COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Periodismo o lucecitas montadas para escena

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BOUDOU. La opinión pública, víctima de imágenes espurias. | Cedoc Perfil
Desde su designación, este ombudsman de los lectores de PERFIL ha definido varias veces que su función es múltiple, basada en tres objetivos orientados a mejorar la relación entre sus defendidos y el diario, a puntualizar errores y a mostrar un camino ético y profesional que acompañe el crecimiento de los redactores y editores, siempre con la vista puesta en los destinatarios de sus tareas. Esos tres pilares son: responder a las críticas e inquietudes de los lectores acerca de contenidos en textos, títulos y criterios de edición, reclamando –cuando cabe– explicaciones a los responsables de cada sección y del diario en general; hacer lo propio, de oficio, cuando el ombudsman registre errores o desviaciones negativos en lo que se publica, se trate de un breve suelto perdido entre sus páginas o del editorial de la contratapa; y –considerando que el lector de PERFIL puede ser también (de hecho, casi siempre lo es) una persona que busca la mejor información, en este diario y en otros medios– una fuente de recursos teóricos y prácticos para separar la paja del trigo, como ha titulado en alguna de sus columnas durante 2017.

En el año que hoy termina, han sucedido acontecimientos demandantes, cada semana, de la intervención de este ombudsman, que ha seleccionado algunos por dos motivos: para recordarlos y recuperar así palabras e ideas, y para intentar cerrar la brecha entre quienes piensan, actúan y escriben distinto, muchas veces enfrentados y casi siempre ubicados en uno u otro margen del río que sirve de frontera entre miradas opuestas. La brecha o –como se señalara desde esas columnas– la polarización se ha cerrado un poco, pero aún se mantiene en los extremos.

La palabra que con mayor intensidad ha prendido (conscientemente o no) en la opinión pública es la posverdad, a la cual la Real Academia Española acaba de darle legitimidad en su diccionario definiéndola como aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, “sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público”. Sobre ella escribí al menos dos columnas. “Crecientes sectores de las sociedades compran la idea de que la realidad es lo que queremos que sea, idea esta fogoneada por verdaderos arquitectos de los mecanismos de comunicación”, decía entonces y advertía sobre el peligro de que tanto soporte en la posverdad terminara por fluir hacia la poscensura. Citaba: “La censura ya no la ejercen ni el gobierno ni el poder económico, sino grupos de decenas de miles de ciudadanos que no toleran una idea discrepante, que se realimentan entre sí, que son capaces de linchar a quien, a su juicio, atenta contra lo que ellos consideran incontrovertible y que ejercen su papel de turbamulta incluso sin saber muy bien qué están criticando”. En esos textos, también incluí este: “Son tiempos en los que la verdad se relativiza y queda subordinada, en buena medida, a los variables humores de quienes la aborden. En este sentido, lo que está sucediendo con la opinión pública (en particular por el acceso irrestricto a crecientes formas de comunicación no tradicionales, como las redes sociales) se está acercando más a una realidad construida que a la realidad misma”.

En noviembre pasado, advertía: “Hoy, separar paja de trigo también es un desafío difícil, por momentos imposible, al menos en la metáfora y la práctica comunicacional: lo verdadero y lo falso, lo importante y lo innecesario van caminando a la par, y transitar el sendero de la verdad es un arduo trabajo cotidiano. Más, cuando las redes sociales –ese monstruo creciente que amenaza con devorar cuanta certeza se le cruce por el camino– están habitadas por personajes más o menos reales que las emplean como cotos de caza para capturar incautos”.

Ya había tocado el tema de esa realidad irreal montada para escena: cuando el ex vicepresidente y multiprocesado Amado Boudou fue detenido en un operativo cuasi cinematográfico, preguntaba: “Lo que percibimos a través de imágenes impuestas desde las pantallas de la televisión ¿es la verdad o lo que los medios construyen para que lo parezca? La detención (…) devino show mediático motorizado por el juez que lo procesa”. Concluía: “Escena perfecta en escenario perfecto con vestuario perfecto para montar un docudrama trocado en comedieta. ¿Sirvió? Les sirvió a los medios, sin dudas, y también al juez, probablemente al Gobierno y seguramente no al ciudadano de a pie, que salta de asombro en asombro”.

Por cierto, la revisión de las columnas de 2017 no se reduce a estos pocos ejemplos. Sirve, sí, para ratificar que este ombudsman continuará con su tarea de escuchar a los lectores, acompañarlos en sus inquietudes, incomodar a directivos y redacción de PERFIL y defender los principios éticos y profesionales del maravilloso oficio del periodismo.
Que 2018 sea un buen año para los periodistas probos y los destinatarios de su trabajo.