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No especular

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Cuando Eduardo Luis Duhalde murió, en la misma Secretaría de Derechos Humanos donde Eduardo era velado a cajón abierto, delante de la consternación y el dolor de sus seres queridos y de quienes tuvimos el honor de trabajar con él, hubo naturalmente funcionarios del gobierno nacional. Uno de ellos era el actual vicepresidente Amado Boudou. Probablemente consternado uno por el peso del acontecimiento, de la muerte (para mí inconcebible) de Duhalde, estando yo con un libro regalado por él en mis manos, leyendo una y otra vez su dedicatoria manuscrita (“para que aprendas a luchar…”), con sus secretarias llorando en las sillas que estaban en un costado del salón (probablemte las más conmovidas, las que más lo querían a Eduardo), decidí acercarme al vicrepresidente de la Nación, que estaba parado solo y callado a unos metros del cajón, con los brazos cruzados. No recuerdo aún –aunque sospecho que sí– habían estallado las denuncias por supuestos casos de corrupción en la ex imprenta Ciccone. Lo que sí recuerdo fue lo que dije y el costo que esto tuvo, eventualmente, para mí. De todos modos hay costos de los que uno a la larga se enorgullece. Los costos, menos en el momento de la muerte de Duhalde, con su cuerpo ahí, son lo de menos. Sólo importa una cosa: las convicciones. Los gestos. Ser capaz de sostener algún principio. Me acerqué a Boudou y le dije personalmente, dos veces, señalando con mi mano izquierda el cuerpo de Duhalde, mirándolo fijo a los ojos: él no especulaba. Y repetí, después de hacer un silencio, señalando otra vez el cuerpo: no especulaba. Boudou simplemente asintió, atónito acaso de que un simple asesor de la Secretaría de Derechos Humanos le dijera esas palabras en ese momento tan particular de frente. Sin pedir permiso. Naturalmente al día siguiente se me reprochó la actitud: “Pero vos le dijiste al vicepresidente de la Nación que Duhalde no especulaba”. Sí.

Pero esas palabras sí tuvieron un sentido. Duhalde me enseñó y repitió hasta el hartazgo dos cosas. Una esencial: en la política no hay lugar para la especulación ni para los especuladores. Se equivocan los que especulan y también los que se entregan. Los que arreglan, los que “pactan”. Los que no dicen lo que sienten y piensan cuando lo sienten y cómo lo piensan. Sin demora. Sin mentir. Sin engañar. Esto es lo que destruye poco a poco a la política y lo que explica la falta de diálogo: la especulación. Segundo: no se puede ser, “moderado” en las defensa de las convicciones. La moderación puede ser una virtud si se vincula con el respeto y la cortesía. Pero suele ser las más de las veces una defección disimulada (y elegante) de las propias convicciones. Por eso no debemos especular. Porque el especulador carece de ideario. El especulador carece siempre de principios. Sólo quiere una cosa: poder.

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El estimado Carlés, a quien no conozco personalmente, pero con quien eventualmente comparto ciertas ideas sobre el derecho penal, aunque no otras, trabaja como asesor de Boudou en el Congreso. No parece ser la mejor carta para integrar la Corte. Es más. Puede manchar la idea, que venimos sosteniendo hace años, de que la juventud está aquí no para especular o transar, sino para cambiar el derecho en serio. Para generar un nuevo derecho. Para renovar la Justicia. Para volverla más activa, más frontal, no importa quién esté sentado enfrente (si es “amigo” o “no”, si es del “palo” o “no”), inclinada a la defensa de los más vulnerados. De los más débiles de nuestra sociedad. Y para esto hay que ser realmente independiente. Y esto cuesta mucho. Muchísimo. Diría que moralmente pocas cosas cuestan más. Argibay tenía mucha razón cuando decía que el deber de los jueces es ser un poco “ingratos” con el que los nombra. La ingratitud en algunos casos es un pecado, en otros, es una marca de coraje, de independencia. No de “deslealtad”. Sino de pensamiento.

Naturalmente en política se pagan costos (a veces muy caros) por decir uno lo que pensaba. Pero ésa es la única manera de construir una justicia mejor. Una justicia verdaderamente independiente. Más fácil es callar. Asentir. Ser lo que muchos denominan “cuadros”. Hacer “carrera”. Pero la Justicia no necesita eso. No necesita más “cuadros”, no se cambia así. Al contrario. La Justicia está precisamente para terminar con la especulación. Con los cuadros. Para terminar con los especuladores de todo tipo (especuladores políticos, financieros, etc.). Para volver a los principios. La juventud, que se le enrosta a Carlés como un “defecto” (como si la “experiencia” fuera siempre positiva), es sin embargo, un error. Las generaciones son estados. Uno es buen o mal candidato por sus argumentos. Por sus ideas. Por su valor.

*UBA. Conicet. Becario de la OEA. Profesor visitante de la Freie Universität, Berlín.