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Pobres e idiotas

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¿Dónde hay algo que, sin ser la ilusión de la verdad ni comulgar con el mito de la salvación, se parezca a lo posible de ser experimentado en plan de belleza? Se busca en el arte la promesa profana de lo digno de ser tenido en cuenta cuando uno quiere tener algo con lo que contar para vivir una vida que se sabe vivida, una vida capaz de alcanzar alguna vez las dimensiones del sueño. Dicho de otra manera, lo mejor se ha perdido y el arte se ha vuelto entretenimiento, como bien comprobé el otro día.

Buscando programación de cine en internet me encontré con una página que prometía acción suspenso drama comedia negra intriga aventura romance comedia romántica drama violencia ciencia ficción manga japonés y pornografía italiana (revisé algunos títulos en homenaje a los opulentos recuerdos de mis años mozos) y no encontré, por supuesto, nada que no fuera mera ficción pochoclera. El mercado de la producción de emociones estéticas no es el universo impoluto de la ética, pero el goce de la violencia primitiva y de los sentimientos cursis y edulcorados ocupa prácticamente todo el espectro, con el consiguiente empobrecimiento reinante y el progresivo embobamiento de las próximas generaciones.

Por supuesto, esto no se limita al cine, aunque si uno contempla las producciones hollywoodenses tendería a pensar que el gobierno estadounidense planifica sus operaciones sólo para servir siempre nuevos argumentos de ficción con nuevos enemigos de rostros cambiantes. Es posible que –aunque eternamente exportable– esa filmografía tenga por propósito casi único el público interno, de lo contrario tendrían al menos la gentileza intelectual de no dar siempre por hecho que la defensa de un país se realiza a 5.000 kilómetros del terruño de origen. La producción televisiva, al ser más barata, resulta (salvo notables excepciones) aun más estúpida.  Ni hablar de lo que se hace en nuestro país. Nuestra idiotización es profunda y es menor y es obscena, pero nadie diría que se trata de un plan deliberado, porque hasta la construcción de una conspiración siniestra implicaría un grado de inteligencia que no se ve aplicada. Cierto que la inteligencia carece de representación, y eso por un sencillo motivo: es más difícil de ser detectada que la pícara estupidez de los astutos cretinos que ocupan la pantalla. Desde luego, en el reino de las emociones insignificantes y los melodramas bastardos, nada mejor que interesarse por las operaciones sentimentales ajenas, difundidas a toda hora por todos los canales. Para marcar ese declive o derrumbe, basta con un ejemplo: en su poema Aullido, Allen Ginsberg vio a las mejores mentes de su generación destruidas por la locura, hambrientas, histéricas, desnudas. Años más tarde, nosotros sólo vemos a Jorge Rial reconciliándose con su novia antes de que ella debute en “Bailando por un sueño”.