COLUMNISTAS

Pedido de auxilio

Marcus Schrenker es un joven empresario de Indiana. Los verbos hay que conjugarlos en presente, aunque él pretendió que no, para referirse a su vida y a su obra.

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Marcus Schrenker es un joven empresario de Indiana. Los verbos hay que conjugarlos en presente, aunque él pretendió que no, para referirse a su vida y a su obra. El 11 de enero de este año se sube a su Piper Malibu, una linda avioneta privada. Poco después, mientras sobrevuela Alabama, envía por radio un dramático pedido de auxilio: se le ha roto el parabrisas de la aeronave, él sangra en abundancia, su vida corre peligro. Después se tira en paracaídas: suponemos que cayó parado. Más tarde, un puñado de alguaciles federales, munidos de linternas y de buenas intenciones, encuentran el avión caído en un pantano del estado de Florida. Pero siguen buscando todavía y es así que encuentran más: encuentran al propio Marcus Schrenker, escondido en un camping de la zona. Es cierto que sangra y que menciona con insistencia la muerte, pero sangra por unos tajitos sonsos que él mismo se hizo en los brazos, y de muerto lo único que tiene es la cara dura y la ambición de impunidad.

A los suspicaces argentinos, que en su momento no pudimos recibir la noticia del suicidio del empresario Yabrán sin agregarle de inmediato versiones pobladas de disparos falsos, cirugías faciales y fugas al extranjero, la historia de Schrenker no habrá de sorprendernos. Pero sabemos que toda muerte, incluso cuando es falsa, expresa una verdad. Schrenker enfrenta un proceso por defraudación de inversores (y ahora otro proceso más, por falso pedido de auxilio). Es la crisis financiera del mundo la que le inspiró la ficción del accidente aéreo. Si vivió por tanto tiempo en la ficción de las inversiones inmobiliarias, ¿por qué no iba a morir también de ficción, también en una ficción?

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La cara verdadera de esta ficción de muerte son los suicidios reales que se vienen produciendo últimamente. Así pasó también después del crack de 1929, si bien con cifras mayores, porque la crisis a su vez era mayor. Quien crea que sería feliz en la vida con sólo tener un Jaguar se sentirá perplejo con la historia del inversionista Steven Good, que se mató pegándose un tiro en su Jaguar en las afueras de Chicago. Por lo visto, se matan esos mismos que siempre ganaron, por una vez que les toca perder: no está en sus planes, no lo admiten, no lo soportan. Se matan los multimillonarios cuando caen a millonarios y se matan los millonarios cuando caen a la normalidad. Se matan ellos más que los perdedores de siempre: los empleados prescindibles que caen en la pobreza, los pobres de toda pobreza que caen en la indigencia.

No sabemos si el capitalismo va a engendrar a sus propios sepultureros, aunque esperamos que sí. Mientras tanto, como variante, engendra a sus propios suicidas. Y habiendo suicidas, ¿no habrán de venir a continuación, lo uno con lo otro, llamados por la necesidad y aun más por la ocasión, los anunciados sepultureros? Es una tentación pensar que sí, pero las cosas no tienen que desarrollarse necesariamente de esa manera. Por lo demás, la del suicida es una figura que expresa bien este presente del capitalismo agrietado, justo cuando se creía más sólido y acaso invulnerable; pero no agota la imagen por completo. Hay que agregarle, por lo pronto, al pillo de Marcus Schrenker. Al menos para que nos recuerde lo que hay en el capitalismo de cinismo y de falsedad, de volador y paracaidista, de sobrevivencia en el fraude, de hundir mundos en pantanos para escapar y salvarse, de caer parado siempre, de darse por muerto por pura conveniencia sembrando en torno el engaño y la destrucción.