COLUMNISTAS
RPLICA A SARLO

¿Qué le hacen las encuestas a la política?

default
default | Cedoc

Joseph Napolitan, uno de los primeros y más respetados consultores políticos modernos, fallecido hace pocos meses, reflexionó hace unos años: “No veo nada particularmente siniestro en ser consultor, pero hay quienes opinan lo contrario. Siempre me ha resultado difícil entender por qué, dentro y fuera de mi país, la prensa y otros observadores creen que las personas como yo somos una amenaza para el sistema político que nos rige”. Personas que piensan así las hay en todas partes y se renuevan sin cesar. Una de ellas, Beatriz Sarlo, se expresó sin matices en las páginas de este diario el sábado 22 de marzo. Hago un esfuerzo para entender el razonamiento detrás de afirmaciones de Sarlo como ésta: “El asesor de imagen es funcionalmente, siempre, por el lugar que ocupa, (…) un populista, un seguidista de aquellas tendencias de opinión y aquellos deseos inarticulados o articulados que ha creído descubrir, a través de encuestas…”.
 

Sarlo confunde encuestas publicadas y encuestas hechas para las estrategias de campaña. Parece creer que recoger y analizar información sobre lo que la gente opina –que es lo que las encuestas hacen– equivale a imponerle al político lo que tiene que decir. Obviamente hay atributos y capacidades que son tan imprescindibles en la política como en otros dominios de la vida. Pero entender las expectativas de los votantes, sus imágenes y sus motivos no es menos importante.

Hay una larga tradición de desconfianza, recelo e incomprensión que se proyecta sobre las encuestas. Hace unas cuantas décadas, en el país de Napolitan, Adlai Stevenson –varias veces candidato presidencial derrotado– expresó lo mismo que hoy nos dice Sarlo de otra manera: “La idea de que se pueden vender candidatos para la alta investidura como si fueran cereales para el desayuno (…) es la última indignidad del proceso democrático”. Sabemos que a Stevenson no le fue bien, y presumo que tampoco le iría bien a alguno de los candidatos que parecen constituir ideales en la imaginación de Sarlo –por ejemplo, un hipotético “joven político claro e inteligente” a quien hoy en las encuestas no le va bien, y que si no fuera por éstas recibiría más apoyo y “estará fuerte en la próxima”–. Está claro que si ese político es realmente muy bueno y no le está yendo bien, hay un problema –para el político, para quienes lo votan, tal vez también para el país–. Pero donde Sarlo ve una colusión de la que son partícipes los medios de prensa, otros vemos una oportunidad para ayudarlo a mejorar sus posibilidades y tornarlo más competitivo.

¿Qué se piensa que hacen de malo las encuestas y los consultores políticos, aquí como en otras partes? Suelen mencionarse distintos problemas. Uno parece ser que esta profesión vulgariza la política, la convierte en “marketing” sustituyendo a la confrontación de ideas. Desde tiempos remotísimos se habla de “demagogia” para referir a eso mismo, mucho antes de la invención de la encuesta y los enfoques profesionales –aunque por cierto existieron individuos como el hermano de Cicerón, o Maquiavelo, o Shakespeare, que eran brillantes estrategas de la comunicación, ¡y sin la complicidad de los medios de prensa masivos, porque estos tampoco existían!–.

Un segundo problema viene de la idea de que las encuestas ponen en un primer plano a la “opinión pública” –esa entidad fantasmal de la que todo el mundo habla todos los días– y eso es degradante para la alta investidura que el político merece.

Un tercer problema sería que, dado que el resultado de una elección lo deciden los votantes –o sea, la opinión pública–, las encuestas y las recomendaciones de los asesores despojan al proceso de decisión del votante de una supuesta neutralidad que debería ser preservada, instalando la idea de que la elección es un concurso o una carrera deportiva.

Mientras los críticos de las encuestas dicen que por culpa de éstas ganan quienes no deberían ganar y en cambio no ganan los mejores, los profesionales solemos decir que si Fulano o Mengana escuchasen más, fuesen más permeables a los datos y a las recomendaciones, les iría mejor de cómo les va. Tal vez sean muy buenos dirigentes, tal vez no; en cualquier caso, los consultores pueden ayudarlos a alcanzar sus objetivos.
Esta es una discusión interesante en el plano de la teoría. Más importante aún es una discusión decisiva para la práctica de la política, para la calidad de la representación democrática.

*Sociólogo.