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¿Qué bicho te picó?

El 13 de junio de 2016 se estrenó la serie Braindead, de 13 episodios. Su tema es el bipartidismo político en los Estados Unidos, tratado en tono de sátira con toques de propaganda electoralista.

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El 13 de junio de 2016 se estrenó la serie Braindead, de 13 episodios. Su tema es el bipartidismo político en los Estados Unidos, tratado en tono de sátira con toques de propaganda electoralista. Ya entonces las imágenes de Donald Trump metían miedo.

Muy divertida, la serie tenía algo raro: producida por Ridley Scott, sufría más bien marcas propias de Tim Burton (la música, el tema, el tono).

El rol protagónico (desempeñado por Mary Winstead, a quien venimos siguiendo desde Scott Pilgrim pero que brilló sobre todo como heroína en la extraordinaria 10 Cloverfield Lane) es el de una documentalista que detesta el mundo de la política, pero que decide aceptar un trabajo que su hermano, parlamentario demócrata, le ofrece, porque quiere terminar una película sobre unas músicas africanas en proceso de desaparición.

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Cae un meteorito en la Tierra que aloja una vida alienígena cuyo efecto más notable es extremar las posiciones políticas como estrategia para dominar el mundo (lo primero, claro, es paralizarlo): ¡la grieta! y el cierre parcial del gobierno (Obama lo sufrió durante quince días, el de Trump duró más de cinco semanas y ahora está en una impasse hasta el 15 de febrero, mientras duran las negociaciones).

Para nosotros, “¿Qué bicho te picó?” es algo que uno piensa frente a un fanático de una  ideología u otra. Para la serie es lo mismo, pero literalmente. Los bichos comen parte del cerebro de los parlamentarios, volviéndolos completamente insensibles a cualquier otra cosa que no sea la destrucción del otro.

El cese de gobierno supone que se suspenden a los trabajadores “no esenciales”. Trump es el primer presidente norteamericano que sufrió un shutdown mientras su partido controlaba ambas cámaras del Congreso, lo que resulta todavía más preocupante.

Las tareas no esenciales involucran, por ejemplo, a todos los parques nacionales y sitios recreativos y conmemorativos (incluidos los museos, zoológicos y archivos nacionales), agencias federales como la recaudadora de impuestos, control climático, etc.

El gran perdedor de este primer asalto (a la razón) fue Donald Trump, cuyas políticas migratorias fueron el detonante de la no aprobación del presupuesto. No solo por el costo del muro en la frontera sur, sino también el limbo en el que se encuentran los dreamers, una vez que el programa DACA, que los protegía de la deportación, fue cancelado. En todo caso, la grieta y la parálisis toma a los latinoamericanos de rehenes: de un lado, los rehenes de afuera; del otro, los de adentro.

La imagen negativa de Trump en su país supera el 55 %. Pero él sigue firme en sus convicciones (que otros consideran delirios) xenófobas.

Es muy raro tener que defender, en un mundo global, el derecho de las personas a la migración. Pero como el bicho fascista ya está picando demasiadas cabezas, conviene subrayar que las ideas de izquierda son fáciles de identificar y son siempre nobles y fáciles de abrazar en consecuencia. Por el contrario, las ideas de derecha, también fácilmente identificables, son siempre miserables y ominosas.

El problema surge, claro, cuando las ideas se transforman en programas de gobierno, como sucede en el caso de Venezuela, que vive una dolorosa crisis sobre la que muchos consideran fácil pronunciarse ligeramente, como fue el caso, precisamente, del presidente norteamericano y sus vergonzantes aliados ciegos, el presidente de Brasil y el de Argentina.

Es claro para todos que el gobierno de Maduro agoniza en su propia podredumbre. Pero no es tan claro que la solución sea la jugarreta urdida en las últimas semanas, el reconocimiento de un gobierno autoproclamado, el congelamiento de las cuentas en Estados Unidos del Estado venezolano, etc.

La respuesta del otro lado será vaciar el tesoro venezolano y cargarlo en un avión privado de bandera rusa.

Pero así, picados por el bicho de la inhumanidad, solo se camina hacia una catástrofe de consecuencias por ahora imprevisibles.

En Braindead, una musiquita hacía explotar los cerebros comidos por los extraterrestres. Nos está faltando esa musiquita, algo con cierto sentido de futuro, que licue el odio.