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Política y moderación

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En estas mismas páginas ya subrayé la vocación moderada que predomina en las preferencias de la ciudadanía: ni mucho oficialismo ni mucha oposición, más bien un equilibrio intermedio. Los resultados electorales de octubre pasado pudieron ser interpretados confirmando esa tendencia. Los números de los estudios de opinión hacia fines de 2013 son contundentes: 30% de la población se declaró muy kirchnerista o muy antikirchnerista (eran casi el 50% hace cuatro años), 38% moderadamente lo uno o lo otro y 32% se ubicó en el justo medio.

Hasta recientemente, ese espacio del centro era vilipendiado por buena parte de la dirigencia política, tanto la oficialista como la opositora –a pesar de comprender a un abrumador 70% de los votantes–. Pero los dos dirigentes mejor posicionados en ese lugar del medio moderado –Scioli y Massa– fueron consolidando su aceptación en la sociedad. Los intentos del ultraoficialismo y de la ultraoposición de convencer a los votantes de tomar partido en una batalla a todo o nada resultan bastante infructuosos. Las coberturas mediáticas que acentúan los argumentos muy en contra o muy a favor del Gobierno –según los medios de que se trate– resultan igualmente poco convincentes para esa enorme mayoría ciudadana, que prefiere los espacios moderados.

Empiezan a soplar vientos de cambio en esa actitud de muchos dirigentes. Es notorio en el gobierno nacional, que parece estar arriando las banderas de la confrontación, por lo menos en las palabras y los gestos, y en alguna medida también en el Congreso. En varios sectores opositores se observa lo mismo.

En otras palabras, la política converge hacia las actitudes moderadas. Si esa tendencia se sostiene en los próximos meses, el clima preelectoral irá mutando progresivamente hacia una competencia “en el medio”. Los dirigentes más duros deberán ir cediendo posiciones a los más blandos o deberán moderarse ellos mismos, disociándose de sus adláteres más duros. Los extremistas irán quedando más aislados.

La preferencia por la moderación, la expectativa de menos confrontación y más articulación entre lo que el gobierno kirchnerista ofreció y lo que sus opositores pueden aspirar a ofrecer no debería ser interpretada como una falta de demandas en la sociedad. Se prefiere un estilo más moderado y menos confrontativo, pero no está dicho que eso involucre indiferencia ante los problemas. Con amplia coincidencia, las encuestas que circulan muestran una opinión pública muy preocupada por la inflación, el crimen y la droga, bastante exigente en materia de servicios públicos y enojada porque de esos problemas se habla poco y, como resultante, para nada dispuesta a regalar su voto o a atarlo a imágenes simples. Se diría que lo que viene es menos recompensa electoral a dirigentes dispuestos a salir con los tapones de punta cada vez que pueden, pero más exigencia en las respuestas que la política ofrezca a los problemas de la sociedad.

El tipo de equilibrio político que lleva a la confluencia en el medio del espectro de las preferencias es bien conocido en la ciencia política en todo el mundo (el “teorema del votante medio”). A veces genera un equilibrio sustancialmente estable; otras veces, no. Como la influencia tiende a dejar más aislados a los extremistas, a veces éstos se resignan –o redoblan su extremismo, aislándose aun más– mientras otras veces se coaligan entre ellos buscando fortalecerse. La realidad misma fluye paralelamente, y sus efectos obviamente dependen de lo que ella depare a las sociedades. En la Argentina actual, es previsible que si los problemas se agravan en los próximos meses los menos moderados se sentirán estimulados a no ceder posiciones, e inversamente si la situación más bien tiende a estabilizarse.

Esto lleva a imaginar la posibilidad de un contexto en el que la política reencuentre márgenes para abrirse a debates sobre la política pública, en una atmósfera de más respeto a las disidencias que la que prevaleció en los últimos años. Desde el espacio del oficialismo extremo habrá voces reclamando por el abandono de las preciadas banderas que le dieron sentido, y en la oposición voces clamando por justicia implacable. Los números de los estudios de opinión están sugiriendo que esas dos posturas, sumadas, satisfacen a menos de un 30% del electorado.

La confluencia hacia el centro es una tendencia. La sociedad suele encontrar sus caminos para expresar sus preferencias. Pero son los dirigentes quienes deben instrumentar las acciones, y también los símbolos, para construir opciones políticas capitalizando esa tendencia. Si no lo hacen, lo que hoy parece una oportunidad puede desvanecerse rápidamente. La capacidad de los dirigentes de la política para concretarlo todavía está por verse, y de ello posiblemente dependa el futuro de la Argentina después de la próxima elección presidencial.

*Sociólogo.