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Nuestros hermanos del Cáucaso

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John Le Carre | Cedoc Perfil
En el viaje de vuelta de Valdivia me encuentro con mi viejo y querido enemigo Mariano Llinás, quien me cuenta que está por estrenar en Trenque Lauquen la primera parte de La flor, su ópera magna. También me cuenta que es un fanático de John le Carré y que está ansioso por leer su libro de memorias Volar en círculos.

Yo acababa de terminarlo y había leído también en esos días un par de sus novelas, entre ellas Nuestro juego (1995), donde aparecen algunas de las recientes guerras del Cáucaso entre rusos, georgianos, osetios, ingushios, chechenios y abjasios, asuntos muy poco conocidos en esta zona del planeta. Tanto que en Valdivia la primera pregunta que le formuló el público a Salomé Jashi después de la proyección de The Dazzling Light of Sunset fue dónde quedaba Georgia, donde transcurre la película que terminó ganando la competencia internacional.

Por mi parte, sabía que Georgia había sido parte de la Unión Soviética, que Stalin era georgiano, lo mismo que Otar Iosseliani, un gran cineasta que pasó mucho tiempo exiliado en Francia. Pero no sabía que Meliton Kantaria era georgiano. Kantaria fue el soldado soviético que el fotógrafo Yevgeny Khaldei utilizó para inventar la emblemática foto de la bandera roja sobre el Reichstag de Berlín, una simulación análoga a la que los americanos hicieron en Iwo-Jima, un tema del que se ocupa la película Flags From our Fathers, de Clint Eastwood.

No hay una película sobre la foto soviética, pero Kantaria aparece en la película de Jashi. O, mejor dicho, su monumento en Jvaria, un pueblo muy cercano a Tsalenjikha, donde transcurre The Dazzling Light of Sunset, un documental cuyos protagonistas son los responsables de un noticiero en la televisión local que filman un homenaje a Kantaria, héroe soviético doblemente falsificado, ya que no sólo la foto fue un montaje, sino que su protagonista fue un ucraniano, pero se dijo que era Kantaria para complacer a Stalin. Hablando de Stalin, un personaje de Nuestro juego dice que el dictador mandó asesinar a Osip Mandelstam porque en su famoso poema reveló que no era georgiano sino osetio, es decir, de un lugar donde la tez de la población es más oscura y, según Le Carré, los rusos los llaman “culos negros”.

Durante la semana, Jashi me explicó algunas cosas sobre Georgia, entre ellas que el origen osetio de Stalin es falso, pero que no conviene andar hablando allí de la autenticidad de la famosa foto, y menos ahora cuando el gobierno se inclina hacia Putin. También me contó que el idioma georgiano no se parece a ningún otro, que su alfabeto no distingue mayúsculas entre minúsculas, que los sustantivos tienen siete declinaciones pero no hay artículos ni géneros.

Pero, a pesar de esas diferencias, quien viva en un pueblo chico de las pampas puede apreciar el parecido con el universo que con perspicacia y precisión describe Jashi, el de la chatura de los medios provincianos que reflejan el tedio, la falta de horizontes y el oscuro rencor del aislamiento en plena globalización. Pero esta semana, la televisión de Talenjhika tuvo una noticia interesante para difundir: que la película sobre el pueblo, tan temida por las autoridades locales, ganó un premio del otro lado del mundo.