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seleccion: Que se decia antes, que se dice ahora

No se analiza, se sentencia

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El seleccionado argentino de fútbol ya convirtió en suceso uno de los peores fracasos de su historia. Haber jugado espantosamente mal y haber sido eliminado en los cuartos de final de la Copa América, jugada en casa hace apenas dos años, puede considerarse el punto de partida para haber logrado plasmar una idea que le dé armonía a la presencia de varios de los mejores mediocampistas y delanteros del planeta.

Mascherano, Di María, Agüero, Higuaín, Messi y Gago fueron, durante demasiado tiempo, nombres destacados en el planeta futbolero que, con la Argentina, no sólo no conseguían dar forma a un equipo acorde con su potencial, sino que, algunos de ellos, ni siquiera convencían al entrenador para ser parte de la formación titular.

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No pasó con Basile, ni con Maradona, ni con Batista. Tampoco en los primeros partidos de Sabella. Sea con diferencias de nombres y/o de esquema, la Argentina recién en la quinta fecha –goleada ante Ecuador– incluyó a los seis mencionados. Ese fue el debut como titular de Agüero, por ejemplo. Y Gago sólo había jugado uno de los cuatro partidos anteriores. En ese período, Braña, Banega, Sosa, Guiñazú, hasta Ricky Alvarez, Pastore o una línea de cinco defensores fue la elección del entrenador. Hasta que la necesidad, el resultado y el rendimiento dieron forma a algo parecido a la convicción.

Suele señalarse que la victoria ante Colombia en Barranquilla fue clave para esta serie triunfal del seleccionado. Sin embargo, no hay que engañarse. Aquella tarde sólo fueron titulares Mascherano, Higuaín y Messi. Sosa, de buen rendimiento aquella vez, jugó en lugar de Di María y el partido se dio vuelta, fundamentalmente, a partir del ingreso del Kun por Guiñazú al comienzo de la segunda etapa, con el marcador adverso.

Sabella mismo admitió que, contra su prioridad –el denominado 4-4-2–, la realidad lo obligaba a respetar a “los cuatro de adelante”. Me permito sumar a Mascherano y a Gago, entre otras cosas, porque, si no mediasen catástrofes, ése será el corazón de la gestación argentina en el Mundial. En el caso del jugador de Vélez, nuevamente después de lo sucedido anoche ante Venezuela, debo decir que es tan inamovible en este equipo como el mismísimo Messi. Ya se habló del gran mérito de Sabella de ser inteligente y sensible aun a costa de resignar el esquema que mejor conoce y prefiere. Un esquema que, por cierto, tarde o temprano aparece en la cancha; por lo general, esas modificaciones se producen casi con la victoria asegurada.

Hubo una excepción. Fue ante Perú, en Lima. Esa noche, de los seis fantásticos sólo falto Agüero. En su lugar actuó Lavezzi, que es delantero pero que está lejísimos de interpretar el fútbol que intenta jugar este seleccionado. Y, ante la falta de brillo, Sabella priorizó cuidar el arco propio: con el resultado igualado, puso a Guiñazú por Gago y a Enzo Pérez –teniendo en el banco a delanteros como Palacio o Barcos– por Ezequiel. Para tener en cuenta: fue el único empate del seleccionado en medio de seis triunfos que nos colocan como claros líderes de la eliminatoria.

Destaco esa referencia porque Sabella, sin hacer nombres, aviso que, contra Bolivia, modificará el esquema. Con tres puntas más Gago y Di María, la Argentina ganó casi todos los partidos que jugó. Cuando se hizo dueño de la escena y pensó más en sus virtudes que en cómo evitar que el rival lastime a una defensa inestable, ganó y superó al rival. Cuando perdió esa convicción, dejó escapar puntos que, hoy, lo pondría a horas de garantizarse un lugar en Brasil.

Sin Agüero, lesionado; sin Higuaín, suspendido; con Di María a disposición del entrenador, cuesta imaginar qué partido le permitirán jugar a Messi. Hay un Sabella sabio y amplio que logró, ya, lo que nadie. Que Lío sea el mejor jugador del mundo también con la celeste y blanca, que sea nuestro líder silencioso, y que pasar por Ezeiza no sea para el algo tan distinto a aquellos días fundacionales en La Masía. Y hay un Sabella que, también, sigue mostrándose sensible a circunstancias de relativo riesgo. ¿Sólo por la altura se cambia el esquema ante un rival que acaba de perder por cinco goles con Colombia y que promete ser el primer eliminado de la serie?

Como sea, las bondades de la estructura que más beneficia a Messi –por ende, a todo el pueblo futbolero argentino– son tantas como para ir ganando espacio en la confianza del entrenador. Hasta en el aspecto defensivo: con esos nombres en la cancha, la Argentina no sufrió más de tres goles en una decena de partidos. Y no justamente porque defienda mejor.

Se vio contra los venezolanos, que no lastimaron sino al final la defensa argentina, no porque hayamos defendido bien, sino porque fuimos dueños casi permanentes de la pelota. Admito que pueda considerarse un defecto no defender bien. Pero si ése es el precio de contar con la enorme virtud de una posesión fluida que acomete rivales, compro el paquete entero.

Finalmente, volvamos a aquella Copa América. Distorsiva a favor y en contra. A favor, para la Argentina que supo barajar y dar de nuevo. Para los menos peores de aquel torneo, absolutamente en contra. Uruguay, el campeón, juega cada vez menos y tiene diez puntos menos que nosotros. Paraguay, subcampeón, está poco menos que afuera. Perú, el equipo del fútbol supuestamente serio de Markarian, respiró un poco de aire ante Chile, pero muere de austeridad. Y Venezuela, la verdad revelada del torneo sin que nadie explicara demasiado sus virtudes, navega por niveles que nunca tuvo en esta competencia –parece casi un favorito para disputar un histórico repechaje–, pero fue minimizado hasta la nada misma por la Argentina que lo derrotó el viernes. Ahora nos toca Bolivia, a quien se expuso como dueña de un esquema inteligente cuando empató aquel abominable partido de 2011 que, de no ser tan pequeño, debió haber ganado.

Cada uno de los conceptos respecto de aquellos cuatro equipos son, fundamentalmente, culpa de algunos periodistas. Es que en la Argentina estamos demasiado acostumbrados a presumir que analizamos algo cuando, en realidad, ponemos sentencias firmes con resultados puestos. Casi como hacen algunos jueces ¿no?

Entonces, a contracorriente de tanta mediocridad, es un buen momento para decir que, aunque nada de esto garantice ganar el próximo Mundial, la Argentina empieza a dignificar su presente. Y, de paso, deja en claro que, al menos en Sudamérica, aquello de que el fútbol está igualado es una patética falacia alimentada por futbolistas y, fundamentalmente, entrenadores que no se animan a ser mejores, ni siquiera, que ellos mismos.