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la mirada DE ROBerto garcia

Realidad y conspiración

Si a Néstor lo abruma este proceso personal cargado de anomalías impositivas, hay otra hilera interminable de causas que también le preocupa. Ninguna con la misma intensidad, claro, por más que afecte a elegidos o favoritos, como la crucifixión que dice sufrir Ricardo Jaime, aquel secretario de Estado interesado en cuanto transporte hubiera en el país (léase aviones o barcos, por no hablar de los subsidios que distribuía en ferrocarriles, ómnibus o camiones).

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Si a Néstor lo abruma este proceso personal cargado de anomalías impositivas, hay otra hilera interminable de causas que también le preocupa. Ninguna con la misma intensidad, claro, por más que afecte a elegidos o favoritos, como la crucifixión que dice sufrir Ricardo Jaime, aquel secretario de Estado interesado en cuanto transporte hubiera en el país (léase aviones o barcos, por no hablar de los subsidios que distribuía en ferrocarriles, ómnibus o camiones). Ocurre que Kirchner, desconfiado, comenzó a lucubrar que el alud de novedades judiciales reconoce orígenes varios, intereses (¿también cercanos?) que persiguen cierto menoscabo y algún rédito crematístico en lugar de la más pura búsqueda del Derecho. Típica y corriente opinión de cualquier afectado. Para colmo, entiende, estos episodios coinciden con un despertar del periodismo que amplifica el culto de la denuncia, ejercicio que ese mismo periodismo negó durante cuatro años, período en que descartaban o silenciaban evidencias, cuando el Hombre Montaña era un símil de Brad Pitt. Para muestra, el recuerdo del caso Grecco, ese inexplicable y cuantioso pago del Estado que llevaba la firma de todas las autoridades.

Hugo y la Corte
Otro que comparte destino, una misma situación que el matrimonio, es Hugo Moyano, quien percibe el derrumbe de la CGT por imperio de algunos fallos de la Corte Suprema —¡y eso que faltan muchos más!—, el de su propia estructura sindical y, si esto fuera poco ocurrido en su próspero reinado, la acumulación de tarjetas amarillas que padece el resto de sus colegas; empezando, claro, por Juan José Zanola, encarcelado por un tema que no es ajeno a buena parte del gremialismo: esa peste de fraudes en las obras sociales que a él lo entornó, se le aproxima. Aunque, para su sosiego temporario, viajó con Cristina por Europa, en el periplo mantuvo el mejor de los tratos con la dama, comprometió su inalterable devoción a Néstor Kirchner y vaya a saber la seducción que obtuvo en esas reuniones, que hasta disipó en su entorno el alboroto judicial que amenazaba hasta su propia mujer. Y al resto de los dirigentes sindicales que lo rodean. Como si supiera la evolución de los dictámenes, lo que piensan los magistrados y, mucho más, lo que habrán de decidir. Se dice que ha garantizado su seguridad y tránsito –lo que, para un camionero, es fundamental– y, si no se le cree, enarbola una frutilla en su torta: entretelones de una conversación amable –un café de por medio– que mantuvo con el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Ese repentino optimismo de vida, sin embargo, se le frustró al conocerse el nuevo fallo del instituto al concederle las mismas garantías a los delegados ajenos a sindicatos sin personería jurídica (el que se suma a otro anterior, también descalificado por las organizaciones gremiales, que autorizaba a cualquier trabajador, afiliado o no, a constituirse en delegado gremial). Tanto avance ahora de la libertad gremial, de organizaciones más jóvenes y de cierto sesgo izquierdista, hasta lo obliga a pensar que no sería un inconveniente que la movilizada CTA de Yaski y De Genaro tenga las mismas prerrogativas en materia de personería que la CGT, de modo que ésta última no sea la única responsable frente a los enconos populares por los desaciertos en la administración. Extraño consuelo. Será él quizás quien admita y formalice la división, el fraccionamiento, un legado que al peronismo le suena desgarrador: ya el movimiento obrero, la CGT, deja de ser la fuente de reserva y poder del partido. Mismo destino declinante al de Kirchner en Diputados, quien refunfuñó como un dragón cuando la Cámara decidió funcionar sin su concurso, una capitis diminutio que habían determinado las urnas y que él, obstinado, se negaba a aceptar.
Más allá del agradable café con Lorenzetti y de las obvias promesas de soslayar situaciones conflictivas –recordar la vocinglera concentración última de Moyano contra ese poder–, el jefe camionero no ignora que en la Corte deambula la eventualidad de otro fallo: el que habilita a las minorías, en las convenciones colectivas de trabajo, a participar al igual que los representantes gremiales con personería en la discusión por salarios. Tal vez Kirchner, en su precaria aspiración política para dentro de dos años, logre adhesiones que no provengan del peronismo; pero, a Moyano, esa posibilidad le cierra posibilidades entre sus compañeros de ruta, en la propia cúpula cegetista y, mucho más, en su sueño de avanzar en la política. Casi una broma ahora parece aquel acto de hace pocos meses en el que pretendía postularse para una gobernación por lo menos, convirtiéndose en el Lula argentino. Dinero malgastado.
Tampoco ha contribuido el gobierno, algo ensimismado, para cambiar el ventarrón contrario que sacude hoy a estos dos personajes. Debió soportar, junto a otros peronistas de distinta laya, hasta la derrota electoral en River, triunfo de Daniel Pasarella –con innúmeras denuncias sobre influencias extrañas al club– en la que tuvo participación decisiva Enrique Nosiglia, ese dirigente porteño del radicalismo más idóneo para victorias en el fútbol (recordar Boca Juniors) que para los intereses de su propio partido en la política. Cierto alivio, en cambio, le produjo el último acto del campo: Kirchner suele medir la conducta general por la asistencia o no a determinados actos. Como el de la Mesa de Enlace –ya profesionalizada, pues recibe un aporte voluntario de los exportadores para solventar sus campañas y actividades– no contó con una masividad temida, en la Casa Rosada casi descorchan champagne. Aunque otros dramas le impiden los festejos: por ejemplo, la lamentable ineficacia de la policia bonaerense para encontrar a la perdida y accidentada familia Pomar, impacto que no solo castigará a una institución vaciada, pues su inoperancia demuestra escasa contracción laboral en el sector público, desorden y falta de ideas, no sólo para contener la oleada de delitos. Una dilapidación absurda de recursos, de impuestos. Ese episodio trágico, casi de esclarecimiento africano luego de 24 días, colocó en la superficie otra penosa realidad: el síndrome de persecución que afecta al oficialismo en todas sus manifestaciones, más afecto a tenebrosas teorías conspirativas que a detenerse en situaciones de la sencilla realidad. En el saldo, además de la muerte de la familia, queda el deshonor que durante ese tiempo se le endosó a los accidentados, sospechados por tráfico de efedrina, multitud de otros presuntos delitos y hasta la infamia de incesto que le endosaron al varón. Es cierto que en Argentina no se custodia la honra, ni siquiera se la reconoce, pero el caso Pomar revela un exceso vergonzante.

