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Plan de lecturas

Nada menos parecido a un plan de lecturas que los libros que se acumulan para leer en el verano: un equilibrio inestable entre la curiosidad y la obligación, una zona turbia donde se mezclan las deudas (los libros que debí leer) y los compromisos (los libros que tendré que leer).

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Nada menos parecido a un plan de lecturas que los libros que se acumulan para leer en el verano: un equilibrio inestable entre la curiosidad y la obligación, una zona turbia donde se mezclan las deudas (los libros que debí leer) y los compromisos (los libros que tendré que leer).
No tanto un plan, que mal que mal responde a la lógica del sistema, sino una sencilla “lista”, que responde a la lógica de la serie aberrante (en la medida en que los que se suceden son organismos completamente heterogéneos).
Pienso en los libros que oprimirán como una pesadilla mis tardes y mis noches de enero y de febrero. Me propongo leer Gravity’s Rainbow de Thomas Pynchon (en inglés, hasta donde pueda), la monumental biografía de Osvaldo Lamborghini que debemos a Ricardo Strafacce, Pedro Páramo de Juan Rulfo (esta vez, como una mera historia de fantasmas), los Cuentos de la era del jazz de Fitzgerald y un par de obras de teatro de Brecht (para ir completando el repertorio). De los últimos libros recibidos, quisiera terminar La novela luminosa de Mario Levrero y Frío en Alaska de Matías Capelli.
Tendré que revisar la traducción del Cornets de Rainer Maria Rilke y de Moskauer Tagebuch de Walter Benjamin. Seguramente iré posponiendo estas últimas lecturas, que nunca me entusiasman y para las que no tengo ninguna paciencia, hasta que se me imponga la conciencia de que ya no llego.
De todos modos, lo que más me asusta es Pynchon, porque para la lectura de El arco iris de gravedad (lo comprobé hace años), es fundamental el envión inicial.
De modo que espero comenzar el año con viento a favor, y a toda vela. Para lograrlo, ya me he sumergido en un par de novelones (cualquiera de P. D. James siempre sirve, Bajo el volcán de Lowry, también). La lectura también necesita de un entrenamiento, una gimnasia al mismo tiempo óptica e intelectual. Ninguna de las lecturas que tengo por delante (salvo, tal vez, el caso de Castaneda) involucra seriamente mi propio pensamiento y es por eso que me convienen las calistenias previas, la concentración y el ritmo del maratonista (sin prisa, pero sin pausa).