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Para siempre

Por Jorge Fontevecchia |Imaginar la posibilidad de esekirchnerismoeterno justifica a sus críticos a no concederle la razón en nada.

Cristina-Eva: pesadilla de un kirchnerismo eterno.
| Cedoc Perfil

Hay quienes temen que el kirchnerismo no sea un fenómeno coyuntural, sino una marca indeleble en el sistema político argentino, como fue el peronismo en los 40 y 50. Y hasta una huella más profunda aún porque al peronismo lo interrumpieron golpes militares, inimaginables en el siglo XXI, mientras que el kirchnerismo podría –si fuera votado– continuar en el poder ganando elecciones ininterrumpidamente con candidatos propios o manejables.

Argumentan que el kirchnerismo, con la misma lógica de crear un feriado puente pago cada mes, antes de las elecciones sancionará un Código del Trabajo y Seguridad Social con beneficios para los trabajadores emulando a los que hicieron popular a Perón primero como secretario de Trabajo y Previsión y luego como presidente. Por entonces se instauró el aguinaldo, la jornada laboral de ocho horas, las vacaciones pagas y las indemnizaciones, y en 2015 esas mejoras serían el reparto de utilidades de las empresas entre sus empleados, la duplicación de licencias por embarazo y paternidad, el incremento de la indemnización mínima y la creación de comités de seguridad e higiene dentro de cada empresa.

Imaginar la posibilidad de ese kirchnerismo eterno justifica a sus críticos más acérrimos a no concederle la razón en nada y aprovechar cada desacierto del Gobierno para machacar hasta el cansancio, apoyados en la creencia de que vale todo porque, si no se lo detiene, se perpetuará en el poder. Quizás ésa sea la perspectiva de la propia Cristina Kirchner al decir que los generales ahora son mediáticos, viéndose a sí misma invencible en las urnas, salvo que otra forma de violencia de los poderes fácticos –antes con balas de plomo y ahora con “balas de tinta”– cree una situación diferente y un cambio de humor incluso entre los más humildes.

Valdría preguntarse si ésa es la mejor defensa frente a un eventual “kirchnerismo eterno” (hipótesis que desde esta columna siempre se ha minimizado), o si de existir tal posibilidad no se termina agrandándola, al combatir a los K como si se tratara de una guerra, creando la paradoja del agujero del que cuanto más se saca, más se agranda.

Freud hablaba del goce que producía lo prohibido y del límite como constructor de deseo. Con Perón ya en el exilio, y tras múltiples campañas acusándolo de todo tipo de defectos, en los años 60 las hinchadas de fútbol cantaban “Puto o ladrón, lo queremos a Perón”. La crítica de quien siempre critica todo anestesia su efecto y no pocas veces logra lo contrario al confirmar al criticado que va en el camino correcto.

Y valdría aún más reflexionar seriamente, dejando de lado los fantasmas que emocionan los pensamientos, para poder divisar las diferencias entre lo que busca parecerse a algo y lo igual o realmente parecido. A todos los interesados en profundizar sobre cómo la política se interrelaciona con la distribución de la renta les interesará leer el libro El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, quien explica hasta la Revolución Francesa en clave económica: “Francia presentó el crecimiento de su población a un ritmo sostenido a lo largo del siglo XVIII, desde fines del reinado de Luis XIV hasta el de Luis XVI, al punto que su población se acercó a los 30 millones de habitantes en la década de 1780. Todo permite pensar que, en efecto, ese dinamismo geográfico, desconocido durante los siglos anteriores, contribuyó al estancamiento de los salarios agrícolas y al incremento de la renta de la tierra en las décadas previas a la deflagración de 1789. Sin hacer de ello causa única de la Revolución Francesa, parece evidente que esta evolución (N de R: algo más abundante en contraposición con algo más escaso) sólo incrementó la creciente impopularidad de la aristocracia y del régimen político imperante. Se desarrollaba una nueva miseria urbana, más visible, más chocante y en ciertos aspectos más extrema que la pobreza rural”.

Salvando las distancias, situaciones demográficas similares a la de Argentina de 1940, cuando su población había crecido enormemente gracias a la inmigración acelerada por las guerras mundiales en Europa, y la mudanza del campo a los conurbanos de las grandes ciudades, preferentemente la de Buenos Aires. Fenómeno que no se produce en la Argentina actual porque la inmigración de los países vecinos, aunque notoria, es incomparablemente menor que la que se produjo en nuestro país entre 1910 y 1940.
Pero en Brasil sí se generó un fenómeno demográfico décadas después que en Argentina, ya no por efecto de la inmigración, sino por el aumento de la tasa de natalidad y la prolongación de la duración de vida, lo que triplicó su población entre 1970 y 2000 en mucha mayor proporción en las clases bajas, haciendo surgir un líder obrero como Lula que, tras la última reelección de Dilma, ya le aseguró 16 años de gobierno al PT.

Las mejoras laborales que introdujo o podría introducir el kirchnerismo no son comparables con las de Perón en los años 40, ni tampoco con las de Lula en Basil, que realmente elevaron de clase baja a clase media a casi un tercio de la población, fenómeno nunca visto antes en ese país, mientras que aun en el mejor momento económico del kirchnerismo, en 2008, los ingresos de la clase media baja argentina nunca fueron mayores que los de sus padres en los años 60.

En El capital en el siglo XXI Piketty escribe: “La historia de las desigualdades depende de las representaciones que se hacen los actores económicos, políticos y sociales de lo que es justo y de lo que no lo es, de las relaciones de fuerza entre esos actores y de las elecciones colectivas que resultan de ello”.

Piketty también señala que “en Francia el clima adverso al capitalismo fue intensificado por el hecho de que muchos miembros de la elite económica colaboraron con la ocupación nazi”.

Con Francia, la Argentina comparte la frustración de haber sido el país más importante de Latinoamérica en nuestro caso y de Europa en el suyo, para pasar a ser el tercero.

Quizás para siempre Argentina mire con recelo al capitalismo, pero sería un error confundir ese resentimiento ante el éxito que nos caracteriza, con un “ser en sí” mayoritaria y perennemente kirchnerista.