COLUMNISTAS
El reportaje de Magdalena // Sergio Renan

‘Necesito controlar cada situación que me toca vivir’

Actor racional e imaginativo director de cine, teatro y ópera, rodó la primera película argentina que llegó a competir por un Oscar y está musicalizando Tres de corazones, que colocará en pantalla simultáneamente con la puesta en escena de El enemigo del pueblo, obra mayor de Ibsen. Superó una enfermedad, veranea en Punta del Este y, por si esto fuese poco, toca el violín.

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La casa está ubicada en medio del bosque, a pocos pasos del mar y, por supuesto, el nombre que discretamente se lee en el portón habla claramente de la identidad de su dueño. “La tregua” tiene exactas proporciones y una estética que habla a las claras de la compenetración que reina entre la arquitecta (Adriana Herrero) y el anfitrión. Y si sabemos que son marido y mujer, comprendemos, enseguida, que también las casas pueden ilustrar (tal como las palabras) la trayectoria de una vida. Hay una piscina con agua a ras del suelo en la que se miran los árboles del bosque, y una amplia galería en la que las noches de Punta del Este son serenas y tibias a espaldas del mar.
Sin embargo, Sergio Renán es, tradicionalmente, un hombre de cafés.
—Vos contaste una vez que tu papá consideraba que ir a los cafés era perder el tiempo. ¿Es, quizá, para contrariar ese mandato paterno que mil veces te vemos leyendo o pensando en una mesa de café?
Renán no puede retener una sonrisa:
—¡Y trabajo en un café! No sé si fue el único punto de partida pero, sin duda, nuestras ópticas no coincidían. Creo que esto es habitual en las rebeliones juveniles frente a los mandatos familiares y este ejemplo mínimo, frente a otros, ilustra sobre conductas de oposición a lo que se me indicaba como bueno o como camino a seguir. Y te diré que, realmente, contando con la posibilidad de abstracción que tengo yo, el ámbito de los cafés no sólo no ha impedido sino que también ha enriquecido muchas jornadas de trabajo. Me gusta mucho la posibilidad de mejorar el trabajo en el que estoy, con lo que, accidentalmente, ocurre ante mis ojos, por ejemplo, en una mesa contigua. Me gusta mucho inventar historias de gente que pasa o se sienta a mi lado. ¡Hasta imagino con absoluta seguridad sus identidades!
El relato de Sergio se llena de ironía.
—¿Alguna vez averiguaste si habías acertado?
—Sí, se dio la circunstancia de que, en varias oportunidades, conocí gente a la que veía normalmente como desconocidos y de los que imaginaba una identidad precisa tejiendo minuciosas historias de su pasado, orígenes familiares, educación etc., y debo decir que, en un porcentaje bastante alto, cuando conocí a esa gente ¡¡¡comprobé que lo que había imaginado era muy aproximado a la realidad!!!
—Con una carrera tan importante y extensa como la tuya, el espectador atento tiene dificultades en imaginarte en los inicios, ya que comenzaste a actuar desde muy joven. Pero ¿qué ocurrió antes? ¿A qué colegio fuiste?
— Fui, obviamente, a un colegio del Estado. En mi caso, la condición social de mi familia hacía inimaginable otra cosa, y también, diría, las inclinaciones políticas de mis padres que eran profundamente socialistas. De todas maneras, en aquellos tiempos, existía una disposición por la que era posible, hasta segundo grado, concurrir a escuelas mixtas. Ese fue mi caso y recuerdo que en los grados en los que estuve había muchas más nenas que varones, cosa que no me disgustaba en absoluto. Luego pasé a la Escuela Juan Martín de Pueyrredón, donde cursé de tercero a sexto grado pero sólo entre varones, y donde, también, aparecieron algunos maestros hombres que constituían una novedad impactante y también diría traumatizante, puesto que el entorno femenino de la escuela era una especie de continuidad del de mi casa, predominantemente femenino. Imaginate que encontrarme con señores menos protectores, menos indulgentes y más rudos me perturbó mucho hasta el punto que aún hoy tengo vivencias de aquel tiempo.
—¿Cuándo empezaste a tocar el violín?
—El violín apareció en mi vida de manera muy natural, ya que la mía era una casa en la que la música era una parte importante de lo cotidiano. Yo escuchaba mucha música, mi hermana tocaba el piano, por lo tanto era bastante previsible que yo tocara el violín. Además tenía un punto de referencia muy concreto que era mi papá, violinista frustrado. Sin embargo, no puedo relacionar el aprendizaje del violín desde los cinco años como algo a lo que había sido inducido dolorosamente porque realmente me daba mucho placer tocar el violín, si bien, luego (para alegría de mis vecinos), lo abandoné hace ya bastante tiempo. Te diría que la música ha acompañado toda mi vida como algo esencial de mi identidad.
—No sé si me equivoco, pero el cine con Antín debe haber sido un momento muy importante de tu vida, ¿no?
