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Primero, la familia

Nunca vi Los Benvenuto, esa comedia siniestra de comienzos de los noventa que replicaba Los Campanelli de la década del setenta y que terminaba con la estremecedora frase: “Lo primero es la familia”.

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Nunca vi Los Benvenuto, esa comedia siniestra de comienzos de los noventa que replicaba Los Campanelli de la década del setenta y que terminaba con la estremecedora frase: “Lo primero es la familia”, veredicto que recordé cuando vi la diligencia con la cual los parientes de la protagonista de La mujer sin cabeza (Lucrecia Martel, 2008) se apresuran a borrar las presuntas evidencias de un crimen.

Como se sabe, “familia” proviene de idéntica palabra latina, que designaba en su origen al conjunto de esclavos o siervos del dueño de casa o pater familiae. Aquellos originarios miembros de las familias romanas eran los famuli, de donde la malsonante pero correctísima designación “fámula” y la percepción impopular (pero etimológicamente pertinente) de que quienes nos sirven son “casi como de la familia”.

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La gens romana agrupaba a un conjunto de familias en torno a un mismo nomen, cuya sola existencia garantizaba la presencia de un antepasado y un vínculo común. La pertenencia a una determinada gens implicaba derechos y obligaciones (derechos de herencia, obligación de socorro mutuo, etcétera).

De modo que los lazos familiares implicaron, desde siempre, la servidumbre (voluntaria o no) y la mutua asistencia. Anteponer la familia a todo lo demás (por ejemplo, al Estado), es un comportamiento que la mafia (la palabra proviene del árabe a través del dialecto siciliano) adoptó con algarabía de los usos y costumbres de la antigüedad romana.

En defensa del vínculo mafioso podría señalarse que éste prospera en sociedades donde el Estado no puede (por incapacidad o desinterés) extender sus mieles universales y abstractas a la totalidad del territorio. Lo más aberrante, claro, es cuando se superponen la lógica estatal y la lógica familiar (alguna vez eso se llamó “monarquía hereditaria” y hoy repugna a nuestras convicciones democráticas). Es entonces cuando los partidos políticos se transforman en sectas de camorristas, la función pública en el reparto de socorros familiares y la ciudadanía en servidumbre electoral.

El lingüista Gavino Ledda (Padre Padrone, 1974) opuso y superpuso las cadenas “Padre-Padrone” y “Bandera-Bando-Bandido”.