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Primavera en los teatros

El 2001 trajo, entre todas sus malas noticias, aires de novedades creativas, de deleites en la insuficiencia, de originalidad en la selección de la materia prima abandonada.

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El 2001 trajo, entre todas sus malas noticias, aires de novedades creativas, de deleites en la insuficiencia, de originalidad en la selección de la materia prima abandonada. Los teatros y sus hacedores necesitaban comunicar que estaban vivos; los espectadores no querían perder sus símbolos de clase y se volcaban a las salas alternativas esperando la alteridad. Todo hablaba de la crisis, pero en lenguas aún por descubrir.

Hoy la crisis es más triste y más agónica. Los símbolos de esa clase ya son más confusos: lo que esta clase media nuevamente pauperizada anhela es no caer del lado de los marginales. Pero ya no hay escudo para eso.

En días tan aciagos, mientras el teatro comercial sufre su peor embate, reconforta verificar la escala humana de las pequeñas salas. Los contenidos son muy variados, pero el ritual de encuentro en la cercanía de la cosa es alentador. Somos públicos que nos reconocemos como víctimas de un sistema atroz de abandono y en este reconocimiento comprendemos la pérdida y la necesidad de mirarnos a los ojos.

Teatro para pájaros, de Daniel Veronese, se estrenó hará una quincena de años. Por deseo de sus actores, esta genialidad se ha vuelto a reunir en El Extranjero. Es el mismo elenco de aquella otra crisis (Marina Bellatti, Diego Gentile, Malena Figó, Lautaro Delgado, Leonardo Saggese y Laura L. Moyano) pero algo ha transmutado en ellos: sin cambiar una sola palabra, la obra vuelve reconvertida en maravilla, en pieza clásica, como una estatua griega semimordisqueada por la historia. Es el último texto escrito por Veronese (luego se dedicó a dirigir o a adaptar) y hay algo misterioso en esta obra. ¿Por qué se detuvo allí? ¿Por qué la edad les sienta tan bien a estos actores, por qué la ausencia de artificios escénicos dota a las palabras y el relato de tanto poder? Como signo de los tiempos, la obra es los lunes, a contrahorario del oficio y del trabajo; una prueba que señala el deseo de los actores de reunirse en el recreo.

También a contraturno, un sábado a las 12 a.m. vi Bañarse, de Laura Fernández, en Vera Vera. A la par de su trabajo con el grupo Piel de Lava, Fernández se deschava como una de las voces más potentes y decididas de su camada. Con un mecanismo vertiginoso y risible, a plena luz del mediodía, sus actrices invocan la muerte, la mentira piadosa, la espera interminable, el sentido profundo. Una chica agoniza y, aprovechando que el tumor nubla los hechos, sus amigas deciden hacerle creer que tienen una banda que es muy pop y que esa noche van a tocar con unos vestidos piolas. Habrá chicos, quizás, y pruebas de sonido. Y habrá que bañarse, bañarse para estar lindas, bañarse para honrar una fecha destacada.

Ante la rabia de los elementos, bañarse y salir al encuentro de tanto teatro, que se hace otra vez –y como siempre– en el margen de lo dicho. Como una anotación para no olvidarse de lo importante.