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Patria esquizofrénica

Mis hijos están juntando figuritas del Mundial, que empezó el jueves pasado. Me acordé de una tarde en la que estaba solo en el patio de la casa paterna mirando mi colección de superchapitas, unas figuritas hechas de chapa que tenían la foto de los jugadores de fútbol del torneo argentino.

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Mis hijos están juntando figuritas del Mundial, que empezó el jueves pasado. Me acordé de una tarde en la que estaba solo en el patio de la casa paterna mirando mi colección de superchapitas, unas figuritas hechas de chapa que tenían la foto de los jugadores de fútbol del torneo argentino. Recuerdo la cara del Mono Irusta, con un buzo azul. Recuerdo la cara del Beto Alonso, casi un beatle, con la camiseta de River. Tocar las figuritas, pasarlas como si fueran un mazo de cartas de una mano a la otra, era una sensación genial. También me acuerdo de que con mis amigos jugábamos al espejito, que consistía en poner una figurita contra la pared e ir tirando las otras tratando de derribarla; las que no daban en el blanco quedaban esparcidas alrededor de la que hacía de espejo y, cuando alguien acertaba a tirarla, se las llevaba todas. Eso era mortal.

Había una palabra que ahora se fue de la lengua y que no se usa más para describir cuando perdías todas las figuritas: melar. Cuando te melaban era una catástrofe. Se decía: el japonés Uzu lo meló al gordo Noriega. ¡No! ¿En serio o me estás jodiendo? Y se corría la voz.

También estaban las benditas figuritas difíciles. Las que impedían llenar el álbum. La 29 del Zorro. Nunca nadie la tuvo. Se decía que un chico pelirrojo que jugaba al fútbol en la parroquia Santa Amelia tenía una, pero nunca la vimos.

Las figuritas del Mundial 74 tenían una difícil, la de Mwanza Mukombo, un jugador de Zaire. El gordo Noriega tenía dos. Se la tratábamos de cambiar con cualquier cosa, pero él resistía la tentación. Quería tener las dos: eso le daba cierto prestigio insondable.

Cuando pasaron los años y le tocó ir a la Guerra de Malvinas pensé mucho en él. Sobre todo cuando volvió. Como un pasajero más en el último tren de la noche. No sé si en el 82 había figuritas, pero me imagino que sí. La esquizofrenia propia de eso que llaman “patria”: chicos muriendo en Malvinas mientras otros jugaban un Mundial en España.