Si a Néstor lo abruma este proceso personal cargado de anomalías impositivas, hay otra hilera interminable de causas que también le preocupa. Ninguna con la misma intensidad, claro, por más que afecte a elegidos o favoritos, como la crucifixión que dice sufrir Ricardo Jaime, aquel secretario de Estado interesado en cuanto transporte hubiera en el país (léase aviones o barcos, por no hablar de los subsidios que distribuía en ferrocarriles, ómnibus o camiones). Ocurre que Kirchner, desconfiado, comenzó a lucubrar que el alud de novedades judiciales reconoce orígenes varios, intereses (¿también cercanos?) que persiguen cierto menoscabo y algún rédito crematístico en lugar de la más pura búsqueda del Derecho. Típica y corriente opinión de cualquier afectado. Para colmo, entiende, estos episodios coinciden con un despertar del periodismo que amplifica el culto de la denuncia, ejercicio que ese mismo periodismo negó durante cuatro años, período en que descartaban o silenciaban evidencias, cuando el Hombre Montaña era un símil de Brad Pitt. Para muestra, el recuerdo del caso Grecco, ese inexplicable y cuantioso pago del Estado que llevaba la firma de todas las autoridades.
Hugo y la Corte
Otro que comparte destino, una misma situación que el matrimonio, es Hugo Moyano, quien
percibe el derrumbe de la CGT por imperio de algunos fallos de la Corte Suprema —¡y eso que
faltan muchos más!—, el de su propia estructura sindical y, si esto fuera poco ocurrido en su
próspero reinado, la acumulación de tarjetas amarillas que padece el resto de sus colegas;
empezando, claro, por Juan José Zanola, encarcelado por un tema que no es ajeno a buena parte del
gremialismo: esa peste de fraudes en las obras sociales que a él lo entornó, se le aproxima.
Aunque, para su sosiego temporario, viajó con Cristina por Europa, en el periplo mantuvo el mejor
de los tratos con la dama, comprometió su inalterable devoción a Néstor Kirchner y vaya a saber la
seducción que obtuvo en esas reuniones, que hasta disipó en su entorno el alboroto judicial que
amenazaba hasta su propia mujer. Y al resto de los dirigentes sindicales que lo rodean. Como si
supiera la evolución de los dictámenes, lo que piensan los magistrados y, mucho más, lo que habrán
de decidir. Se dice que ha garantizado su seguridad y tránsito –lo que, para un camionero, es
fundamental– y, si no se le cree, enarbola una frutilla en su torta: entretelones de una
conversación amable –un café de por medio– que mantuvo con el titular de la Corte
Suprema, Ricardo Lorenzetti. Ese repentino optimismo de vida, sin embargo, se le frustró al
conocerse el nuevo fallo del instituto al concederle las mismas garantías a los delegados ajenos a
sindicatos sin personería jurídica (el que se suma a otro anterior, también descalificado por las
organizaciones gremiales, que autorizaba a cualquier trabajador, afiliado o no, a constituirse en
delegado gremial). Tanto avance ahora de la libertad gremial, de organizaciones más jóvenes y de
cierto sesgo izquierdista, hasta lo obliga a pensar que no sería un inconveniente que la movilizada
CTA de Yaski y De Genaro tenga las mismas prerrogativas en materia de personería que la CGT, de
modo que ésta última no sea la única responsable frente a los enconos populares por los desaciertos
en la administración. Extraño consuelo. Será él quizás quien admita y formalice la división, el
fraccionamiento, un legado que al peronismo le suena desgarrador: ya el movimiento obrero, la CGT,
deja de ser la fuente de reserva y poder del partido. Mismo destino declinante al de Kirchner en
Diputados, quien refunfuñó como un dragón cuando la Cámara decidió funcionar sin su concurso, una
capitis diminutio que habían determinado las urnas y que él, obstinado, se negaba a aceptar.
Más allá del agradable café con Lorenzetti y de las obvias promesas de soslayar situaciones
conflictivas –recordar la vocinglera concentración última de Moyano contra ese poder–,
el jefe camionero no ignora que en la Corte deambula la eventualidad de otro fallo: el que habilita
a las minorías, en las convenciones colectivas de trabajo, a participar al igual que los
representantes gremiales con personería en la discusión por salarios. Tal vez Kirchner, en su
precaria aspiración política para dentro de dos años, logre adhesiones que no provengan del
peronismo; pero, a Moyano, esa posibilidad le cierra posibilidades entre sus compañeros de ruta, en
la propia cúpula cegetista y, mucho más, en su sueño de avanzar en la política. Casi una broma
ahora parece aquel acto de hace pocos meses en el que pretendía postularse para una gobernación por
lo menos, convirtiéndose en el Lula argentino. Dinero malgastado.
