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¿Qué culpa tiene Berlín?

Rivas me acusa de soberbio [ver PERFIL del 23/2, suplemento Espectáculos], sólo porque he respondido –sin deslizar una sola nota de sarcasmo– a sus ataques. Y a sus mentiras. El escribe: “Cierto tipo de Directores [aparecidos en los 90 que] se desvelan por un público que los aplauda en alemán”. Sigue: “Mientras afuera unos chicos aspiran Poxi-ran (¡Oh, el Sentido!) y abren, por monedas, puertas de taxis a sofisticados espectadores”.

Rafaelspregelburd150
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Rivas me acusa de soberbio [ver PERFIL del 23/2, suplemento Espectáculos], sólo porque he respondido –sin deslizar una sola nota de sarcasmo– a sus ataques. Y a sus mentiras. El escribe: “Cierto tipo de Directores [aparecidos en los 90 que] se desvelan por un público que los aplauda en alemán”. Sigue: “Mientras afuera unos chicos aspiran Poxi-ran (¡Oh, el Sentido!) y abren, por monedas, puertas de taxis a sofisticados espectadores”. Sigue: “Crearon un público vampirizado, pálido. Como gallinas que corren sin cabeza”. Son afirmaciones muy impunes. Ofenden a “ciertos” directores. Y a “cierto” público. Soy sólo alguno de los directores aparecidos en los 90, como enérgico opositor de ese perverso statu quo, y curiosamente como muchos colegas, que –quédese tranquilo– no integran club alguno, he sido alguna vez aplaudido en Berlín. Como en Madrid o en Bahía Blanca. Así que no sea cobarde: si va a escribir algo en contra de alguien, díganos a quién se refiere. O muchos le pedirán que sea más específico que en su generalización. Mi respuesta no entra en este espacio. El tema del populismo en el arte es complejo, nos excede por mucho a ambos, y requiere de nivel y de paciencia.
Creo que una de las cuestiones de fondo se resume en el odio que muchos directores locales le profesan a la palabra Berlín. Berlín es muchas cosas. Entre ellas, un modelo de cultura estatal. Los teatros de Berlín (y entre ellos el del propio Brecht) pueden darse el lujo de subsidiar expresiones no siempre populistas. ¿Es un lujo que se pueden dar sólo porque no hay chicos aspirando Poxi-Ran en la Kart-Liebknecht-Strasse? ¿Quién decidirá cuál es el teatro verdaderamente nutritivo? ¿Rivas? ¿El público? ¿Es una cuestión de pagadores de impuestos, de especialistas, de burócratas, de artistas? En Berlín, en las antípodas de Nueva York, por ejemplo, el Estado ha asumido que el sostenimiento de alguna vanguardia es asunto suyo. Ser aplaudido en Berlín no es nada desdeñable. No hablo de la popularidad (siempre cuestionable) de cualquier obra. Sino del sostenimiento de un modelo político más justo que el que impera aquí, modelo que agoniza porque muchos piensan lo mismo que Rivas. ¿O ya estamos maduros para disolver el Estado?