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Mortales sentencias morales

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Lo injusto del recuerdo es que selecciona hechos, imágenes y frases de manera en apariencia azarosa, pero en realidad siguiendo una lógica funcional; entierra en su sombrío hermano, el olvido, u oculta, aquello que nos ha herido demasiado o no nos afectó lo suficiente, o quizá lo que no nos sirve para perpetuarnos en nuestra argumentación, pero conserva de manera milagrosamente vívida, aunque no constante, lo fundamental. Así, durante años, muy cada tanto, me vuelven a la memoria dos frases. Una de ellas, increíblemente, dicha en inglés, idioma que desconozco prolijamente; parece provenir de alguna lección germánico kantiana o tal vez diaspórica, y proclama: It must be done. Esta frase aparece en momentos de infortunio o en arrestos de convicción y me despoja de las vacilaciones del ánimo, indicando siempre un curso. Porque lo que debe ser hecho, aún proviniendo de las reservas de la voluntad propia y no de un designio externo, no es un yo sino un esto: una acción que exige cierta impersonalidad, el carácter imperativo de un acto que no nos consulta acerca de nuestra necesidad de realizarlo o adecuarnos a su exigencia. El sentido de esa frase cada cuál puede descubrirlo en su propia práctica, y a mi su verdad se me impone durante el acto de la escritura, porque el momento de mayor satisfacción es paradójicamente ajeno: cuando la palabra habla sola y no soy sino que es, eso o esto, lo que aparece. (Desde luego, el lector atento podrá leer en este párrafo una paráfrasis de las experiencias zen para consumo de occidentales, algo apenas mejor que los eructos paulocoelhianos).

La otra frase es de Fogwill, y no sé hoy en qué contexto la pronunció, si se trataba de una sentencia epigramática o venía de un encadenado enunciativo. En todo caso dice: “Escribo para no ser escrito”. Puesta así, el primer impulso es entenderla como una afirmación de resistencia a los múltiples modos en que los discursos sociales nos imprimen su mortal catarata de sentencias informativas y morales (basta leer los partes de batalla diarios K y anti K, con su ejército de sumisos disciplinados a las órdenes de los mandos, tan hablados ellos por la dinámica del decir que propalan como los subordinados que difunden y los lectores que acatan). Es decir, diría Fogwill, al escribir impongo mi propio idiolecto, mi propio sistema de escritura. Pero… se me terminó el espacio. ¿Sigue?