Tampoco ha contribuido el gobierno, algo ensimismado, para cambiar el ventarrón contrario que
sacude hoy a estos dos personajes. Debió soportar, junto a otros peronistas de distinta laya, hasta
la derrota electoral en River, triunfo de Daniel Pasarella –con innúmeras denuncias sobre
influencias extrañas al club– en la que tuvo participación decisiva Enrique Nosiglia, ese
dirigente porteño del radicalismo más idóneo para victorias en el fútbol (recordar Boca Juniors)
que para los intereses de su propio partido en la política. Cierto alivio, en cambio, le produjo el
último acto del campo: Kirchner suele medir la conducta general por la asistencia o no a
determinados actos. Como el de la Mesa de Enlace –ya profesionalizada, pues recibe un aporte
voluntario de los exportadores para solventar sus campañas y actividades– no contó con una
masividad temida, en la Casa Rosada casi descorchan champagne. Aunque otros dramas le impiden los
festejos: por ejemplo, la lamentable ineficacia de la policia bonaerense para encontrar a la
perdida y accidentada familia Pomar, impacto que no solo castigará a una institución vaciada, pues
su inoperancia demuestra escasa contracción laboral en el sector público, desorden y falta de
ideas, no sólo para contener la oleada de delitos. Una dilapidación absurda de recursos, de
impuestos. Ese episodio trágico, casi de esclarecimiento africano luego de 24 días, colocó en la
superficie otra penosa realidad: el síndrome de persecución que afecta al oficialismo en todas sus
manifestaciones, más afecto a tenebrosas teorías conspirativas que a detenerse en situaciones de la
sencilla realidad. En el saldo, además de la muerte de la familia, queda el deshonor que durante
ese tiempo se le endosó a los accidentados, sospechados por tráfico de efedrina, multitud de otros
presuntos delitos y hasta la infamia de incesto que le endosaron al varón. Es cierto que en
Argentina no se custodia la honra, ni siquiera se la reconoce, pero el caso Pomar revela un exceso
vergonzante.
Salir al mundo
Si Cristina de Kirchner supuso que sus participaciones internacionales la apartarían de este
difícil cuadro actual, ese recurso tampoco ha servido: aunque nadie le reproche insistir en
sostener –por ahora– la bandera enarbolada por Brasil para defender al derrocado
gobierno de Honduras y no aceptar al nuevo presidente elegido por el pueblo de ese país, hay algún
reparo por la cantidad de energía y tiempo que le dedica a esos menesteres, sea en Europa o en
Iberoamérica. Más propia de cancilleres esa tarea, cuando en su tierra al menos, de vez en vez, se
le agradecería una mención al drama de la inseguridad, cuando no una política, aunque ese tema
parezca exclusivo de la derecha. Tanto se involucró la señora de Kirchner en su aparición
internacional que, tal vez, no midió con certeza sus discursos ante el electo mandatario José
Mujica en el Uruguay –hizo manifestaciones discriminatorias que fastidiaron al nuevo
presidente– y se granjeó la animadversión de Lula cuando le cuestionó ciertas actitudes de su
gobierno por el tema del intercambio comercial, flechazo contra un brasileño no formado
precisamente en Itamaraty pero que entiende más razonable resolver ese tipo de problemas en una
mesa de negociación diplomática que en la vía pública. El tema de los mensajes presidenciales
quizás fuercen a una revisión: no fueron atinadas, tampoco, las palabras de la mandataria al
inaugurar las instalaciones de un shopping en La Matanza, afirmando que ahora los pobres
–gracias al kirchnerismo, se supone– ya tienen el derecho de tener un shopping, ¡y de
primera!, que éstos negocios ya no corresponden exclusivamente a la Recoleta o a Palermo. Como si
no hubiera en otros barrios, como si los mencionados fueran Versalles y como si el Shopping fuera
un ítem revolucionario a introducir en los Derechos del Hombre. Finalmente, debe suponerse, debido
a que en los tiempos de la Revolución Francesa no existían los shoppings, a ningún sans-culotte
entonces podía ocurrírsele reclamar por ese derecho. De ahí esta innovación argentina, como el
dulce de leche o la birome. Si a veces viene bien una mano de pintura en las paredes, también sería
atinado controlar a quienes le escriben discursos a la señora, quien por la premura, quizás se
indigesta con algunos párrafos.
Cultivando al progresismo
Uno sabe, hasta ahora, lo que preocupa a Néstor Kirchner en su perentorio abanico. También
importa lo que lo ocupa. De lo conocido, las iniciativas legislativas para ganar adhesiones en ese
rubro, cautivar el progresismo –¿no acompañará este sector a comisiones investigadoras sobre
la corrupción?– y el ordenamiento del PJ, gobernadores e intendentes con vistas al futuro
calendario electoral; de lo menos conocido, su disgusto por la demora en la Justicia con la
definición en los juicios a militares de la década del ‘70. Vuelve a esa causa por convicción
o, quizás, también para reponer en la superficie un tema que en otros tiempos le produjo resultados
políticos favorables. Más cuando arrecian demandas y quejas de militares en prisión por el tiempo
transcurrido sin condena, lo que viola más de un tratado internacional. Sin embargo, al margen de
sus personales problemas con la Justicia y de algunos de sus funcionarios –se robustece la
versión de que enviarían a Julio de Vido para competir por la gobernación de Santa Cruz–, hay
otras dificultades cuando sacude ese avispero.
En la oposición política se agiganta el cuestionamiento al Consejo de la Magistratura, ese
instituto controversial que fue inventado como baluarte de la celeridad y la transparencia
judiciales y que, de hecho, para una gran mayoría significa la ley del garrote para los jueces y el
monopolio político del organismo para el dominio del oficialismo. No será lo único a plantear:
también se recuerda que la Corte Suprema señaló como inconstitucional la designación de jueces
subrogantes y, por supuesto, esto no se cumple (en Capital, por ejemplo, hay tres en el fuero
penal).
Más de uno considera que este sistema denunciado promueve la manipulación de magistrados y,
esencialmente, opera contra la división de los tres poderes en el país. No es en general lo que más
ha preocupado a esta administración, pero 20l0 se abre con la expectativa de que estas nimiedades
comiencen a ser importantes.