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DESAFIOS DEL DESARROLLISMO

¿Qué nos hace más nación?

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Apasionadamente, como quien intuía que no existía un horizonte más allá del presente inmediato, con la convicción dramática de quien sabía que no se repetiría otro instante para dar ese salto que depositara a la Argentina en ese lugar largamente merecido, Rogelio Frigerio desgranaba sus sentencias en su obra Las condiciones de la victoria. Como quien se sentía un pionero, que abría caminos de una política nueva –el desarrollismo– y que al mismo tiempo debía teorizar sobre la propia praxis, el compañero de proyecto y asesor personal del presidente Arturo Frondizi (1958-1962) sabía que el recurso escaso era, precisamente, el tiempo. Si ese despegue que llevaría al país a un lugar de privilegio no se daba en el corto plazo, las endebles condiciones de la victoria se desmoronarían y la nación quedaría subsumida en el estatuto del subdesarrollo.

Los términos de la disyuntiva eran evidentes en la perspectiva frondicista-frigerista. Estaban convencidos de que nunca como hasta 1958 se habían dado las condiciones necesarias para realizar simultáneamente la expansión y la independencia económica (el salto hacia el desarrollo) y al mismo momento asegurar los vínculos de unidad nacional y popular (la integración), evitando con el mismo impulso transformador el atraso económico y el caos político. Parafraseando otros discursos y otras banderas (por ejemplo las ideas de planificación del peronismo proscripto) que hacían suyas –resignificándolas– el binomio gobernante enarbolaba sus propias categorías: grandeza o miseria; patria o colonia; integración o disgregación; democracia auténtica o dictadura implacable.

En ese contexto, las preguntas sobre cuál era el estatus de la Argentina se hundían en la opinión pública como una daga filosa: ¿somos un país rico o pobre?, ¿petrolero o con petróleo?, ¿una nación minera o con minerales?, ¿con una estructura industrial o agroimportadora? Y calando todavía más hondamente, ¿de qué servía ser “potencialmente” desarrollado si se seguían reproduciendo las conductas de sumisión y dependencia?, ¿para qué seguir defendiendo un discurso idealista nacionalizante (en especial en materia de hidrocarburos) si los recursos básicos que llevaban a la verdadera liberación estaban enterrados en el subsuelo sin poder ser extraídos?, ¿para qué nacionalizar burocráticamente las decisiones mientras se debían importar esos mismos recursos que alentaban y permitían la verdadera emancipación? En otras palabras, dentro del desafío frondicista-frigerista la cuestión se debatía en esta pregunta esencial: ¿qué nos hace más nación?

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Por último, para entender el “caso argentino” se debería diseñar un modelo interpretativo original que intentase describir la complejidad del discurso y de las decisiones políticas concebidas como políticas de Estado, ya que se encuentran en estos días muchos simpatizantes del desarrollismo diseñado por el frondicismo-frigerismo (y no sólo en nuestro país sino también en Brasil con el denominado “neodesenvolvimentismo” iniciado por el presidente Lula) quienes, paradójicamente, lo valoran como una experiencia ex post, como relato de lo ya ocurrido, predicando (y añorando) el fenómeno del desarrollo como una condición de posibilidad de una experiencia fracasada. Aunque quizás el fracaso de ese sueño haya sido, dolorosamente, el fracaso mismo de una nación.

*Director del Instituto de Historia Argentina y Americana (UCA).