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Mini Davos: ¿sirvió o fue humo?

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APUESTA. Macri presentó la imagen de un “país maduro”. | Nestor Grassi
Ni el viento extraordinario del martes, incesante hasta el miércoles, desalentó a CEOs internacionales y locales, referentes del sector privado y público, economistas, expertos, líderes de opinión y funcionarios que, durante tres días, se reunieron en el primer foro internacional de negocios que se organiza en nuestro país.

Ese auditorio extraordinario interpeló a los panelistas del davosito sobre las inquietudes que genera el rompecabezas argentino. Cremalleras se denominan las piezas con formas sobresalientes que, difíciles de encajar, son las que determinan el armado de un puzzle. Luego de la maratónica cumbre, los asistentes identificaron al déficit fiscal, la inflación y la presión tributaria, como las cremalleras de la economía local en un juego que requiere de gran destreza para su ejecución.

Sin lugar a dudas, la reunión fue clave para el Gobierno que sigue sumando puntos en lo que hace a la dimensión probablemente más exitosa de sus políticas: el reposicionamiento de la Argentina en el mundo. Ante un público selecto, se reafirmó que el objetivo prioritario sigue siendo el de conseguir inversiones que permitan transitar la senda del crecimiento.

En Argentina, poner énfasis en las inversiones es consistente con la necesidad de dinamizar la actividad por una simple razón: hoy la tasa de inversión de nuestro país es muy baja y sin un aumento significativo –de como mínimo cuatro o cinco puntos porcentuales del PBI– será difícil reanimar la economía.

Estamos hablando de que en los próximos años se requerirá que las inversiones alcancen el 19% del PBI, superando los US$ 131 mil millones anuales para lograr un crecimiento sostenido. Una cifra que es significativa si consideramos que de 2008 a 2016, las inversiones promediaron US$ 82.700 millones anuales, lo que representó sólo el 16,4% del PBI.
Es verdad que la cumbre fue imponente; que las giras internacionales generan respaldo de líderes mundiales, y que el próximo arribo de la misión del FMI, luego de una ausencia de diez años, son hitos que hasta hace un año eran impensados. Es un aporte sustancial que legitima un cambio de modelo que pasó de la discrecionalidad al establecimiento de reglas claras. Pero es cierto también que no generarán una inmediata “lluvia de dólares”.

Es verdad que al Gobierno le está resultando bastante trabajoso implementar su agenda de política económica. Lejos van quedando los días en que podía mostrar éxitos rotundos e impactantes como fueron la eliminación del cepo o el cierre de la negociación con los holdouts. Por supuesto, lo ocurrido con las tarifas energéticas es el ejemplo paradigmático de lo dificultoso que hoy resulta llevar adelante la agenda de políticas porque las autoridades no sólo deben lidiar con un Congreso poblado de opositores sino que el Poder Judicial parece estar decidido a aportar lo suyo.  
Cuando se analizan las últimas medidas –como la reparación a los jubilados, la revisión de la actualización tarifaria– es importante considerar que no se está perdiendo el rumbo sino que los obstáculos son enormes y el contexto es incierto. Pero lo que el Ejecutivo tiene a favor es que puede explicar cada medida que toma porque utiliza criterios de racionalidad que evalúan no sólo la economía sino también, la política.

Un punto central que a veces se pierde de vista es que a la nueva gestión le tocó una tarea formidable. Debe al mismo tiempo hacer dos cosas que ya son difíciles de hacer por separado: estabilizar la macroeconomía y realizar un cambio de régimen macroeconómico. Hay que estabilizar la macro porque la inflación aún es alta y hubo un shock externo negativo, fundamentalmente, por la caída de las exportaciones a Brasil. Hay que realizar un cambio de régimen económico porque hay que desarticular y refundar una buena parte del marco institucional de la economía. El cepo fue sólo un primer paso. Hay que instaurar un nuevo régimen monetario, hay que reformar la estructura tributaria, había que reinsertarse en los mercados de capital internacionales y hay que reformar las reglas de comercio exterior. Y hay que hacer todo eso minimizando los efectos porque casi 30% de la población es pobre.

Y digámoslo, las autoridades se van a seguir equivocando y dando la impresión de perder el rumbo porque la teoría de cómo hacer un cambio de régimen y estabilizar una economía al mismo tiempo está por escribirse. Puede hacer las cosas bien o desviar el Norte, pero no hay manual. Lo que sí se sabe es que al gradualismo le ha ido mejor que a la terapia de shock. El Gobierno ha pecado de optimismo e incurrió en dos errores importantes. El primero fue no haber hecho al principio un balance de los graves problemas que le dejaron. El segundo, creer que con un gran equipo y buena gestión, los inversores se iban a agolpar en la puerta. Esto no ocurre así.

En nuestro país hay demasiadas tareas a realizar de manera simultánea: seguir bajando la inflación, aumentar el empleo, reducir la pobreza y modernizar la infraestructura y la logística. Cuando hay muchos objetivos simultáneos, se deben conseguir los recursos para lograrlos y ése es el desafío radical. La inversión es la pieza clave del rompecabezas y todas las jugadas, como el Foro de esta semana, definen el éxito de la estrategia.  

*Director de Abeceb, ex secretario de Industria, Comercio y Minería de la Nación.