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Poner fin a la estanflación

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La economía argentina se encamina hacia el 2020 endeudada, con déficit fiscal, problemas para recuperar reservas internacionales y en un escenario de estanflación (estanflación) que es probablemente el más prolongado y agudo que se recuerde. Aun sin la hiperinflación como la de 1989 o la que hoy padece Venezuela.

Costará admitirlo para muchos, pero la recesión y la inflación no van revertirse el año próximo, si no se abandonan varias de las políticas hoy en curso. La esperanza de una reactivación para 2020 no tiene mucho sustento ante la violenta corrida cambiaria y contra la deuda de estos últimos días. El nuevo ministro de Hacienda ha calmado un poco las aguas, pero no puede apartarse del programa de ajuste diseñado por su antecesor y los técnicos del FMI. Objetivamente, no se le puede exigir magia. Solo focalizarse en el control de daños.

Estabilizar la inflación exige real rigor monetario y fiscal, pero con estabilidad de precios regulados, del tipo de cambio y desindexación de contratos. Urge estabilizar precios absolutos y relativos, y recuperar los incentivos para la inversión de largo plazo.

Mal que le pese a cualquiera, es condición sine qua non para la estabilidad y el crecimiento reducir el gasto público “no social” y la presión tributaria nacional, provincial y municipal, la eliminación del déficit cuasifiscal de dicha entidad, y el abandono de las inauditas retenciones a las exportaciones extendidas a todo tipo de exportaciones e importaciones. Si el próximo presidente prioriza detener la inflación, y la seguidilla ya casi diaria de quiebra de empresas debe abandonar o renegociar de inmediato el programa del FMI.

Este programa, un stand-by tradicional, funciona para contraer la demanda de dólares, pero destruyendo la demanda de bienes. En el caso argentino ha tratado de conciliar control de tasas de interés con una suerte de control permanente de agregados monetarios (la base monetaria) algo que con libre movilidad de capitales y tipo de cambio estable roza lo imposible. Si el esquema no señaliza baja permanente del déficit fiscal total, no solo del primario, la credibilidad es más que frágil. Peor aún, al alternar entre control de agregados monetarios y de tasas de interés según si el dólar está calmo o sube, el programa iba a destruir la credibilidad desde el inicio. Y eso fue lo que finalmente ocurrió: las expectativas y los vaivenes de los mercados financieros y de los números de las cuentas nacionales hacían reaccionar al BCRA a posteriori. Lo opuesto de lo que se espera de una autoridad monetaria que con sus instrumentos reoriente o influya efectivamente sobre las expectativas y la realidad observable de la economía. De hecho, pocos países del mundo o ninguno tiene una tasa de “control monetario” tan alta y volátil como la de nuestro país. Una verdadera anomalía que es a simple vista una prueba cabal de su fracaso como instrumento de estabilización.

La inflación solo empezó a bajar al agudizarse la recesión en los sectores no agropecuarios por la crisis agudizada con las supertasas de interés. La ciudadanía respondió el domingo 11 de agosto al oficialismo, y el lunes 12 los mercados lo hicieron al potencial retorno de políticas populistas y a una eventual renegociación de la deuda abiertamente hostil a los tenedores de bonos del Gobierno.

El próximo gobierno enfrenta la dura tarea de revertir más de una década de estanflación en una economía que no deja de achicarse y empobrecerse. Todo dependerá de qué programa implemente, y si el mismo cuenta con una evaluación objetiva y profesional de costos, beneficios y riesgos. La sociedad exige no solo un diagnóstico honesto y completo de la herencia que recibirá, sino un plan sostenible y creíble de estabilización y crecimiento. Si algo es claro, es que así como estamos no se puede seguir mucho tiempo más.

*Instituto de Investigación en Ciencias Económicas. USAL.