COLUMNISTAS

Momentos de iluminación

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Como todos los años, cierto atavismo inexplicable me llevó a ver la película ganadora del Oscar. Suelo salir decepcionado de la experiencia, pero esta vez me sorprendió que Spotlight (En primera plana) fuera tan chata, tan irrelevante, tan parecida a un telefilm rutinario. Se dice que los productos para la televisión superan hoy a las películas propiamente dichas (no tengo modo de saberlo), pero creo que Spotlight deriva de lo que se estrena en la tele. Tal vez haya que remontarse a Marty (Delbert Mann, 1956) para encontrar un Oscar tan soso, tan previsible, tan poco cinematográfico, tan políticamente correcto. Hay que recordar que hace dos años ganó Doce años de esclavitud, otra película de indestructible consenso ideológico, pero que disimulaba su falta de riesgos mediante vistosas escenas de tortura y muerte. En Spotlight, por suerte, no se ven los abusos a los niños, ya que los protagonistas no son los curas pedófilos de Boston sino el equipo de periodistas que los investigan.
Sobre periodistas y noticias escondidas en lo más oscuro del poder hay una película clásica, Todos los hombres del presidente (Pakula, 1976) y una película buena, El informante (Michael Mann, 1999). En la primera aparece el misterioso Garganta Profunda, el funcionario que se reúne con Redford y Hoffman en la oscuridad de un estacionamiento y les va indicando de qué hilo hay que tirar para incriminar a Nixon. En Spotlight hay un personaje equivalente, que nunca aparece en escena (sólo habla por teléfono) y revela la verdad de un modo opuesto: no apunta a los detalles sino a exponer el asunto en toda su generalidad. Su nombre en la película (y en la vida real) es Richard Sipe, ex cura, sociólogo, estudioso de la sexualidad en la Iglesia, quien se encarga de explicarles a los reporteros que la pedofilia no es un conjunto de hechos aislados sino un sistema y que alcanza al 6% de los curas. De allí se deduce que en Boston no hay un par de manzanas podridas, sino muchas más y que si un fenómeno tan amplio no salió a la luz es por el sistemático ocultamiento cuyo responsable directo es el arzobispo Law, pero que involucra a toda la estructura eclesiástica. Hay reglas generales para esconder a los abusadores de niños (arreglos privados con las familias, traslados, terapias) que les permiten a los violadores seguir activos y protegidos.
En El informante hay un momento parecido: la aparición del contador de porotos, un actuario cuyo trabajo es determinar si a la compañía tabacalera le cuesta más quitar de los cigarrillos un componente tóxico o pagar todos los juicios que pueden resultar de la muerte de los consumidores. Tanto la aparición de Sipe como del contador son esos momentos de iluminación, una herramienta muy común en los guiones cinematográficos, pero que en estos casos funciona como la irrupción inesperada de una verdad científica (es decir, una cuestión de economía de recursos) que permite entender la lógica empresaria o institucional. Esa lógica, basada en razones tan rotundas como las que habilitan el envenenamiento de los fumadores, es lo que hace que la pedofilia sacerdotal siga en las sombras. Es una cuestión del capitalismo: tal vez resulte más barato pagar los juicios de las víctimas de la pedofilia que reformar el celibato y la enseñanza católica.