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Nuestro deber

Es comprensible y deseable que haya debate y duelo por esos chicos que han muerto drogados en una “fiesta”.

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Es comprensible y deseable que haya debate y duelo por esos chicos que han muerto drogados en una “fiesta”. Una se pregunta para qué hay que tomar drogas como una obligación cuando hay una fiesta. Contestan: para divertirse. Pero, ¿qué es divertirse?, ¿en qué consiste eso de divertirse. ¿En perder el sentido? ¿En trasladarse cuerpo y alma a un mundo que no existe? ¿En dotar a cada cosa, acción, situación, de atributos y poderes inenarrables por inexistentes? Disculpe, querida señora, pero no sé si usted se acuerda de cómo nos divertíamos hace, en fin, confesemos nuestra edad, hace cincuenta años, ¿eh? En la emoción, la expectativa, la intriga porque ¿nos encontraremos con ese muchacho que por el momento nos parecía tan deseable como Rhett Butler, eh? ¿En la música?  ¿En las alas que nos estaban creciendo en los talones y en los hombros? Y, sí, probablemente sí, además de otras maravillas que, todas, tenían fuerte anclaje en la vida. No estoy cayendo en eso de que todo tiempo pasado fue mejor, porque sé que no; sé que todo tiempo pasado fue peor, mejor, más o menos. Sé que hubo cosas mejores y cosas peores y cosas espléndidas y cosas espantosas, entre ellas esta puerta ancha y tentadora hacia la muerte que es la droga.

Pero, estimado señor, todo lo que digamos acerca de esto queda ahí, en palabras. Hay que ir un poco más allá, un poco más hondo y cruelmente. Está bien, es necesario: que haya duelo y debate por lo que  pasó. Pero ¿qué nos pasa? No tengo autoridad ni conocimiento para saberlo. Puedo arriesgar que esos chicos que se drogan sienten que sus vidas no tienen una finalidad, un punto de llegada y superación, un deseo, eso, un deseo vital: voy a ser abogada o campeón de tenis o monja o médico sin fronteras o periodista o bailarina o explorador o lo que sea. “Voy a ser”, ¿se entiende?, todavía no soy pero voy a ser, soy proyecto, soy deseo, estoy vivo, muy viva, siento cómo corre la sangre en mi pecho y en mis brazos me voy de fiesta a divertirme, a bailar, a estar con  él o con ella, a que mi cuerpo responda y me lleve a la música, al amor, a la vida.

¿Les faltó todo eso? ¿Por qué? Porque la droga, arriesgo, es sólo uno de los síntomas del deterioro que nos aqueja. Porque ni la sociedad ni la familia hablan (es un decir, hablan, dan, confían, etc.) con los jóvenes para mostrarles que frente a la infelicidad hay un remedio infalible, complejo pero infalible: deseo, solidaridad, ejemplos, un abuelo tierno, una madre amorosa, un hermano mayor, el sable corvo de

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San Martín, el pincel de Picasso, la inteligencia de Einstein, la compasión de Nightingale, la grandeza de Bergoglio. Lo tenemos todo, de movida nomás, llevamos todos y cada uno la marca de la humanidad. Nuestro deber es con la vida. No con la muerte. Mostrémosles eso a los jóvenes, por favor.