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Nostradamus para millones (2)

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Mientras diseña un nuevo modelo económico basado en la vieja idea de que el costo laboral es un equivalente del pecado original y su reducción una puerta de entrada al paraíso de la técnica y la automatización forzosa, el Gobierno prefiere olvidar el ejemplar diálogo entre Henry Ford, inventor del trabajo en cadena y la producción en serie, y el sindicalista encargado de la representación de los obreros. “¿Qué me cuenta?”, dicen que dijo Ford. “Algún día estos trabajadores serán reemplazados por los robots”. El sindicalista le contestó: “¿Le comprarán autos las máquinas?”.

Ese pequeño problema de la producción, los salarios y el mercado es un cuello de botella que preanuncia aquí y allá las catástrofes del nacional-populismo por un lado (con sus componentes de derecha, la xenofobia, el racismo, el fascismo, y sus representaciones cómicas o dramáticas al estilo Berlusconi y Trump) y el liberalismo salvaje, por el otro. Ya no hay lugar en este mundo para los fisiócratas que abominaban del comercio y la intermediación y los impuestos y el mercado y creían que el estado ideal de cosas se alcanzaba obedeciendo las sabias leyes de la naturaleza. Sin embargo, esa puerilidad, ese esplendor de las viejas ideas ingenuas, parece ser el registro discursivo del macrismo al momento de comunicar su cosmovisión: para el Presidente, hay que entender que las tragedias naturales se explican porque llueve mucho en un lado (inundación) y muy poco en otro (incendios); para su ministro de Ambiente y Desarrollo Sustentable, el rabino de la kipá colorida Sergio Bergman, las catástrofes climáticas parecen reeditar las profecías apocalípticas, y para un secretario del área de Comercio, tomar y echar trabajadores es equivalente a un proceso tan natural como comer y hacer caquita (lo llamó “descomer”, lo que supone más bien el vómito que la digestión), en tanto que Alejandro Rozitchner predica la alegría acrítica para consumo de una fiesta de globos que hoy por hoy no levantan vuelo. En cualquier caso, el registro discursivo dominante para consumo de las masas es el de la fisiología y la naturaleza, un estado de cosas que, en términos culturales, expresa la incapacidad de ofrecer respuestas racionales. Pero quizá éste sea el sino de cualquier gobierno: no la lógica y el sentido sino la profecía.

En eso, si uno omite considerar a las grandes voces del Antiguo Testamento, no hay quien le gane al viejo Nostradamus.