—Sin duda, lo es. Y te explico que es así más allá de alguna experiencia aislada y previa a mis trabajos con Manuel Antín. Yo vivo mi relación con La cifra impar como el comienzo de un ciclo, de alguna manera el comienzo de mi carrera. Yo ya había hecho algunas cosas. Inclusive en el teatro había tenido una experiencia (El centroforward murió al amanecer de Cuzzani) que luego me permitiría ingresar a la televisión. Y esto se dio porque, entre los espectadores, estaba Cecilio Madanes, que, a la sazón, dirigía Canal 7 e hizo lo necesario para que me convocaran a trabajar allí. Si bien en aquellos años hice algunos otros trabajos teatrales, La cifra impar y Manuel Antín significaron de alguna manera el comienzo de mi carrera. Después, en los primeros años, estas películas se alternaron con Circe, Castigo al traidor y, tiempo después, Rozas...
—No te veo rubio de ojos celestes...
—No, no. Yo razonablemente era Lavalle –sonríe Renán–. Y, volviendo a Antín, repito que fue un director y una persona muy importante en mi vida.
—Cuando vos mencionabas la contratación que te ofreció Madanes en Canal 7, yo también recordaba “Las grandes novelas”, que años después dirigiste. Aquella fue una televisión que, lamentablemente, nunca volvió...
—Sí, Las grandes novelas aparece junto con la Compañía de Buenos Aires que integramos con Héctor Alterio, Luis Brandoni y Walter Vidarte, y es el comienzo de mi trabajo como director. En aquel momento se me planteó la posibilidad de dirigir algo que, en la televisión actual, sería inimaginable, ya que era un ciclo destinado a la adaptación de novelas clásicas y románticas, con lo cual tuve frente a mí un repertorio inagotable y maravilloso. Por otra parte, se hizo con un criterio en el que no se trató de aligerar o de “popularizar” estos relatos sino de convertirlos en espectáculos, pero con una enorme devoción hacia los autores y también con un enorme respeto hacia los espectadores. Ese fue, entonces, mi comienzo como director y con el mismo grupo prácticamente al mismo tiempo dirigí, en teatro, Las criadas de Jean Genet. Fue el punto de partida de lo que fue mi carrera posterior como director.
—Siempre nos ha llamado la atención, la rapidez y exactitud con las que Renán compagina sus películas. ¿Esto obedece a un riguroso orden de prioridades que vas elaborando mentalmente?
—En realidad, dirigir cine, teatro, ópera, lo que fuere, requiere, en un principio, imaginar ese espectáculo. Y cuando digo “imaginarlo”, pienso en estar “viéndolo” desde una butaca. Y lo que está frente a tus ojos es lo que estás imaginando. Se trata, entonces, de convertirlo en una realidad concreta con todo lo que tiene. Desde lo anecdótico, pero con las precisiones formales que cada idioma posee marcando diferencias. En el caso del cine es una suma de imágenes que tienen, a su vez, una cronología. Entonces, si de lo que se trata es de filmar una situación que tiene lugar en un determinado espacio físico, obviamente visto y seleccionado por mí, la ubicación de los personajes también estará predeterminada lo mismo que sus conductas posteriores. Entonces, las colocaciones de cámara, la decisión acerca de qué es lo que finalmente verá el espectador, etc., yo tengo que decidirlo antes de filmar, de manera tal que cuando se produce el rodaje esa cronología de la que te hablaba estará ya planteada, ¡lo cual no quiere decir que sea necesariamente buena para los demás! Lo está, por supuesto, para mí y también es buena para el editor que recibe ese material con una continuidad que le resulta casi inevitable y hace que el proceso de compaginación sea mucho más veloz. También es cierto que hay situaciones y secuencias frente a las que me doy más de una opción de montaje. Hay situaciones más multitudinarias que pueden transcurrir en espacios más grandes... En fin... son momentos en los que esa continuidad imaginaria es posible en más de una alternativa. Y esas diversas alternativas son las que yo filmo para, después, elegir. Pero en lo que podríamos definir como situaciones corrientes de desarrollo de una historia, para mí el montaje está muy claro antes de filmarlo.
—Te repito que todo lo que me estás diciendo revela un orden mental notable. ¿También en la vida real ejercitás ese orden mental?
Nueva sonrisa de Renán:
—Eeeehh... es relativo. El orden mental es enemigo de la desmesura emocional y hay veces en que no puedo manejarla. Por lo tanto, te diría: a veces, sí. A veces, no. Esto podría definirse, de alguna manera, como las vivencias de un controlador y... bueno, sí, lo soy. No puedo decir que me guste controlar cada situación de las que vivo sino que lo “necesito”. Lo cual no está bien ni mal. Es lo que me ocurre. Y bueno... en el caso de la creación artística, en el trabajo de dirección, hay siempre un espacio para la sorpresa; para los aportes de los colaboradores, de los autores, de los técnicos. Y, también, las contribuciones de hechos accidentales que ocurren y modifican lo que se había previsto originariamente. En este aspecto, tengo una total disposición para recibir esas sugerencias o esos cambios si éstos enriquecen el trabajo final. Pero, por tendencia, cuando comienzo a trabajar tengo bastante claro lo que quiero. Y eso es lo que también les pido a los demás.
