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TURNER GO CAZA EL FUTBOL, FIN DEL CASTING Y BAUZA TECNICO DE LA SELECCION

Pokemon, hachazos y el día del arquero

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“Es la lógica del beneficio, mi querido Shelton. Se construye para ganar dinero. Y para seguir ganando más, a veces es necesario destruir”
Marlon Brando (el agente inglés William Walker), explica su plan en “Queimada” (1969), dirigida por Gillo Pontecorvo (1919-2006). 

Un pesimista, dicen, es un optimista con información. Tal vez. Más allá del deseo o la ilusión, vivimos tiempos que no ayudan a eludir la desesperanza. El jueves pasado, por ejemplo, fue un día bastante perturbador. 

A mediodía caminaba por Libertador mientras enumeraba los trámites que aún me faltan para recuperar los documentos y las tarjetas que, junto al teléfono y hasta el saco, me robaron el sábado a punta de pistola. De pronto, ¡ops! Fui embestido por un joven que salió de su edificio hipnotizado por la pantalla de su celular. “Sory, cazo un pokemón”, dijo, sin mirarme. Por sus gestos y la sonrisa congelada, le iba bien. 

Mejor, seguro, que al enorme operativo de seguridad desplegado en pleno Centro para cazar a una anciana de pañuelo blanco que en diciembre cumplirá los 88. Ni hablar del rejuntado olímpico que le tiraron por la cabeza al pobre Olarticoechea, que perdió mil goles y el partido del debut con Portugal. Por la noche, ruidos antitarifazo y debates sobreactuados en la tele. Ay. 

Cada vez que pienso que no hay más lucecita allá lejos, en el túnel oscuro de Gaby, me consuelo leyendo sobre el curioso fenómeno sucedido a principios del siglo XX en Viena, la capital del decadente Imperio Austrohúngaro. De las cenizas de esa ciudad azotada por el desempleo, la corrupción, el racismo, la falta de salud y la insensibilidad social de una aristocracia frívola y eternizada en el poder, que no percibía la gravedad de la crisis, surgió una vanguardia que iba a revolucionar la cultura de la época. 

Juntos y en el mismo lugar, Sigmund Freud y el psicoanálisis, Adolf Loos y la arquitectura moderna, Arnold Schomberg y la música dodecafónica, Hans Kelsen y la teoría pura del derecho, Ludwig Wittgenstein y su Tractatus Logico-Philosophicus; más los retratos de Kokoschka y la poesía de Rilke. Un plantel de pura virtud, surgido del caos. 

¿Entonces? Todo es posible. Hasta que el fútbol argentino se arregle. ¡Animo, compatriotas! Existe un mundo mejor. Carísimo. 

Fuera de agenda y luego de recibir al simpático John Kerry, el Dady Brieva del Primer Mundo, Mauricio Macri se reunió con Joel Whitten, vicepresidente de distribución y marketing de Turner Latinoamérica, impecable con su traje oscuro y chaleco bordó. Allí, sonrientes y acompañados por dos Fernandos, el secretario De Andreis y Marín, liquidador de Fútbol para Todos –intuyo que un tercer Fernando, Niembro, andaría por ahí–, oficializaron una oferta largamente negociada. 

Turner pagará 7.500 millones de pesos por tres años y mantendrá –juran, con los deditos en cruz– la gratuidad del sistema hasta 2019, cuando aplicarán un pay per view, como en todo el mundo civilizado. Habrá acuerdo, siempre y cuando se les asegure un marco de “seguridad jurídica”. Es decir, que a ningún nuevo gobierno se le ocurra romper el contrato, como el Estado hizo en 2009, y como lo hace ahora, atendiendo al ruego firmado por los dirigentes de AFA, desesperados por una moneda. Mmm… Difícil que el chancho chifle, boys. 

El fútbol, como cualquier hijo de vecino, tendrá que arreglárselas como pueda en lo que queda del año. Turner –que planea un negocio “a largo plazo” y la compra de Telefe por 300 millones de dólares, o América como plan B– quiere arrancar recién en 2017, y a los clubes sólo les queda la oferta del Gobierno, que pasó de los 2.500 millones de pesos prometidos en pleno furor por la Superliga a módicos 1.800. Armando Pérez, rey de la Comisión y el fallido, ofreció un extra de 35 millones de pesos al Ascenso que no emocionó a nadie. Así las cosas, si no hay más dinero, las categorías chicas y la Primera –con fixture oficial a partir del 19– podrían comenzar sus torneos el día del arquero. Literalmente.

Edgardo Bauza tiene la mirada mansa, la voz grave, un físico fibroso a los 58 y un rostro duro, tallado a hachazos. Mide 1,89, lo que explica su apodo: el Patón. Fue un zaguero recio y caudillo, campeón y símbolo en Rosario Central, cuarto en la tabla de defensores goleadores de todos los tiempos: 108 tantos, detrás de Ronald Koeman (193), Passarella (134) y Fernando Hierro (110). Nada menos.

Como entrenador, tiene un mérito notable: ganó la Copa Libertadores con dos equipos primerizos: la Liga de Quito, en 2008, y San Lorenzo, en 2014. Y otro, más bien extravagante: fue el elegido de don Armando, que no recordó su nombre cuando repasó su infinita lista y luego confundió Rusia con Francia cuando habló del próximo Mundial. 

Por cierto: que Pérez, de última, haya citado a Carusito para charlar sobre una supuesta Selección local, de los cien barrios porteños, o algo así, fue el último gag de una pésima comedia. No hacía falta llegar a tanto; es decir, a tan poco. La picardía, el chiste fácil, el cotorreo, el mal gusto y la pelea también tienen su límite. Si no se puede manejar eso, ¿qué otra cosa? 

Sereno, firme pero amable, Bauza refutó a quienes lo estigmatizan como “ultradefensivo” y fue sensato cuando habló de Messi. Lejos de la histeria y la obsecuencia de los que temen perder la gallina de los huevos de oro, dijo que su idea no es “convencer a nadie” sino hablar, contar su idea y después “ver qué sale”. Messi volverá. Por ganas o por trabajo. Ni los extraterrestres se salvan de la presión de los sponsors.

Bauza es una buena noticia en tiempos agónicos. Profesional de bajo perfil, honesto y con las ideas claras, se las verá con un grupo de cracks de elite con más problemas en la cabeza que en los pies. 

Ojalá tenga suerte. 

Y si tampoco puede él con ellos… bueh. Como decía Woody Allen en Annie Hall, olvidémonos de la psicología y vayamos todos a Lourdes.