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METODOLOGIA DEL PODER

Política, consenso, confianza

Durante los últimos meses, diversas voces en el campo político de la oposición han insistido en la necesidad de la negociación, de la búsqueda de consensos, de la formulación de acuerdos mínimos, con el fin de clarificar una situación marcada por el ejercicio, por parte del Gobierno, de una lógica de la crispación y la confrontación asociada a un desprecio explícito del mensaje que se expresó en las últimas elecciones legislativas. Coincido plenamente con esa voluntad de diálogo. Dicho esto, me parece importante profundizar algunos aspectos de la situación.

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Durante los últimos meses, diversas voces en el campo político de la oposición han insistido en la necesidad de la negociación, de la búsqueda de consensos, de la formulación de acuerdos mínimos, con el fin de clarificar una situación marcada por el ejercicio, por parte del Gobierno, de una lógica de la crispación y la confrontación asociada a un desprecio explícito del mensaje que se expresó en las últimas elecciones legislativas. Coincido plenamente con esa voluntad de diálogo. Dicho esto, me parece importante profundizar algunos aspectos de la situación.
Un primer problema tiene que ver con los alcances de la negociación. La búsqueda de un núcleo de acuerdos, que debería ser independiente del resultado de las próximas elecciones presidenciales, debe tomar en cuenta tanto el contenido como la forma, tanto los problemas a resolver con urgencia cuanto las modalidades de análisis y de toma de decisiones con respecto a esos problemas. Quiero decir: la negociación debe abarcar tanto el fondo como la metodología. Porque el enfrentamiento entre el kirchnerismo y los distintos sectores de la oposición abarca ambos niveles. La estrategia perversa del Gobierno consiste en utilizar contenidos cuya importancia nadie discute (necesidad de una nueva Ley de Medios, necesidad de una reforma política, necesidad de enfrentar los problemas de la inclusión social) para imponer una metodología que, en verdad, no puede ser considerada política. Eso es lo que quise expresar cuando, hace quince días y en este mismo diario, comenté la contradicción entre el discurso populista de la Presidenta y el clientelismo como modalidad de ejercicio del poder. El clientelismo se apoya simplemente en los intereses económicos de los actores, es decir, apela a la racionalidad instrumental, en la más pura tradición del liberalismo económico. El uso de la caja para lograr adhesión, en todos los niveles de la administración, es una metodología comercial (perfectamente coherente, dicho sea de paso, con la obsesión comunicacional del Gobierno, que nos inunda de publicidad institucional acerca de sus logros). Esto es contradictorio con el populismo que, sea cual fuere la opinión que nos merezca, es discurso político: busca activar la creencia, alimenta la identificación, apela a la afectividad de destinatarios que son definidos como ciudadanos, no como clientes. Tocamos aquí, me parece, la esencia misma del kirchnerismo: una metodología informal (al margen de las instituciones) que administra clientelísticamente intereses económicos con el fin de acumular poder, disfrazada de proyecto político.
Hay un segundo problema, que tal vez sea el más complicado. Lo plantea la noción misma de consenso. Como su nombre lo indica, buscar consenso es con-sensuar, ‘producir sentido con’ (con alguien, con un Otro). La partícula ‘con’ (opuesta a ‘di’ o ‘dis’: con-senso/dis-senso, con-vergencia/di-vergencia) remite a una situación que es necesariamente la pre-condición de la producción de sentido. O sea: ‘con’ y ‘senso’ no están en el mismo nivel, ‘con’ precede a ‘senso’: para poder producir sentido, primero hay que estar-con. ¿Estamos seguros de querer, de poder estar con? ¿Y sabemos con quién queremos, podemos, estar? Bueno, aquí aparece la paradoja que funda la democracia. Porque si buscamos con-senso, es porque sentimos que tenemos di-ferencias. Ahora bien, no hay ‘con’ si no postulamos, contra todas las evidencias, que somos iguales. Formalmente iguales: es un postulado. Entonces las di-vergencias pasarán a ser del orden de los contenidos y allí buscaremos construir con-sensos.
¿Y cómo se expresa, concretamente, ese postulado de la igualdad? De una única, inevitable manera: la con-fianza. La confianza es ese estado mental que no se puede solicitar: sólo se puede dar. Dicho de otra manera: sólo merezco confianza si la doy, sin condiciones. La confianza es un don (en el sentido del verbo ‘donar’), un proceso que los antropólogos han estudiado en las formas sociales más “primitivas” de nuestra especie. Que se trata de un don significa que, por definición, no hay ninguna garantía (si no, sería un contrato, en el sentido comercial del término). La incondicionalidad de la confianza significa que estoy considerando que el Otro, por definición diferente, es igual a mí. El precio de la paz ha sido, a lo largo de la historia humana, el enorme riesgo, la apuesta insensata, de la confianza. Ante una metodología paranoico-instrumental del poder, fundada en la desconfianza y en la gestión clientelística de los intereses económicos, ¿estamos los argentinos dispuestos a confiar? Tengamos claro que, de no ser así, el fracaso es nuestro destino.

*Profesor plenario Universidad de San Andrés.