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Palabras vivas

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Una amiga me manda unas notas muy graciosas del Negro Fontanarrosa en las que se burla de los nuevos modismos de lengua inglesa que reemplazan a expresiones muy nuestras. Yo le digo que hasta los tipos muy talentosos suelen decir boludeces de vez en cuando. Es muy gracioso lo que dice el Negro y una se sonríe pero si lo piensa, se da cuenta de que nada de lo que dice tiene sentido. El lenguaje no es algo estático, es un organismo que se mueve y cambia y progresa y atrasa y hace todo lo que hace alguien o algo que está vivo. El latín, el sánscrito, no se mueven, no incorporan nuevas palabras o palabras  ajenas porque están muertos. El castellano vive y el “argentino”, si es que existe un lenguaje argentino, también está vivo. Y bien: los idiomas que viven respiran y se alimentan, roban y piden prestado, adoptan y rechazan, como cualquier ser vivo: los sabios atómicos o las cucarachas. Viven, cambian, se modifican. Y hemos adoptado palabras de todos los otros idiomas que se hablan y se escriben en el planeta. Si yo digo dame la almohada, estoy usando una palabra árabe; si digo andá al living, uso una palabra inglesa. Aparecen palabras de otros idiomas, sí, las pedimos prestadas o las robamos, sí,  las usamos, sí, y un día o desaparecen o se quedan para siempre y llegan al Diccionario de la Real Academia. Y en los otros idiomas vivos pasa lo mismo: se roban o se piden palabras de otros lenguajes, se usan hasta que las academias y los diccionarios las aceptan y los lenguajes se enriquecen y siguen viviendo. Porque el idioma no se hace de arriba para abajo, sino de abajo para arriba: no nace ni se modifica en las academias y en los diccionarios (que son útiles y que siempre deben consultarse), sino en la gente, en los jóvenes, en los delincuentes (el lunfardo, el cockney, el argot), en los albañiles tanto como en los doctores. Y esas palabras o se esfuman o se van incorporando al habla de todos los días y llega el momento en el que la Academia dice pongámosla en el diccionario. Hay palabras muy útiles que hemos adoptado porque son más prácticas que las que teníamos. Un ejemplo perfecto es “delivery”, que es mucho más cómoda, práctica y gráfica que “reparto a domicilio”. Y es por eso que se va adoptando y una ve una vidriera que dice Gran Parrilla El Asado Criollo. Y abajo: delivery. Perfecto, está perfecto. ¿La palabra es extranjera? Y, sí, pero va a terminar por ser argentina. Y es que en el lenguaje, como en la vida, no hay nada mejor que el mestizaje. No hay nada en la naturaleza ni en la cultura que sea puro, por suerte: todo es una maravillosa mezcla. Y buscar la pureza, del lenguaje o de lo que sea, es suicida. Hubo un enano de bigotito ridículo que buscaba la pureza de la “raza” y usted sabe en qué terminó eso. Y si una va a un diccionario etimológico se va a dar cuenta de que todas nuestras palabras vienen de otra parte. Del griego, del latín, del árabe, del italiano, del idisch, del chino, del francés, de donde sea. El castellano, como los otros idiomas, es un idioma extranjero, pero eso sí: es el nuestro y por suerte está vivo.