COLUMNISTAS
Optimismos

No pensar y dormir, o pensar y despertar

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Slavoj Zizek tiene la difícil virtud de traducir ideas complejas en palabras simples. Steven Pinker muestra la capacidad de huir de cualquier idea compleja con un lenguaje elemental y conceptos triviales. Jorge Fontevecchia entrevistó a ambos, por separado, en las últimas semanas en este diario. Los reportajes fueron rigurosos y exhaustivos. De algún modo, reflejaron el aire de los tiempos en materia de ideas y pensamiento. El esloveno Zizek, por origen y por trayectoria existencial, navegó y navega en las aguas turbulentas del mundo. El canadiense Pinker, adoptado por Estados Unidos y adaptado a ese país y su cultura, nada en espacios académicos incontaminados de realidades inmediatas y dialoga asiduamente con presidentes y magnates. Donde Zizek ve personas y conflictos humanos, Pinker ve números y estadísticas. Zizek se atreve con la complejidad de las pasiones y emociones, y para ahondar en ellas se vale no solo de sus sólidas ideas, sino que convoca a voluminosos pensadores contemporáneos o del pasado (de Marx a Lacan, de Levinas a Badiou), además de incluir chistes y apasionantes análisis de películas de todos los géneros. Pinker observa las pasiones y emociones como meros fenómenos neurológicos, encabeza una corriente de moda, que parece ver en el cerebro una especie de aplicación que se baja al organismo y lo rige, y evade toda pregunta que obligue a confrontar dilemas morales y filosóficos; desde el conductismo que ejercita, mira a los seres humanos como símiles del perro de Pavlov, y a sus conductas como actos reflejos.
Zizek se autodenomina “optimista condicional”. Pinker se considera “optirrealista”. El esloveno ve al mundo en un momento peligroso (la catástrofe ecológica, el avance de los populismos y nacionalismos extremos, Trump, la epidemia de estupidez retrógrada que afecta a las izquierdas) pero piensa que si hubiera lucidez en ese desorden se podría encontrar un cauce. Para Pinker la humanidad atraviesa lo que el británico John Gray, uno de sus feroces críticos, llama irónicamente una “larga paz”. Menos guerras y violencia que nunca, menos hambre, menos conflictos y un luminoso progreso científico. Dice Pinker que los jóvenes ya no mueren en los frentes de batalla, como carne de cañón, olvidando curiosamente que quienes mueren hoy, en cantidades igualmente pavorosas, son civiles, mujeres, hombres, niños y ancianos, en poblaciones devastadas por drones o misiles dirigidos a distancia desde cómodas oficinas (un logro del progreso tecnológico que fascina a Pinker). Afecto a las estadísticas (siempre manipulables, como las encuestas), dice que cada día más de un millón de personas sale del hambre, sin exponer la menor demostración de ese dato, él, que niega como ciencias al psicoanálisis y a las humanidades por no ser fácticas. El apetito se calma por un rato, pero el hambre es otra cosa y acaso Pinker lo ignore.
Mientras Zizek asume y encarna con coraje la incertidumbre que es condición ineludible de cualquier emprendimiento filosófico, reflexivo o político en estos tiempos, donde las certezas del Iluminismo se ven en algunos casos desvirtuadas y en otros traicionadas, Pinker refleja una peligrosa y masiva urgencia por encontrar fórmulas baladíes que, con un barniz cientificista, entreguen seguridades en un mundo en donde no las hay. Fórmulas que eviten ejercitar el pensamiento crítico, que alejen los dilemas morales planteados a cada paso por la vida y que faciliten lo que el filósofo inglés Roger Scruton define como optimismo inescrupuloso. Para Gray, autor de un implacable ensayo titulado Contra el progreso y otras ilusiones, ese optimismo es una flamante ortodoxia que impulsa un nuevo dogma. Y ya se sabe que los dogmas no se discuten, se aplican. Así le fue a la humanidad con ellos. Sin duda es más vendedor y glamoroso el paradigma de Pinker. Alivia y banaliza. Zizek desafía a pensar, es decir a dudar, argumentar, reflexionar, deducir, discernir y, acaso, a extraer conclusiones turbadoras. La disyuntiva de los tiempos: el opio del optimismo bobo o el coraje del pesimismo que induce a actuar.

*Escritor y periodista.