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animo presidencial

No tiene paz

<p>El Papa habría influido más de lo que se cree en Ella. Pero el sosiego nunca le dura.</p>

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Dicen, los que la frecuentan, que desde su entrevista con el papa Francisco, Cristina de Kirchner modificó parte de su lenguaje e incorporó actitudes y palabras que antes no reiteraba, de “amor” a “comprensión”, de “perdón” a “diálogo”. Temían otra revisión interior más intensa quienes observan ese cambio de repertorio, añadida a ciertas decisiones personales más solitarias, aisladas; suponen que esa alteración última en la conducta derivó de la audiencia en el Vaticano. Tal vez para justificar su arrobamiento, en esta ocasión la Presidenta descubrió un Bergoglio con un hábito común a su extinto marido: anota todo en una libretita negra, con letra diminuta, que él solo parece entender. Aunque redacta otras precisiones diferentes a las que escribía Néstor.

No se sabe si en la abstinencia rezaron juntos, si hubo confesionario o, lo más probable, si sólo compartieron una charla de jefes de Estado. Los cercanos a Cristina, sin embargo, otorgan demasiada influencia a la palabra del sumo pontífice en esa oportunidad, infieren sin duda más de lo que ocurrió y se adornan con el vestuario de términos que antes Ella no utilizaba. Como si hubiera un cambio.

Aciertan en que hubo un armisticio implícito con Bergoglio, que sigue rodeado de dudas: si bien la mandataria incurrió en sugestivas perlas amistosas en su nuevo libreto, incluidas también en los tuits, al mismo tiempo levantó el volumen de la intolerante consigna “vamos por todo” (sobre todo contra los medios de comunicación no propios, la Justicia y cualquier atrevido que manifieste críticas). Una ambivalencia que se reconoce en el trato con la Iglesia. Por un lado, ninguna reflexión sobre el católico pedido local de tiempo para instrumentar la reforma judicial sancionada y desagrado manifiesto por la eventual convocatoria del Papa (cuestión que a la mandataria sus servicios de inteligencia le han revelado como un hecho próximo) al diputado y economista opositor Alfonso Prat Gay para que a su lado encuentre solución a las escandalosas pérdidas del sistema financiero vaticanista. Por el otro, la irritación posible se disipó con el gesto de saludar a Estela de Carlotto en la plaza, aceptar una entrevista con Eugenio Zaffaroni a mediados de este mes y mantener indemne la comunicación y el enlace oficiales con la esposa de Guillermo Moreno, la escribana Marta Cascales, amiga de antaño de Bergoglio en un vínculo de naturaleza política y religiosa que no incluye al secretario de Comercio.

Aun así, quedan cuestiones pendientes. Por ejemplo, resta saber si el Gobierno atendió las sugerencias de la Iglesia sobre la reforma del Código Civil en temas de familia. Para muchos, la obra de Vélez Sarsfield reescrita ahora podría ser uno de los anuncios principales en el discurso presidencial del 25 de mayo. Otra piedra fundamental del modelo, según dirá la jerga oficial.

Al margen de las diferencias con los cardenales y con el promotor inicial de la reforma del código, Ricardo Lorenzetti, el Gobierno impulsa modificaciones que provocarán ronchas para el ciudadano común y para otro nivel de observadores. Por ejemplo, los desvíos judiciales para que la responsabilidad de los funcionarios públicos no atraviese como ahora la instancia penal. Una protección, si se quiere, para aquellos que ejercen la gestión pública y que ya vienen cubiertos parcialmente por las últimas leyes judiciales; en suma, un modo de escape para que el “vamos por todo” no suponga demasiadas complicaciones posteriores para sus autores.

Se producen estos episodios justo cuando se sacude el árbol judicial, sea por el convencimiento de que irá a prisión –así se insiste en Tribunales– un famoso ex funcionario íntimo de Kirchner durante años o por la introducción de otro amigo del ex mandatario, Lázaro Báez, en una causa inspirada en los últimos programas de Jorge Lanata (a propósito, se afirma que a Ella no le molestan tanto esas emisiones con denuncias explícitas de corrupción sino por la burlona caracterización que se realiza de su hijo Máximo, a quien ridiculizan como devoto de la PlayStation, poco aseado y menos afecto al trabajo). También sobre estos fenómenos habrá interpretaciones ambivalentes, sea porque el Gobierno se desapega y no interviene en apariencia sobre el avance de fiscales y magistrados, como corresponde, o debido a que estas múltiples pesquisas mediáticas indican un trastorno moral de magnitud en el interior de una administración que propiciaba un mundo mejor. Si hasta Eduardo Duhalde, que en los primeros años del kirchnerismo ofrecía debilidades por un “carpetazo” que prometía la Casa Rosada sobre una cuestionable licencia a cambio de “18 granaderos” para un empresario denostado (hoy favorito), ahora invirtió la corriente submarina y cuestiona al oficialismo por sumergirse en la cleptocracia que desde la antigüedad se vincula a los políticos.

Tuvo Cristina, luego de aquel encuentro con el Papa, un placebo espiritual que le motivó palabras de sosiego y paz. Pero duró poco y, al margen de un mal pasar y un peor dormir, se enreda ahora en una pasional batalla persuadida de que si no procede con energía y escasa misericordia, los restos de su mandato serán un banquete para sus enemigos. Y un calvario para Ella. Sobre todo si los astros no la bendicen en la elección de octubre.

De ahí que, olvidando al Papa y aquel encuentro, también el léxico desacostumbrado, el propósito imperioso persiste en fortalecer el núcleo básico de La Cámpora, su difusión como red en todos los ámbitos del Estado, disolver o disgregar opositores como Clarín y el Poder Judicial y reforzar, si puede, apoyos empresarios como el de su afín Cristóbal López, que antes de fin de mes avanzará sobre Petrobras. Una compra como las de Báez, pero enmarcada en otro registro profesional, con un cerebro no de mosquito y sin famosos como Fariña o Elaskar: se asegura que un ex Pérez Companc, el reconocido especialista en petróleo Oscar Vicente, sería su cabeza de puente en esa empresa asociada con la estatal brasileña.