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GIRO PRESIDENCIAL

Política de patio

La Presidenta mostró su lado más áspero, le da alas a Máximo y poder de “Pac-Man” a Kicillof.

Buen provecho Axel Kicillof
| Pablo Temes

Cambió el perfil Cristina durante su última visita, oral y guiada, por los tres patios de la Casa Rosada: se mostró áspera, desafiante, intimidante, ejecutiva. Para los émulos de John Reed, esa jornada fue uno de los “siete días que conmovieron al mundo”. Mensaje propicio para el auditorio de La Cámpora que colmaba esos espacios como si fuera una Plaza de Mayo de otros tiempos. En miniatura, claro. Y Ella proclamara el “5 x 1” peroniano tan fértil en multitudes ansiosas. Endurecerse para sobrevivir pareció la máxima de un discurso nacionalista y genérico (contra los Estados Unidos, Alemania e Israel) que rinde holgadamente en las encuestas, ya que el encono con el imperialismo es una atávica contumacia local; al igual que endosarle culpabilidades al campo, a los banqueros y a los buitres por los propios errores y, de paso, como novedad casi maoísta, incorporando una sibilina purga pública entre sus propios funcionarios (la expulsión de Juan Carlos Fábrega por presuntas infidelidades económicas ya rumoreadas hace más de seis meses que el Gobierno no quiso atender y que este medio, por ejemplo, entonces mencionó). Más o menos, esto parece un resumen de actos de gobierno. En rigor, implican una jugada política, familiar, interesada.


Simple: trascendió que Máximo Kirchner volverá a los atriles, como su madre, luego de su primera experiencia pública en Argentinos Juniors. Cristina ahora lo señala como mentor, y no casualmente esta semana, en la tierra de la felicidad menemista, duhaldista o cristinista (Ezeiza), aludió a su hijo como gurú y referente. Evitó otros detalles: no reveló la obsesión actual, casi única, de su hijo por la segunda aparición política, una cadena de presentaciones para imponerse como figura y, si la boletería acompaña, considerar una candidatura. Nada dijo de la intensidad profesional de sus ensayos, de la revisión del contenido de su discurso y las correcciones formales a lo que ocurrió en el último escenario, para él y el cristinismo que lo mima, un éxito de altura insospechada. Esta vez, si se alinean los astros, disertará en la provincia de Buenos Aires, el territorio a copar y dominar en los próximos meses por su agrupación camporista, teatro electoral al que vulgarmente se denomina “la madre de todas las batallas”. Se barajan alternativas de intendencias y lugares favoritos, hay media docena con aspiraciones, del propio Granados en Ezeiza a Mussi en Berazategui. Clave este movimiento cuasimilitar de ocupación de La Cámpora para la continuidad oficialista y, quizás, para el desarrollo personal del primogénito. Es que resulta provechoso vivir de la política cuando no se progresa en otras actividades.


Tan obvio y deliberado el propósito electoral que ya debería haber sido advertido cuando los caciques de La Cámpora se le acercaron a Daniel Scioli en las últimas semanas, alguno de los llamados intelectuales del Gobierno le concedió medio saludo y, casi repentinamente, el ministro Axel Kicillof acompañó al gobernador interesándose en sus frágiles números económicos. Hoy Scioli necesariamente puede ser un aliado, aunque mañana puede ser un Fábrega. Tanta importancia se le otorga al reino bonaerense que, para muchos, una misión oficialista será disolver a un natural de ese distrito como candidato presidencial: Sergio Massa. Alguien con quien Máximo ya no comulga como antaño, cuando lo admiraba más que a Wado de Pedro, y al que parecen dispuestos a convertir en otro Fábrega si logran volcarle sobre la cabeza, en forma inminente, un carro atmosférico. Como si olvidaran que gran parte de Massa se hizo con una gran parte del matrimonio Kirchner. Pero hay odios insalvables, despechos incontenibles. Y a Massa le imputan la deserción, pero mucho más le cargan una descalificación pasada contra Néstor, del mismo modo que a Fábrega –más que una administración objetable– le reprochan haber dicho que “fue un día triste para el país cuando Cristina mandó a Axel para que rompiera el acuerdo que ya se había consumado para salir del default”. Expresión hiriente para la mandataria que puede sumarse a otra: si finalmente se llegara a realizar un convenio a través de Soros o de otros empresarios en el futuro, el ex del Banco Central dijo que sería técnicamente igual al que mandaron abortar de los bancos. Es decir: una grave y casi dolosa pérdida de tiempo y dinero.


Puede considerarse un atentado a la patria averiguar por características del mensaje de Máximo, aunque resulta previsible que se envuelve en la última circunstancia de su madre, citando música y letra de Silvio Rodríguez y la pretensión de ubicarse en un sitio al menos curioso para la familia y que Ella definió con nitidez: a mi izquierda sólo está la pared (como si el PO, el PST o los devotos chinoístas del pasado, entre otras expresiones del marxismo, le fueran a rendir culto). Poco se sabe del lugar de realización del acto, colaboradores en la ceremonia, profesores, asesores u otras pavadas menores como su aparente inclinación a fumar casi empedernidamente, vicio desconocido en sus costumbres. Imposible confirmar esa debilidad menor, sólo cuestionable para su salud, tal el secretismo imperante. Como si conocer la marca de los cigarrillos fuera un secreto de Estado o una perversión propia de Jorge Lanata (el último en cuestionar este punto, si llegara a ser cierto). Sí, en cambio, parece natural que Julio De Vido colabore en esta intrusión provincial de Máximo: tiene mucho para ofrecer, obras para prometer, no sólo hizo ganar a Cristina en el pasado, también cuenta con pródigos contactos en la estructura bonaerense y un vínculo personal con el vástago Kirchner, nacido de anteriores vínculos con el finado padre. Lo que se dice una madeja, un enjambre.


De ahí que Kicillof, artífice del brazo ejecutor contra Fábrega, guarde por ahora cualquier propósito destituyente contra De Vido. También, quizás, deba reservar para otra oportunidad su expectativa para destronar a Ricardo Echegaray de la Afip: no le dan el peso ni la categoría para enfrentarlo, aun cuando dispone para desautorizarlo –más que nadie– del preciado oído de la dama, lo que se desnudó en el acuerdo volteado con los holdouts y en el golpe de Estado contra Fábrega. Pero carece el ministro de ciertas dotes del Rasputín que dominaba a los zares. Aun así, los futuros cambios en el gabinete (jefe y otros ministros) y la ampliación de ciertas áreas serán del paladar de Kicillof. No tendrá quizás a dos de los cinco grandes de la selva, pero tampoco es cuestión de comerse un elefante por semana. A menos que Ella lo imponga en el menú.