COLUMNISTAS
panorama / / agotamientos

¡No despierten al monstruo!

Durante mucho tiempo, el regalo inculcador de las virtudes cívicas fue el chanchito. La alcancía de barro, que para extraer las monedas había que romperla, por lo que valía la pena sólo si estaba llena. Hoy regalar eso no es tan extemporáneo como una estafa. Hay escasez de metálico y, además, todo lo que el chico ahorre irá evaporándose inexorablemente.

|

Durante mucho tiempo, el regalo inculcador de las virtudes cívicas fue el chanchito. La alcancía de barro, que para extraer las monedas había que romperla, por lo que valía la pena sólo si estaba llena. Hoy regalar eso no es tan extemporáneo como una estafa. Hay escasez de metálico y, además, todo lo que el chico ahorre irá evaporándose inexorablemente.
Por más de medio siglo, la economía argentina fue acomodándose a los abruptos cambios de ritmo. La gente fue incorporando, poco a poco, que los precios de hoy no serán los de mañana. Pero incluso en la década convertible, el anclaje del tipo de cambio sin armonía con los resortes de generación inflacionarios fue minando todo el sistema productivo.
La suba generalizada en el nivel de precios no es un problema en sí mismo sino la evidencia de que algo no funcional bien. Unas líneas de fiebre dicen poco; muchas dan una alerta e invitan a curaciones de emergencia. Quizás el pecado de origen de la política cortoplacista del avestruz al intervenir y arruinar los indicadores del INDEC fue oscilar hasta el otro extremo del péndulo: luego de años de priorizar la lucha contra la inflación, llegaba el turno de la producción, el empleo y la distribución. Las cenicientas del “modelo neoliberal”. Tanto empeño en recuperar valores perdidos quizás hicieron olvidar que la inflación atenta, más temprano que tarde, contra esos objetivos. Si bien una dosis pequeña puede reavivar la dinámica productiva, pasarse de la raya empieza a dar retornos negativos. Mientras el IPC auténtico daba alzas de un dígito anual, todo podía reacomodarse con cierta facilidad. Pero la necesidad de un tipo de cambio nominalmente alto, o al menos que no acompañara el desplome del dólar en el mundo, forzó la expansión monetaria para seguir aspirando divisas ante la insuficiencia del superávit. La cadena se empezaba a mover, por razones esencialmente diversas de las habituales.

Fronteras. El empleo, favorecido en un principio por la licuación de los salarios reales, también empieza a mostrar signos de agotamiento. A medida que se va llegando a la frontera, todo aumento en la producción va empujando los salarios nominales antes que los puestos de trabajo con el frustrante saldo de la fragmentación: cada vez es más difícil convertir a los desocupados de un segmento en ocupados en otro. La reaparición de la inflación desacelera la demanda laboral e invita a desensillar hasta que aclare.
Por su parte, la distribución se empeora decididamente con el espiral de precios. Cuando se cruzan fronteras en donde no se puede ignorar, empieza el juego de la velocidad de renegociar pautas de ingresos. Ya no es más ventajoso un buen salario sino la agilidad en la cláusula de reajuste. Los jubilados y empleados con períodos largos de reconvenio pierden más de lo que podrían ganar con una mejora en sus haberes.
Esta situación se convierte en un conjunto de interacciones con un resultado final incierto en su magnitud pero previsible en su sentido. Con la inflación acelerándose más allá del 20% anual (un módico 1,5% mensual, bastante menos que algunas provinciales: entre 1,8 y 2,1% y mucho más que el IPC oficial: 1,1%), el circuito se retroalimenta al mismo tiempo que crece la ansiedad y la necesidad de un rápido correctivo.
El inconveniente es que frenar un auto lanzado es más costoso y lleva más tiempo que hacerlo al principio de su carrera. Sobre todo cuando se empieza a percibir que los beneficios de la inflación se van diluyendo.
Existe, también, un agravante. Las políticas utilizadas hasta ahora, sin bien han maquillado algunos efectos, han acentuado la distorsión de precios relativos. Por lo tanto, el excedente de la demanda agregada se vuelca a los bienes “libres” en detrimento de aquellos controlados de hecho o “cuidados” por Guillermo Moreno. Así la brecha se agranda y alimenta el argumento del control: si no existiera, los bienes básicos subirían más y se castigaría a los más humildes.
La realidad lleva a subsidiar la diferencia entre el costo y el precio, con el consiguiente drenaje de recursos fiscales. El gasoil para transporte, el fueloil para generación eléctrica, el pan, ahora la carne y la leche necesitarán cada vez más fondos para equilibrar la ecuación. El agotamiento de este proceso está a la vuelta de la esquina.
Con el diálogo frontal encaminado por la Presidenta con los díscolos productores agropecuarios, se abre una perspectiva diferente en la relación del Gobierno con los empresarios. Si la actitud es la de escuchar las posiciones, oirán que la palabra inflación se repite demasiadas veces. Ellos, como en el sector energético o de servicios públicos, no quieren ser la variable de ajuste de un esquema que para seguir funcionando precisa tomar un control cada vez más amplio de la matriz productiva. Es la única forma de persistir en la utopía del crecimiento endógeno y el divorcio con los precios internacionales. Una lección que el principal aliado de esta administración, Techint, aprendió en curso acelerado y de parte del que creían el más solidario socio internacional K, Hugo Chávez.