Como en la
contratapa de la edición de ayer, sábado,
escribí sobre Shostakovich y Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero no puedo comenzar
ésta de hoy sin una reflexión sobre cuánto más sincero es el arte, aun cuando sea ambivalente y
disimule, que la política. Ambas actividades apelan a los sentimientos, pero quienes se dedican al
arte no lo ocultan. En cambio, los dedicados a la política recurrentemente disfrazan sus
sentimientos de razón para terminar hablándole al hígado en lugar de al corazón.
Esto sucedió con la economía esta semana, cuando, como pocas veces, un lunes comenzó tan mal
y un viernes terminó tan bien: muerte y renacimiento de las bolsas mundiales, que pasaron de una
caída récord a la mayor alza en veinte años. Pero aislados, los gráficos de los dos hechos no
explican nada. Peor aún, confunden todo. Gráficos parciales llevan a razonamientos incorrectos. Una
buena muestra es el que ilustra esta contratapa, inspirado en el ejemplo que daba Bertrand Russell
sobre el problema del conocimiento inductivo. Nuestro gráfico podría llevar de título “el
pollo lógico”, aquél que –como decía Hobbes– creía que “de los mismos
antecedentes se siguen las mismas consecuencias”.
En el eje horizontal del gráfico están los días de vida del pollo, y en el vertical, la
cantidad de alimento que recibe por día. Nuestro pollo lógicamente concluía que los humanos que lo
rodeaban estaban a su servicio. Su confianza aumentaba día tras día, al recibir más y más comida,
sin imaginar que la misma mano que lo alimentaba sería la que le retorcería el pescuezo. Pese a que
su sacrificio era inminente, cada vez se sentía más seguro. Y, no tan paradójicamente, su sensación
de seguridad (su riesgo país) alcanzó su punto máximo cuando el riesgo era el mayor. Hasta que un
día sucedió algo inesperado para el pollo, aunque no para su carnicero.
No sólo el pollo no pudo prever su trágico final: E.J. Smith, capitán del Titanic, escribió
en 1907, cinco años antes del más famoso naufragio de la historia: “Con toda mi experiencia,
nunca me he encontrado un accidente que sea digno de mención. En todos mis años en el mar, nunca vi
ningún naufragio y jamás he encontrado una situación que amenazara con acabar en algún
desastre”. El gráfico de la confianza del capitán Smith es el mismo que el de nuestro pollo
racional.
Quizá con esa misma arrogancia empírica, característica de quien valora exageradamente la
información factual, Cristina Kirchner salió el miércoles a decir: “Estamos viendo cómo
ese Primer Mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debemos llegar, se
derrumba como una burbuja”, sin tener en cuenta que, dependiendo de cuál fuera la baja de los
precios de las materias primas que la Argentina exporta, podría desaparecer el superávit comercial,
que a su vez, gracias a las retenciones, da origen al superávit fiscal. Además, en la edición de
ayer, sábado, PERFIL publicó un dossier sobre la crisis de los mercados, donde se compara los
movimientos de los precios de las acciones que cotizan en la bolsas más importantes, las 500
empresas testigo de Standard & Poor’s, con el de los precios de las acciones de las
empresas argentinas en la Bolsa de Buenos Aires desde julio pasado hasta septiembre, donde
claramente se ve que las caídas son las mismas.
Curiosa la relación del matrimonio Kirchner con la economía. Como nunca sucedió con otros
gobiernos, continuamente secretarios y subsecretarios del Ministerio de Economía y otras áreas
económicas del Estado renuncian porque se sienten maltratados por Néstor Kirchner, quien en su
evidente ninguneo a los economistas no hace más que demostrar cuánto interés, respeto y hasta
envidia tiene por sus conocimientos, confirmados tragicómicamente ahora con la apertura de una
consultora económica que conducirá su hijo, pero que todos imaginan que tiene al ex presidente como
economista jefe. También Cristina Kirchner refleja una relación neurótica con la materia: cada vez
que expone, le gusta dar las cifras con detallada, innecesaria y hasta complicadora precisión, con
decimales que no tienen la menor relevancia, excepto mostrar la memoria y la aplicación a
recordarlos de quien los expone.
El jueves, como una profesora de economía, la Presidenta dijo en la Unión Industrial que
resultaba contradictorio que asociaciones empresarias solicitaran que la inflación sea menor y, a
la vez, que la paridad real del dólar sea mayor, porque si se aumenta el dólar aumenta la
inflación. Por primera vez desde el Gobierno, incluyendo el de Néstor Kirchner, se reconoce
públicamente que “la mano mágica” de Adam Smith existe.
Había dos opciones en estos últimos años: el precio del dólar en pesos podría haber caído,
como sucedió con nuestros vecinos y en todos los países exportadores de materias primas cuando
éstas aumentaron, porque generaron mayor ingreso de divisas. O el precio del dólar se podía
mantener, pero teniendo como contrapartida más inflación. Finalmente, el precio del dólar en
términos reales sería el mismo, porque costaría menos en pesos, pero el promedio de todos los demás
precios de la economía sería también menor, o todo –nominalmente– costaría más pesos:
el dólar y el resto de los precios.
De ser tal como dijo la Presidenta y piensan los economistas ultraortodoxos, ¿cuál era el
modelo del dólar alto o cambio competitivo si finalmente éste, más tarde o más temprano, se
equilibra por la inflación?
En realidad, había una forma de que el dólar se mantuviera alto sin generar inflación, pero
era tan costosa como mantener la convertibilidad: gastar menos. En los 90 para no endeudarse y en
la era Kirchner para tener un superávit fiscal mucho mayor y comprar todos los dólares que sobraran
de las exportaciones después de haber pagado las importaciones más otros componentes de la balanza
de pagos.
Pero no sólo Cristina Kirchner salió a regodearse con lo que algunos, sin mucha seriedad,
califican de 11 de septiembre de la economía, la caída del Muro de Berlín de Wall Street o el fin
del imperio. Todos los países donde existen motivos para el resentimiento económico tuvieron
políticos que hicieron declaraciones con algún grado de miopía o ceguera mental.
Somos seres muy complejos. ¿Por qué quienes están a favor del aborto también se oponen a la
pena de muerte? ¿Por qué quienes están a favor de la libertad sexual tienen que estar en contra de
la libertad económica individual? Preguntas que se formula el autor de El cisne negro, el impacto
de lo altamente probable, Nassim Nicholas Taleb, nacido en el Líbano pero egresado de Wharton,
Pennsylvania, la mayor universidad de negocios del mundo, que se hizo millonario utilizando los
derivados financieros, la creativa herramienta que originó, con las hipotecas insolventes, la
actual crisis. Taleb es un adversus mathêmaticus: defiende la ignorancia erudita de quien siempre
se siente insatisfecho de su propio conocimiento.
Le haría muy bien a Néstor y Cristina Kirchner leer este libro: ellos también son cisnes
negros aunque, como el pollo de Bertrand Russell, no lo sepan.