COLUMNISTAS
PANORAMA ECONMICO

Meseta a la vista

Las medidas de contención y los desafíos del Gobierno en materia económica.

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El exitismo es el peor de los consejeros pero también el momento más difícil para tomar decisiones impopulares. Los futbolistas optan a veces por seguir recorriendo canchas exóticas pero rentables antes que colgar los botines. Galtieri tuvo en sus manos un acuerdo factible con Gran Bretaña durante la Guerra de Malvinas y prefirió devolver el golpe del crucero General Belgrano, hundir al Sheffield y perder la guerra. Cavallo y luego Menem pudieron haber salido de la convertibilidad cuando podían manejar la transición y no cuando la olla a presión explotó por los aires.
Es que cambiar el rumbo es siempre una decisión difícil hoy, pero luego resulta ser la mejor en determinadas circunstancias. Con una economía que creció 40% desde el “valle” de 2002, hablar de crisis venideras o elegir caminos diferentes a los tomados hasta acá suele resultar más que antipático para el Gobierno. De hecho, el Presidente y hasta su ministra de Economía se han encargado de descalificar a todo aquel que haya osado mencionar la posibilidad de que la economía enfrente turbulencias.
Aun hoy, con carteles en las estaciones de servicio anunciando la escasez de gasoil, la administración K niega enfáticamente una crisis. Sin embargo, los empresarios, tan sumisos cuando se trata de dar el presente en algún acto en donde esté el Presidente o algún ministro importante, ya prendieron las luces amarillas. Y eso que, hoy por hoy, elevar voces de advertencia no es un gesto común. La acción de los grupos de choque del ahora funcionario D’Elía contra la insumisa Shell en su momento y las iras presidenciales en la cabeza de Alfredo Coto, más tarde, obran como un poderoso disuasivo en cualquier conversación medianamente privada entre dos empresarios en el campo de tiro del Gobierno.
En eso, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, avanzó varios casilleros en el organigrama K. Es el encargado de que los precios no desemboquen en una inflación mayor al 10%, con lo cual tiene carta blanca para “acordar” negociaciones con los empresarios y, recientemente, “invitar” a los bancos a apoyar la iniciativa oficial de casa para todos, aun con las inmensas lagunas de compatibilizar fondeo a 30 años con depósitos a 30 días, tener una cuota proporcionalmente baja de sueldos también bajos para comprar propiedades en alza.
Los números dirán si son los agoreros de esta alquimia o los impulsores de la iniciativa los que tienen razón. El resto, Saadi dixit, será pura cháchara.
La realidad también embretó la discusión retórica de la crisis energética. Cuando un transportista o un contratista agrícola no puede poner en marcha su maquinaria (aun sobreprecios mediante) por falta de combustible, no hay mucho espacio para consignas.
Haber congelado los precios de la energía cuando en el mundo el petróleo subió tres veces desde la Guerra de Irak, y ni siquiera la devaluación impactó de lleno en los valores locales, tiene sus costos. Es cierto que la actividad económica creció como pocas veces en el pasado, elevó la tasa de empleo y mejoró otros indicadores sociales. Pero una planta a pleno consume mucha energía (la de Acindar en Villa Constitución, en épocas de auge, consumía más que toda Rosario) y el transporte, elástico con respecto al ingreso, también visita las estaciones de servicio.
¿Podremos decir que la probabilidad de desaceleración de la economía es por estrangulamiento de la oferta? Si es así, habrá encontrado su “techo” natural, y todo incremento, de ahora en más, será gracias a nuevas inversiones. En ese esquema, dicho indicador será vital para seguir bajando la tasa de desempleo, clavada en el 10% pero con los planes sociales como “ocupados”.   
Los próximos desafíos del Gobierno se concentran en tres áreas sensibles:

1. Revisar tarifas y precios controlados: según datos de FIEL, las tarifas telefónicas en la Argentina son casi la tercera parte del promedio mundial en dólares para el segmento residencial y la mitad para el comercial. En combustibles, son las más bajas de la región.
2. El impacto de los reajustes en salarios públicos y gastos sociales: consumirán el superávit primario.
3. El impacto negativo de los Tesoros provinciales sobre el nacional: no cuentan el financiamiento de las retenciones y del impuesto al cheque.
Tocar cualquiera de estos aspectos tendrá su incidencia sobre la tasa de crecimiento futura (hoy proyectada al 7,5% anual), la tasa de inflación o la del desempleo. Pero no hacerlo quizás terminará por movilizar a funcionarios y recursos para tapar brechas de agua.