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Redefiniendo la felicidad

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Llego justo a tiempo a la exhibición de Marcos López. Más que verla, la interrumpo. López me da un texto que debo espetar a los inadvertidos visitantes, subido arriba de un banquito amarillo. Me cita con algunos actores amigos.

Prepara el terreno. El terreno es el ya mencionado banquito en el Recoleta y un catering hecho de salame y pan lactal. Por doquier, la obra de López se derrama generosa sobre sí misma. El yaguareté se alimenta de una transfusión de sangre del tigre de Bengala: los folclores distantes –me explica– se ayudan a sobrevivir. En la casita con fuente de sirena y falso auspicio de Easy, empapelada con flores victorianas, hay un video donde los padres del artista empapelan su casa real con idéntico entramado. El papá arma varios rompecabezas a la vez. Las piezas de unos y otros se han mezclado. Al igual que en la memoria, sólo quedan vagas zonas de color. Es lo que se puede unir. La madre cuenta historias del pasado, de enfermedad, de pueblo. Más allá, un paneo misterioso por la Villa 31 se presenta en dos monitores ligeramente desfasados: a un segundo de distancia el uno del otro es como verla desde la ventanilla de un pulman. Distancia, panorama, horror y regocijo.

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En tal paisaje, mi personaje increpa al público y lo alerta sobre la futilidad de todo: alimentado a textos del propio artista, despotrico contra la falta de criterio, de compromiso político, de eficacia, de originalidad. Todo es copia sobre copia. Pero el público, que es copia de otro público, le sonríe cómplice a la charada. Nos cargamos también la indecente carrera de autos en medio de la supuesta ciudad verde y ecológica, ya presa de las aguas del futuro.

Marcos filma todo. Planea una película, La explicación, con muchas descripciones para que la gente no salga tan angustiada creyendo no saber qué ve. ¿Arte conceptual para todos y todas?

Termino la jornada tirando leche al techo. Tratamos de hacer la autopsia de Milk, la foto archifamosa de Jeff Wall. Imitamos la posición, la virtuosa leche en el aire, la mirada perdida, mientras una empleada municipal limpia el enchastre. La foto y la empleada son falsas. Por eso la experiencia es tanto más verdadera que la verdad.