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Por nuestras almas

Habría que determinar con precisión cómo fue que discriminó monseñor Aguer en su reciente disertación en El Día de La Plata, y establecer con precisión por qué motivos se disponen a denunciarlo.

El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer.
| Dyn
Habría que determinar con precisión cómo fue que discriminó monseñor Aguer en su reciente disertación en El Día de La Plata, y establecer con precisión por qué motivos se disponen a denunciarlo. El tiene convicciones religiosas, como las tienen también muchos otros, aunque entre esos otros hay unos cuantos que las asumen con hipocresía, puras formas que no traspasan a sus conductas. Y cree en Dios, como creen tantos; pero cree en un Dios que lo excede y no en el “suyo”, como hacen unos cuantos en un truco fácil, ya que es fácil acatar a un dios si es uno mismo el que lo forja, es fácil detentar la virtud si es uno mismo el que fijó las normas.

A juicio de monseñor Aguer, todos los que mantuvimos o mantenemos relaciones sexuales no sacramentadas, o nos valemos de tal o cual recurso para obstruir la procreación, o procedemos en nuestro afán por vías que no son las que él entiende por naturales, estamos condenando nuestras almas a las llamas eternas del Averno. Por ende, tiene el deber (no sólo el derecho, sino el deber) de hacernos una advertencia.

No tiene derecho a perseguirnos, a maltratarnos, a segregarnos, a despreciarnos. Pero sí tiene el derecho (y más que el derecho, el deber) de advertirnos que de ese modo cometemos pecado nefando de fornicación, de acuerdo con las que son sus creencias. Porque si yo tuviera la seguridad de que alguien, con su proceder, se está yendo derechito al infierno, no lo agraviaría ni lo discriminaría. Pero le avisaría, eso sí.
Le avisaría.