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el caso sarkozy

Preocupaciones en el Viejo Mundo

Una breve estadía en París me ayuda a comprender un poco más la decepción que tienen muchos intelectuales por la democracia republicana. Mientras nosotros hablamos de mejorar la calidad institucional, aquí, en la capital francesa no escucho ese pedido.

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Una breve estadía en París me ayuda a comprender un poco más la decepción que tienen muchos intelectuales por la democracia republicana. Mientras nosotros hablamos de mejorar la calidad institucional, aquí, en la capital francesa no escucho ese pedido.
Existe un desencanto intelectual. La sociedad está conformada por una mayoría de clase media, es decir una población con trabajo, vivienda, educación y salud, mejorable pero real, y que nadie quiere perder. Es una comunidad conservadora, tiene más miedo de perder que deseo de ganar.
De un cierto modo ha tenido éxito, lo que explica que para muchos mejorar sea conservar.
La crisis actual provoca nuevas inseguridades. Los países del Europa Central y del Este son bienvenidos como lugares de inversión y contención de salarios domésticos, y se convierten en problemáticos cuando, como ahora, necesitan respaldo financiero.
Los inmigrantes del Tercer Mundo y de los países pobres europeos forman una masa proletaria que se hace cargo de las tareas desechadas por los nativos, para mutar en una fuente de conflictos cuando comienza la recesión. Los políticos llevan a cabo un doble discurso. Por preocupación republicana enuncian sentimientos humanitarios, y por necesidades prácticas pasan del control a la amenaza y hasta la persecución de los indocumentados. Remiten la responsabilidad de los problemas de frontera –a veces tragedia– a antiguas colonias de un mundo cuya diagramación contribuyeron a crear. La población envejece, la seguridad social necesita cada vez más financiamiento, lo que implica mayor presión fiscal y, por lo tanto, menor competitividad y consumo. Sólo los inmigrantes que crecen en número producen un rejuvenecimiento demográfico.
Un diez por ciento de población extranjera les parece un límite que no conviene superar. Los hijos de la primera camada de inmigrantes ya son ciudadanos del Primer Mundo, un lugar en realidad intermedio, híbrido, de una integración inconclusa y de una identidad fisurada que da lugar a explosiones sociales.
Los partidos socialistas se diferencian de la derecha por matices. Hay más debate sobre vocabulario y confrontaciones culturales que alternativas efectivas. El progresismo parece más hipócrita porque debe disimular su política real; la derecha da la sensación de hablar más claro y estar mejor dotada para lidiar en momentos de intranquilidad. De todos modos, una vez en el poder, ambas tendencias se acomodan y se inclinan hacia un centro para poder llevar a cabo su gestión. Sarkozy es un presidente inédito para los franceses. No están acostumbrados a tanta informalidad. La cultura francesa es una civilización basada en el protocolo. Siguen siendo cortesanos. Les espanta la desprolijidad. Han sido disecados de casi toda espontaneidad. Dicen que su presidente confunde libertad de tono con libertad de pensamiento. Es hiperkinético. Su aceleración pretende ser acción. Una medida de izquierda en un sector, otra de derecha en otro. Sus opositores están desconcertados e irritados. Dicen que no está a la hauteur (altura) de su investidura, lo califican de bananero. Un hombre de un nivel académico superlativo, de una obra ejemplar y un pensador que admiro, el historiador Paul Veyne, fue invitado junto a otros intelectuales a L’ Elysée, la sede presidencial, y salió complacido por el encuentro con el mandatario sin hallar razones de peso para odiarlo.
Las entrevistas que le hace el filósofo Michel Onfray a Sarkozy pueden sorprender a más de uno. Parece una escena del Fedón de Platón, aunque esta vez el discurso socrático no es propiedad del supuesto representante del gremio que pretende elevarse, sin conseguirlo, con algunas citas.
Por lo general, los intelectuales se quejan de la falta de interés por la política de parte de la gente. El filósofo Alain Badiou define a sus connacionales en su libro Qué representa el nombre de Sarkozy como “ratas”. Busca a un flautista de Hamelin que haga justicia igualitaria desde la extrema izquierda. Su única esperanza es que la nueva vanguardia purificadora esté constituida por predicadores con cultura epistemológica aliados a indocumentados africanos. No importa que sean una minoría, no confía en la cantidad ni en la legitimidad de mayorías. ¿Acaso Hitler no fue votado por el pueblo alemán?, nos recuerda.
Hay marxistas que añoran la Revolución Cultural china y se asocian con otros profesionales de la revolución que buscan en nuestras tierras con qué nutrirse para compensar la pestilencia provocada por aquellas “ratas” que agrupan a la mayoría silenciosa. Hasta un asesor de Mitterrand como Debray titula uno de sus últimos libros La obscenidad democrática.
Otros han optado por la defensa de los valores occidentales, como Glucksmann, o tienen una posición pragmática, como Bernard H. Lévy. Los acusan de ser la nueva derecha, es decir los que están del otro lado de la trinchera de la vieja izquierda. Hay quienes han renunciado al maoísmo en nombre de la teología judía, como lo hizo Benny Lévi. Parece que hay un acuerdo en que no se puede transformar el mundo, e interpretarlo hastía, no queda más que demolerlo. La única esperanza para algunos es, entonces, el apocalipsis, para otros la pesca. Como no me gusta la pesca, ni espero a los jinetes alados, fui al teatro por mi admiración por la primera dama francesa, me refiero a Carla Bruni.
Por razones de agenda, no pude ver a Carla y decidí conectarme con la familia. Fui a un teatro en el que actúa su hermana Valeria, otra bella mujer, algo más baja y, quizá, mejor producida, ella, no la obra. La pieza, un desastre de aburrimiento, que el severo público francés disfrutó con elegancia. Es una comedia de “bidonville”, de villa de emergencia, para jugar con las palabras, en este caso con “vaudeville”, trama de enredos, y seguir así con los equívocos de vocabulario que no consiguieron despertarme del todo durante la función. Me he enterado de que los franceses tienen el secreto deseo de que Carla sea la nueva Lady Di de Europa y del mundo. Ya ha sido nombrada embajadora de las Naciones Unidas para los problemas del sida en Africa. Tiene dos problemas para conseguirlo: uno es que su marido por ahora la trata bien; el otro, que Nicolas es demasiado plebeyo.
Me voy de París con una grata compañía, un nuevo libro de J.B. Pontalis, que me acompañó estos días, un libro sobre los amigos y la amistad. Y también con un sentimiento de gratitud hacia una ciudad que me dio mucho, un nuevo idioma, la cura de mi tartamudez, mis maestros de filosofía, amigos queridos y una renovada sensación de libertad.

*Filósofo.