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Palabras y sonidos

Hay palabras que suenan maravillosamente bien, aunque lo que digan no sea maravilloso.

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Hay palabras que suenan maravillosamente bien, aunque lo que digan no sea maravilloso. A mí la palabra batasuna me parece preciosa, pero no tiene nada de precioso lo que hay detrás de ella. ¿Y qué tal alféizar? Bellísima. A Borges le gustaba la palabra sombra. Explicó una vez que no era que le gustara la sombra; que lo que le gustaba era el sonido de la palabra. La sombra y los alféizares no tienen nada de siniestro (a veces sí: ver Frankenstein y ciertos cuentos de hadas) y guadamací, tampoco y accidentología, un poco complicada, concedo, suena muy bien y muy científica, pero lo que trae detrás es más feo que negro con moño. La accidentología, como su nombre lo indica, es el estudio (serio) de los accidentes, y en este momento nos suena bastante porque no hay como abrir el diario para ver cuántos muertos hubo en la ruta de ayer a hoy y cuántos de ellos tenían entre uno y 20 años y cómo fue que se chocaron de frente a 190 kilómetros por hora cada uno y cada cual. Eso, claro, no fue un accidente, y en mi modesta opinión la accidentología no tiene nada que ver con dos chiflados que posiblemente estuvieron hasta media hora antes del choque tomando de más, o no; eso fue una matanza, masacre, exterminio, liquidación o lo que se quiera, después de lo cual quedan sangre, vidrios, un zapato de charol con tirita, un termo roto, una manta tejida color rosa, un portafolios abierto, una docena y media de cd’s, un mapa de rutas manchado de barro y yerba, botellas de plástico vacías de Pepsi-Cola, un animalito de peluche sin cabeza, un reloj pulsera de esos modernos plateados y con correa de todos colores, dos biromes quebradas, otro zapato pero marrón y con cordones, gemelos, bolitas, revistas, espejitos de cartera, encendedores. La accidentología se ocupa de las causas de los accidentes, los clasifica y los pone en estadísticas, y nosotros nos ocupamos del dolor. Decimos ¡qué barbaridá! Y cerramos el diario.