvo su propio acceso a la verdad absoluta, gracias a la mano momificada de Santa Teresa de Jesús que lo iluminaba permanentemente desde el velador de su dormitorio. Muamar el Gadafi hizo su propia síntesis de la sabiduría con El Libro Verde, destinado a guiar la revolución mundial hasta su triunfo definitivo. Todos estos dictadores, dueños de principios teóricos que nunca contrastaron con la realidad, dejaron en los países que gobernaron una estela de millones de muertos, miseria y violaciones a los derechos humanos. Felizmente quedan ya pocos genios capaces de hundir a sus países con sus visiones místicas, como  Robert Mugabe o Nicolás Maduro.

Algunos intelectuales latinoamericanos temen la opinión de la gente común y aconsejan a los candidatos no dejarse llevar por las encuestas porque hay que hacer “lo que hay que hacer”.

Hoy no se puede imponer políticas a espaldas de la gente, es inevitable el diálogo con amplios grupos para acordar políticas y desarrollar a los países. En los últimos años, presidentes que quisieron imponer paquetes impopulares aconsejados por tecnócratas terminaron destituidos y exiliados. Los presidentes modernos saben que no gobiernan países con masas obedientes, sino con ciudadanos que quieren opinar y por eso necesitan averiguar sus puntos de vista a través de encuestas.

La ciencia se ha impuesto sobre la intuición y la magia. Si alguien va a un cirujano y le dice “opéreme de inmediato, actúe de acuerdo a sus convicciones, no se deje guiar por exámenes, radiografías y otros datos intrascendentes”, termina en el Borda y no en el quirófano.

Desde que hay más información, las personas con sentido común y los intelectuales de los países democráticos dejaron de creer en una vanguardia que encabeza al “pueblo” en la lucha por causas heroicas. Lo que hay son grupos con distintos intereses, mitos y percepciones de la realidad, que se organizan en partidos o agrupaciones para disputar el poder. La democracia es un sistema que resuelve ese conflicto dentro de reglas civilizadas, que permitan que gobierne la mayoría, se respete a las minorías y todos tengan la oportunidad de alternarse en el poder.

En todo el continente, las encuestas detectan un desengaño creciente con la política, los políticos y los viejos liderazgos. En México, Brasil, Argentina, Ecuador y Guatemala, entre el 70% y el 80% de los electores dice que está cansado de la situación y que quiere un cambio radical.

Menos del 30% dice que tiene mucho interés en la política, y en la mayoría de los países no suman el 20% quienes quieren un presidente de izquierda o de derecha; para los demás el tema es irrelevante.

Necesitamos pensar y diseñar una democracia inclusiva, que respete los gustos y puntos de vista de mucha gente que participa de manera activa en la sociedad, y tiene todo el derecho de hacerlo, aunque le guste Tinelli y no tenga interés en ir al Colón.

*Profesor de la George Washington University.