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Nuestros años culposos

A partir de su fusión con Unibanco, el banco Itaú es el más grande del hemisferio Sur. Su presidente se llama Pedro Moreira Salles y el otro día se reunió con el presidente Macri.

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João Salles | cedoc

A partir de su fusión con Unibanco, el banco Itaú es el más grande del hemisferio Sur. Su presidente se llama Pedro Moreira Salles y el otro día se reunió con el presidente Macri. El Unibanco, a su vez, fue fundado por el abuelo de   Pedro, João, y luego dirigido por su padre, Walter, quien además de banquero fue ministro, mecenas de las artes y destacado diplomático. Con su primera mujer, Helène, Walter Moreira Salles tuvo un hijo llamado Fernando y tres con Elisa, la segunda: el citado Pedro, Walter Jr. y João. Fernando se dedicó a la edición desde la Companhia das Letras, que hoy es la principal editorial de Brasil y acaba de venderle el 45% al gigante global Penguin. La revista Forbes calcula la fortuna de Fernando, el hombre de letras, en cinco mil millones de dólares. No tengo información sobre los otros Salles, aunque también son accionistas del Itaú. Walter Jr., cuyo nombre artístico es Walter Salles, es el conocido director y productor de cine que llevó a Cannes y a Hollywood sus películas sobre el Che Guevara y Jack Kerouac.

En cuanto a João, hace diez años se presentó en el Bafici con un documental que asombró a los críticos, quienes nunca habían oído hablar de él. La película se llamaba Santiago y era un retrato del ex mayordomo de la mansión familiar de los Salles, un argentino que hablaba cinco idiomas, tocaba el piano y coleccionaba obsesivamente relatos históricos. Cuando Salles se decidió a terminar el film que tuvo abandonado durante doce años, descubrió que, en un momento, el mayordomo intenta referirse a su homosexualidad, pero él lo corta. “Lo traté como a un sirviente”, dice Moreira Salles, confesando una enorme culpa asociada a su clase y posición. Esa culpa lo define como un cineasta grave, en contraste con su hermano más famoso, autor de despreocupadas tarjetas postales.  

Ahora, João vuelve al Bafici con No intenso agora. Al comienzo, se ve una filmación doméstica en la que una niñera negra no se atreve a acercarse cuando la cámara muestra a una nena blanca. La voz de Salles comenta que esa imagen revela la terrible separación de las clases sociales en Brasil. La culpa sigue allí, intacta. Pero el artista es también el custodio nostálgico de la memoria familiar y la película se orienta hacia unas películas de viaje que su madre filmó en China durante los sesenta. Poco después, en mayo de 1968, su padre decidió que la familia abandonara París por miedo a una Revolución que creía inminente para vergüenza retrospectiva de João, quien vuelve a esa época y recopila un material fílmico fascinante y poco visto, que incluye una dura resaca de derrotas y suicidios entre los protagonistas. Esos pasajes sombríos contrastan con el optimismo de las precarias travel movies de Elisa, deslumbrada por el paisaje chino y por el fervor de la Revolución Cultural, sobre la que el director nada malo tiene para decir. No intenso agora, cargada de una tristeza permanente y profunda, se cierra con imágenes alegres y reverentes de Mao escribiendo poesía. La película acaso sugiera que los jóvenes franceses no supieron o no quisieron seguir el camino que el Timonel les indicó a sus Guardias Rojos. Para el aristócrata desencantado, la culpa sólo puede lavarse a partir de una radicalidad extrema, de una crueldad que extirpe el dolor incurable.

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