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Opinión personal

En Estados Unidos y muchos países europeos se considera una contribución a la transparencia que los periodistas informen por quién votan; lo mismo que sucede con informar quiénes son los accionistas de cada medio.

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  CARRIO, INJUSTA CON LAVAGNA. El narcisismo de la líder de la Coalición Cívica amenaza con ser autodestructivo

En Estados Unidos y muchos países europeos se considera una contribución a la transparencia que los periodistas informen por quién votan; lo mismo que sucede con informar quiénes son los accionistas de cada medio.
También es una señal de transparencia que la simpatía por ese candidato o gobernante no le impida al periodista o al medio ser crítico con él, como acaba de suceder con el diario The New York Times y el candidato republicano John McCain, a quien apoyó hace algunas semanas desde un editorial y criticó ayer en una nota de investigación.
En la Argentina, la costumbre es apenas incipiente, pero comienza a haber periodistas que  se animan a informar por quién votaron, aunque sea después de las elecciones. Personalmente, hace dos domingos, en un contrapunto con Lavagna, escribí que había votado por él en 2007 (desde Alfonsín, siempre voté por candidatos a presidente radicales, excepto ante la reelección de Menem en 1995, cuando lo hice por Bordón); pero para legisladores había cortado boleta a favor de los candidatos de la Coalición Cívica. También en las elecciones de 2005, cuando se enfrentaron el ARI, el PRO y el Frente para la Victoria, voté por legisladores de Carrió; ella misma, en ese caso.
Durante cada campaña, tuve muchas conversaciones con Carrió, quien me genera una enorme simpatía: ella misma fue la enviada de PERFIL a cubrir las últimas elecciones en Estados Unidos. Pero ese afecto no me imposibilita discrepar con su mirada paranoica de la realidad. Según ella, Lavagna era el candidato de Kirchner para frenar el ballottage Cristina-Carrió, y ahora cree que los hechos confirman su teoría.
Mi visión es totalmente distinta: el ballotage se produce porque el primero no alcanza el 40% de los votos, o porque alcanzando entre el 40 y el 45% ha obtenido menos del 10% de diferencia con el segundo. Si el primero supera el 45%, sea cual sea la diferencia, no habrá ballotage. Al igual que en la reelección de Menem en 1995, la única posibilidad de ballottage era que el primero no lograse el 40%. Finalmente, Menem obtuvo el 49% y Cristina el 45%, y los votos de Bordón/Chacho Alvarez con el Frepaso, más los del radicalismo con Masachessi, suman una cantidad similar a los votos de Carrió más Lavagna. Cristina obtuvo casi 5% menos que Menem, porque Rodríguez Saá canibalizó ese porcentaje. En síntesis, más candidatos aumentaban la posibilidad de ballottage, porque eso dificultaba que el más votado alcanzase el 40%.
También, en 1996, el Frente Grande dijo que la candidatura de Bordón (quien también volvió al peronismo tras su derrota) había sido una maniobra de Menem para frenar el crecimiento de Chacho Alvarez, pero ninguno usó el lenguaje de Carrió para Lavagna: “Es un viejo impostor, ariete de la corporación política para impedir el ballottage”.
Su lengua filosa le permite a Carrió una visibilidad que la mesura oral no le otorgaría, pero lo que es bueno para llamar la atención no lo es a la hora de ser verosímil como verdadera alternativa de poder. Cuando Lavagna le respondió que ella no podría gobernar, Carrió dijo que se quiere instalar la idea de que sólo los corruptos pueden gobernar, y ella no porque es decente. Nuevamente, su visión egocéntrica desconcierta incluso a los que la aprecian, como es mi caso: yo conté que voté a Lavagna para presidente y a legisladores de la Coalición Cívica no porque crea que Carrió no puede ser presidenta a causa de su honestidad –su gran mérito–, sino porque no ha desarrollado equipos con experiencia ejecutiva dentro de su partido.
Probablemente con los años, como lo fue construyendo el PT de Lula, primero con intendentes y luego con gobernadores, lo logre. Fabiana Ríos, en Tierra del Fuego, es un buen comienzo, y su voluntad de legislar sobre la publicidad oficial en su provincia es una señal muy alentadora. Pero si Carrió no desarrolla un mínimo de autocrítica, con los años pasará de ser el dínamo de su partido a convertirse en un lastre para su Coalición.
Su opinión de Macri es otro ejemplo: en el reportaje que le hice durante la campaña, varias veces le pregunté cuáles eran los indicios que le permitían acusar a Macri de un pacto con Kirchner, y ella respondía que esperáramos las elecciones y ya lo veríamos. Lo que pude ver es que los legisladores de la Coalición Cívica votan con el macrismo en la Ciudad de Buenos Aires, y no así los del Frente para la Victoria.
Puede ser que Carrió apueste a que la gente se acuerde –como en la mayoría de las realizaciones de la vida– sólo de los aciertos de los que triunfan, pero corre el riesgo de no transmitir una imagen de seriedad. Es incomparable el ejemplo, pero, con ánimo de que se sienta horrorizada y cambie, me gustaría que por un instante se vea reflejada en el espejo de Moria Casán: también ella tiene  una lengua filosa y creativa, como cuando dijo de sus colegas: “En Mar del Plata no hay estrellas de mar (por los premios), sino cornalitos”. Carrió no debe hipotecar su capital intelectual compitiendo con Aníbal Fernández (“Carrió no tiene los patitos alineados”) en el verbódromo de la vulgaridad, tanto de formas como de conceptos. Se lo pide alguien que siempre votó por ella y sus candidatos para puestos legislativos y anhela algún día poder hacerlo para cargos ejecutivos.