—Tenemos entendido que en este momento, en “Tres de corazones”, tu nueva película, has entrado en la etapa de la musicalización con la banda de sonido nada menos que de Adrián Iaies...
—Siendo tan importante, para mí no hace falta que explique demasiado cuánto me importa la música de mis películas. Y los mensajes musicales de Adrián son los que, en todo momento, se entrelazan con las imágenes.
—¿Los eligieron entre los dos o Iaies propuso y vos decidiste?
—En cuanto a la música de mis películas, el sistema de trabajo es tal que durante la escritura del guión y su posterior relectura, yo imagino en qué momentos puedo querer música. Exactamente cuándo comienza y termina cerrando o fundiendo. También sé cuáles son los instrumentos predominantes. Inclusive, a veces, la claridad acerca de lo que imagino es mucha. Pero, aun no siendo así, está lo que determina la propia elección del músico. Como te decía, el mundo de Iaies es un mundo que yo vivo como muy cercano a la historia que estoy narrando, y la naturaleza de los momentos elegidos es de una naturaleza por la cual los tiempos, los ritmos y las posibles líneas melódicas coinciden. ¡Yo sé que lo que se le ocurra a Adrián será seguramente mejor de lo que yo pueda pedirle!
—“Tres de corazones” está basada en un relato de Juan José Saer...
—Sí, es un viejo y maravilloso cuento de Saer. Un escritor que yo venero y admiro. Este cuento corresponde a una primera etapa de su obra, en la que su narrativa estaba muy circunscrita a su provincia, a Santa Fe. Por lo tanto, transcurre en una ciudad pequeña con ciertos rasgos que le dan a esa identidad un color determinado. En este caso, la hemos filmado en la ciudad de San Luis y en algunas locaciones cercanas, y creo que el universo que transmite el cuento está, desde ese punto de vista, fielmente reflejado. Como muchas buenas historias, en lo esencial tiene una universalidad que haría posible que fuera narrada en cualquier otro espacio físico, aunque lo ideal es una pequeña ciudad de provincia como las que hemos encontrado en San Luis.
—Con este “Tres de corazones”, que por otra parte veremos pronto, ¿sentiste el mismo gozo en la creación como fue con “La tregua”, treinta años atrás? ¿O es muy diferente?
—Sí. Hay ciertos rasgos muy diferentes. Para empezar, el hecho de que La tregua fuera mi primera película, con toda la serie de inseguridades que lleva consigo una primera experiencia. Y esas inseguridades que tuvieron un desenlace tan inesperadamente feliz no dejan de sorprenderme hasta el día de hoy. Parecería incomprensible que (y te aclaro que La tregua es una película a la que quiero mucho y a la que le estoy profundamente agradecido ya que modificó rotundamente mi vida) siga produciendo (en exhibiciones televisivas o en ciclos retrospectivos) un fenómeno de comunicación tan poderoso como el que genera. Pero esto es explicable hasta cierto punto. El espléndido cuento de Benedetti que narra La tregua es una cosa, pero otra cosa también es el extraordinario guión de Aída Bortnik. Allí se dio algo excepcional. Fijate que, también el elenco era notable. Y que, sin querer pecar de presuntuoso, podría decir que fue el mejor elenco con que contó una película argentina: Héctor Alterio, Ana María Picchio, Cipe Lincovs-
ky, Luis Brandoni, Antonio Gasalla, Marilina Ross, Norma Aleandro, Oscar Martínez, China Zorrilla, Carlos Carella... La lista es aún más larga y no quisiera omitir a nadie. Fue una película en donde también se advirtió una especie de mirada afectuosa hacia la condición humana quizá particularizada en el destino conmovedor del protagonista y de su amada. También diría que esa mirada se traslada, en la historia, a todos los personajes que, cada cual a su modo, son queribles y cercanos.
—Y en estas vacaciones (que no parecen ser tales para vos) ya estás trabajando en “El enemigo del pueblo”, de Ibsen, que irá este invierno en el San Martín...
—Dentro de unos días comienzan los ensayos. Para aquellos que no la conocen, es una obra cumbre de lo que puede definirse como el teatro de ideas, el teatro de la moral militante que tiene un núcleo temático excepcional. Fijate que ha conservado una vigencia que caracteriza su condición de clásico. Transcurre en una playa noruega a fines del siglo XIX, y sin duda tendrá reminiscencias muy poderosas para el espectador tanto argentino como uruguayo, justamente por todo lo que está ocurriendo hoy con el tema de las papeleras. Obviamente no fue ése el objetivo de Ibsen, y sí, en cambio, elaborar un trabajo que refleja su mirada hacia la condición humana con todas sus posibilidades de bajeza. Tiene una potencia dramática que la convierte en una de sus obras paradigmáticas...
—Y otra vez un elenco que llama la atención, encabezado por Brandoni.
—Es cierto, y va a estrenarse en la misma semana que Tres de corazones, con lo cual seré un especie de loco. Totalmente loco, más que de costumbre, durante esa semana en la que infinitas sensaciones van a confluir en los dos estrenos.