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Pasión por la paranoia

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Convendría andar con cuidado en esto de agitar climas de pre-terrorismo. Y no es por desmerecer la importancia de los intentos de atentados con bombas caseras y básicas en el cementerio de Recoleta y en la casa del
juez Bonadio. Sino por lo que vino después y lo que vendrá ahora.
De repente, de un grupo de trasnochados anarquistas pasamos a alertas de supuestas bombas en sitios claves como debajo del Obelisco y Aeroparque, que terminaron siendo una TV vieja y un paquete de sábanas. O a la detención de dos jóvenes argentinos, presuntos militantes de Hezbollah, justito en este momento, tras una denuncia anónima.
En su salsa, Patricia Bullrich se pone obviamente a la cabeza de la lucha contra estas teóricas amenazas. Cuenta con dos respaldos importantes al respecto: su política de seguridad tiene el apoyo del Presidente y de buena parte de la población, que la valora como a ningún otro antecesor en el cargo. Además, cuenta con el seguimiento de medios y periodistas influyentes que, por razones variadas, aplauden durezas mayores. Se sabe que la paranoia alienta el disciplinamiento social.
De manera conveniente, se omiten ciertos papelones de esta gestión a la hora de agitar fantasmas. Como el año pasado, cuando se intentó instalar especialmente con propagandistas sureños que la Patagonia iba a estallar por el mapuchismo extremista del RAM (en otra sucesión de casualidades, ayer volvió el tema). O hace pocas semanas, al detener tras los incidentes frente al Congreso a un turco y a dos venezolanos, a los que falsamente se los conectó con grupos globales antisistema o al espionaje de Maduro.
Estas situaciones serían anecdóticas si no fuera que se viene el G20, el mayor examen que el mundo le tomará a la Argentina en materia de seguridad, aunque no se vincule a la problemática que demanda resolver la sociedad. Pero se convierten en dolorosas ante lecciones no aprendidas tras los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA, sobre los cuales nunca se hizo justicia. Deberíamos haber incorporado ya la distinción entre la inteligencia preventiva rigurosa y las bombas de humo.