Salir al mundo
Si Cristina de Kirchner supuso que sus participaciones internacionales la apartarían de este difícil cuadro actual, ese recurso tampoco ha servido: aunque nadie le reproche insistir en sostener –por ahora– la bandera enarbolada por Brasil para defender al derrocado gobierno de Honduras y no aceptar al nuevo presidente elegido por el pueblo de ese país, hay algún reparo por la cantidad de energía y tiempo que le dedica a esos menesteres, sea en Europa o en Iberoamérica. Más propia de cancilleres esa tarea, cuando en su tierra al menos, de vez en vez, se le agradecería una mención al drama de la inseguridad, cuando no una política, aunque ese tema parezca exclusivo de la derecha. Tanto se involucró la señora de Kirchner en su aparición internacional que, tal vez, no midió con certeza sus discursos ante el electo mandatario José Mujica en el Uruguay –hizo manifestaciones discriminatorias que fastidiaron al nuevo presidente– y se granjeó la animadversión de Lula cuando le cuestionó ciertas actitudes de su gobierno por el tema del intercambio comercial, flechazo contra un brasileño no formado precisamente en Itamaraty pero que entiende más razonable resolver ese tipo de problemas en una mesa de negociación diplomática que en la vía pública. El tema de los mensajes presidenciales quizás fuercen a una revisión: no fueron atinadas, tampoco, las palabras de la mandataria al inaugurar las instalaciones de un shopping en La Matanza, afirmando que ahora los pobres –gracias al kirchnerismo, se supone– ya tienen el derecho de tener un shopping, ¡y de primera!, que éstos negocios ya no corresponden exclusivamente a la Recoleta o a Palermo. Como si no hubiera en otros barrios, como si los mencionados fueran Versalles y como si el Shopping fuera un ítem revolucionario a introducir en los Derechos del Hombre. Finalmente, debe suponerse, debido a que en los tiempos de la Revolución Francesa no existían los shoppings, a ningún sans-culotte entonces podía ocurrírsele reclamar por ese derecho. De ahí esta innovación argentina, como el dulce de leche o la birome. Si a veces viene bien una mano de pintura en las paredes, también sería atinado controlar a quienes le escriben discursos a la señora, quien por la premura, quizás se indigesta con algunos párrafos.

Cultivando al progresismo
Uno sabe, hasta ahora, lo que preocupa a Néstor Kirchner en su perentorio abanico. También importa lo que lo ocupa. De lo conocido, las iniciativas legislativas para ganar adhesiones en ese rubro, cautivar el progresismo –¿no acompañará este sector a comisiones investigadoras sobre la corrupción?– y el ordenamiento del PJ, gobernadores e intendentes con vistas al futuro calendario electoral; de lo menos conocido, su disgusto por la demora en la Justicia con la definición en los juicios a militares de la década del ‘70. Vuelve a esa causa por convicción o, quizás, también para reponer en la superficie un tema que en otros tiempos le produjo resultados políticos favorables. Más cuando arrecian demandas y quejas de militares en prisión por el tiempo transcurrido sin condena, lo que viola más de un tratado internacional. Sin embargo, al margen de sus personales problemas con la Justicia y de algunos de sus funcionarios –se robustece la versión de que enviarían a Julio de Vido para competir por la gobernación de Santa Cruz–, hay otras dificultades cuando sacude ese avispero.
En la oposición política se agiganta el cuestionamiento al Consejo de la Magistratura, ese instituto controversial que fue inventado como baluarte de la celeridad y la transparencia judiciales y que, de hecho, para una gran mayoría significa la ley del garrote para los jueces y el monopolio político del organismo para el dominio del oficialismo. No será lo único a plantear: también se recuerda que la Corte Suprema señaló como inconstitucional la designación de jueces subrogantes y, por supuesto, esto no se cumple (en Capital, por ejemplo, hay tres en el fuero penal).
Más de uno considera que este sistema denunciado promueve la manipulación de magistrados y, esencialmente, opera contra la división de los tres poderes en el país. No es en general lo que más ha preocupado a esta administración, pero 20l0 se abre con la expectativa de que estas nimiedades comiencen a ser importantes.