Ayer se cumplieron quince años de la más humillante derrota de Selección argentina alguna: el
lapidario 0-5 con Colombia por las Eliminatorias del Mundial de 1994. Alguien podrá decir que fue
peor el 1-6 con Checoslovaquia del Mundial ’58. Es discutible, por supuesto. Pero tengamos en
cuenta el nivel de información al que tenían acceso aquellos viejos entrenadores del fútbol
“de antes”, y la cantidad de data que podían reunir Alfio Basile, Rubén Díaz y Reinaldo
Merlo, técnico y ayudantes respectivamente, en 1993.
Visto a la distancia, esa goleada destruyó un castillo de arena que se había levantado
alrededor de la “Selección del Coco”. Se decía que jugaba muy bien, pero no era cierto.
Argentina comenzó su derrumbe en la Copa América ’93 –que ganó en condiciones muy
favorables y jugando pésimo–, y la completó comiéndose dos bailes fenomenales con un equipo
colombiano tan desordenado como el nuestro, pero inspirado al máximo, como nunca había estado antes
y, por supuesto, como jamás estuvo después.
El primer cachetazo lo recibió en Barranquilla, cuando Colombia ganó 2 a 1. La diferencia no
fue mayor porque aquella tarde sí tuvo a un gran Goycochea y porque el Mencho Medina Bello metió un
gol extraordinario a tres minutos del final. Pero en el juego, la diferencia entre colombianos y
argentinos fue casi tan grande como la del 0-5 en River de veinte días más tarde. Nadie pareció
tomar nota de eso. Esta cosa ridícula de “no importan los rivales, somos Argentina”,
dio muchos disgustos y entregó el más grande de todos el 5 de septiembre de 1993.
Valderrama, Asprilla, Valencia, Rincón, Leonel Alvarez, Oscar Córdoba son algunos sonidos que
nos vienen tan claros que asustan. Son nombres y apellidos agigantados por la leyenda. Ya casi
nadie recuerda que una de las figuras del partido fue Córdoba, todavía lejos de su llegada a Boca.
Sacó cuatro o cinco pelotas impresionantes en el primer tiempo. La imagen congelada es que
Argentina casi ni pisó el área. Y, curiosamente, el hincha medio cree que ese equipo argentino jugó
siempre muy bien, salvo en ese partido. Tampoco esto es cierto, muchachos. Argentina sólo jugó bien
ante Paraguay en Asunción, cuando ganó 3 a 1. Después, le ganó con lo justo a Perú allá (1-0) y acá
(2-1) y la revancha con los paraguayos fue un horrible 0-0 en el Monumental. Las derrotas con
Colombia, quedó dicho, fueron oprobiosas.
Diego Maradona, mientras tanto, estaba en pleno regreso a la actividad. Se lo disputaron
varios clubes y eligió Newell’s. Aquella tarde-noche del 5 de septiembre de 1993 estuvo en la
platea. El Gráfico de la ya célebre tapa negra (“¡Vergüenza!”, rezaba en letras
amarillas, emulando a la prensa italiana del Mundial ’66), dio muchas razones de la caída.
Una de ellas, insólita y cobardemente, era que Maradona le había traído mala suerte al equipo. Es
más, en uno de los ítems negativos de la famosa tapa negra, se preguntaban: “Maradona,
¿culpable o inocente?”. ¡Y Diego ni siquiera había pasado por la puerta de la concentración!
Basile no quería a Maradona en el plantel, esa es la verdad. El técnico quería llegar al
Mundial con Leo Rodríguez y Gorosito como enganches, con líderes como el Cholo Simeone, Fernando
Redondo u Oscar Ruggeri, que ya eran conocidos. Algunos jugadores –los referentes de este
grupo–, tampoco querían a Diego en el equipo, les quitaba protagonismo y acercaría mucha
gente alrededor. El 0-5 los llamó a silencio.
Fue ahí cuando Julio Grondona salió a respaldar a Basile y después le impuso a Maradona.
Allí, el DT no tuvo más remedio que hocicar. Todo ese amor eterno entre Basile y Maradona es
fantasía. La verdad es que si Colombia no nos ganaba por 5 goles, Maradona nunca hubiese jugado en
este tramo de la historia. En otros dos partidos pésimos, con Diego, Balbo, Mac Allister y Chamot
en la cancha, superamos a Australia en el repechaje y llegamos a Estados Unidos ’94.
Recién allí terminó este partido. A nosotros y a Colombia nos devolvieron a la realidad. A la
Argentina, le dijeron que improvisando y sin un trabajo táctico serio, no se puede competir a nivel
internacional con posibilidades de éxito. Nadie de la AFA supervisó el tratamiento de Maradona. Y,
dentro de la cancha, no hubo resto. Quedó claro cuando pasó lo de Diego y Caniggia se desgarró.
Había grandes jugadores y, sin embargo, en el partido final con Rumania no supimos por dónde ir.
Colombia se fue antes. Como si fuera un mal latinoamericano endémico, se creyeron los mejores
del mundo por haber ganado un solo partido (importante y jugando brillantemente, es cierto). Pero
fue sólo un partido. Ni el técnico Francisco Maturana (técnico que, salvo en la Copa América 2001
de local, no consiguió un solo éxito importante), ni varios de esos jugadores se dieron cuenta de
que ordenándose un poco, dándose cuenta de la oportunidad histórica que tenían y de sus condiciones
técnicas, podrían haber hecho historia. Les faltó grandeza para hacer historia de verdad. Una
historia que abarcara algo más que un partido.
La Argentina, en cambio, parece destinada a repetir errores. Hoy, el técnico del equipo
nacional es el mismo del bochornoso 0-5, el presidente de la AFA es el mismo, no hay nuevos títulos
internacionales en selecciones mayores, se sigue discriminando a la prensa entre amigos y
“enemigos” y volvimos a creernos los mejores del mundo sin logros que lo avalen.
Ojalá que el final sea distinto.