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Mire atrás al bajar

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La sociedad es un escenario de operaciones en el que se despliega una secuencia de opciones de ocurrencia. Entre todo lo disponible para que ocurra, algunas cosas tienen más chances que otras. Podría suceder que todos los automovilistas en Argentina respeten, de un día para el otro, las velocidades máximas y el cartel de “pare”, pero eso es muy poco probable que ocurra.

El cartel de “pare” supone un riesgo en sentido inverso para quien lo respete. Si un conductor con tráfico detrás de él decide detenerse para respetar la indicación, estará en serio riesgo de generar un choque con quienes lo persiguen. Nadie espera que esa señal se respete, de modo que una detención produciría sorpresa y enojo de estos acechadores con posibles bocinas y gestos descontrolados. La práctica social posee un poder descomunal y no siempre coincide con la indicación de una ley.

Hasta hace algunos años, en la puerta trasera de los colectivos estaba registrada la frase “mire atrás al bajar”. La frase es escalofriante; asume que ese medio de transporte tiene la licencia para dejar bajar a sus pasajeros en cualquier lugar de la avenida o calle. El “mire atrás…” era para advertir del riesgo de ser atropellados por un auto o colectivo que pasara por esa puerta.

Los nuevos GPS no sólo indican el momento para girar, sino que la voz femenina anuncia que “radar vigila”. El automovilista sabe que debe respetar por esa cuadrita la máxima que conoce, para luego volver a acelerar como corresponde y perseguir otros autos. Ese servicio de GPS se comercializa porque hay un mercado que lo necesita.

En la Ruta 2 hay camionetas azules de Vialidad Nacional circulando, que los automovilistas sobrepasan con cuidado para también luego subir la velocidad de sus superautos por encima de los 120 km por hora y hacer luces bien pegados al de adelante para que se corra y no moleste con su respeto a la máxima velocidad. No queda claro por qué motivo los que están dentro de esas camionetas no sospechan que el alejamiento hasta la desaparición en el horizonte de ese auto obedece a una velocidad infernalmente superior a la que ellos deberían controlar.

Otro acto de enorme riesgo es detenerse para dejar cruzar a un peatón, cuya prioridad de paso también está establecida por ley. Para el que viene detrás, esa detención es inexplicable y riesgosa; deberá frenar de repente y se enojará con el que respetó esa ley. Si el ancho de la calle lo permite, se podrá adelantar por la izquierda o derecha, aunque poniendo en riesgo el cruce del peatón, permitiéndole a ese conductor indignado liberarse para poder ejecutar su práctica social con libertad.
La interpretación de estas acciones como acciones racionales que implican decisiones no es acertada y no logra dar cuenta del fenómeno sociológico. No se decide, en el sentido de una evaluación pensada reflexivamente entre costos y beneficios, respetar o no respetar la ley. Aquel que ejecuta una acción se siente por lo general enormemente influenciado por el contexto; por ejemplo, la presión del tráfico y sobre todo la costumbre generalizada.

El modo en que el sujeto argentino se sumerge en su vida cotidiana a las prácticas sociales tiene reglas precisas y claramente aprendidas. El peatón sabe perfectamente que debe esperar que el auto pase para poder cruzar y sólo deberá respetar esa regla en el examen de manejo. La sociedad argentina no es un caos, es una red bastante precisa de prácticas y reglas sociales no
escritas, en la que todos hemos sido socializados.
Este verano se llenará la costa de miles de nuevos patrulleros para este escenario de operaciones que es la sociedad argentina. Cuando los vean, moverán velozmente su cuerpo para colocar el cinturón o arrojar al espacio más oscuro ese celular en uso y evitar que ese policía bonaerense sin cinturón de seguridad les haga una multa. Serán tantos que la gente que va de vacaciones no tendrá paz.

Los traspasos riesgosos en la ruta no los permite la ley, pero sí la práctica social argentina, que impulsa a sus propios ejecutantes a morir en
vacaciones.

*Sociólogo. Director de Ipsos Mora y Araujo.