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‘Noir’ fino y ultrafino

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Hay un truco que Luis Chitarroni practica con la habilidad de un mago experto, que es el de dar a conocer a escritores de los que la mayoría del público nunca oyó hablar pero que alcanzan, rozan o anhelan la genialidad. Lo hizo en la revista Babel durante los años 80; sus intervenciones allí se recopilan en el libro Siluetas, publicado en los 90 y reeditado en 2010, cuando ya Chitarroni era el editor de La Bestia Equilátera. Allí ha consumado su truco después de ejercerlo en otras editoriales. 

La Bestia publica literatura argentina e infantil o filosofía, pero es su colección de literatura extranjera la que le da un perfil distintivo. En especial, los autores cuyo nombre no nos suena. No hablo desde luego de Kurt Vonnegut, tampoco de Maclaren-Ross, de Muriel Spark ni de Arno Schmidt, sino de esa lista de anglosajones ignotos llamados H.C. Lewis, L.J. Davis o Alfred Hayes (el orgullo de la casa), a los que hay que agregar el fantástico (en todo sentido) francés Maurice Renard, que han escrito novelas de género que exceden lo habitual.

Un ejemplo doble es el de Mi ángel tiene alas negras (2013), de Elliott Chaze, y Uno es un número solitario (2014), de Bruce Elliott. Ambas son novelas negras de autores nacidos respectivamente en 1915 y 1914, publicadas en inglés en 1953 y 1952 y reeditadas juntas en 2012. Ambas tratan de fugitivos de la Justicia que se enredan con una mujer y terminan de manera trágica. La de Elliott, cuyo protagonista es tuberculoso y su novia de 14 años es epiléptica, es de un romanticismo exacerbado, glorioso. La de Chaze es aun más negra, y los integrantes de la pareja son criminales encallecidos pero desbordantes de inteligencia y de lujuria. En la digresiva trama de Mi ángel... cabe absolutamente todo, porque Chaze escribe por fuera de toda regla. La contratapa cita a Barry Gifford diciendo que si la novela gira alrededor de un crimen, “es apenas un detalle”. Gifford es bastante tonto, como lo demostraron sus gustos cinematográficos cuando fue jurado del Bafici 2009, pero me detengo para hacer una observación más bien en contra. La Bestia Equilátera publica noir fino, es decir novelas policiales en las que el bien no aparece más que escondido remotamente en la conciencia de sus protagonistas criminales. En el noir fino sólo hay lugar para el mal y ninguno para los detectives, salvo como supremos villanos que representan el orden social. Es un criterio por el cual el crimen paga y que lleva a preferir El cartero llama dos veces sobre El sueño eterno.

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Pero el último título de La Bestia, La colmena de cristal (1965) de P.M. Hubbard (1910-1980), un inglés que se dedicó a los negocios y se retiró a la costa para escribir, desafía esa idea porque su moral es inclasificable, impredecible y la novela es tan buena que no podemos saber desde dónde ha sido escrita. Este noir ultrafino es la historia de un coleccionista obsesionado por una mujer y por una pieza de cristal antiguo (cuya mera existencia, como la de la propia novela, era desconocida) en la que aparecen matices de Nabokov pero también de Enid Blyton. Por fin, creo que Chitarroni logró exhumar la novela perfecta. Pero la solapa ya promete otro tesoro oculto, un tal Edward Thomas, dueño como Hubbard de una “secreta y reservada potencia”.