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Retenciones de hoy, subsidios de mañana

El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. De ahora en más, al ministro de Economía le enrostrarán algunas cosas que sentenció durante su discurso público con periodistas invitados (nos resistimos a que tales alocuciones sean consideradas conferencias de prensa). Haber intentado explicar la finalidad de una nueva suba en las alícuotas de las retenciones por el lado de la compasión por la canasta familiar o las súbitas preocupaciones ambientales por la mentada “sojización” del suelo patrio esconde una verdad, quizás la más fuerte.

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El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. De ahora en más, al ministro de Economía le enrostrarán algunas cosas que sentenció durante su discurso público con periodistas invitados (nos resistimos a que tales alocuciones sean consideradas conferencias de prensa). Haber intentado explicar la finalidad de una nueva suba en las alícuotas de las retenciones por el lado de la compasión por la canasta familiar o las súbitas preocupaciones ambientales por la mentada “sojización” del suelo patrio esconde una verdad, quizás la más fuerte.
El Gobierno necesita más caja para poder sostener el dólar en los actuales valores y no ser arrastrado por la caída libre en que está sumergido el verde billete en todos los mercados. Al igual que los teros, que gritan en un lugar para despistar que sus huevos están en otro, sin un superávit fiscal de 4% del PBI, la opción es de hierro: o el Banco Central deja de comprar generosamente dólares o emite sin respaldo. La otra opción elegida y que ya fue transitada, que es la de endeudarse colocando bonos o esterilizando la oferta monetaria creciente, muestra signos de agotamiento en un mercado que vive en una turbulencia global.
Durante la crisis de 2001-2002, “los mercados” sólo tomaron nota del desierto económico argentino cuando trajo problemas, como el default o el miedo del efecto contagio. El mundo seguía andando. Vueltas de la vida, el que ahora está en problemas es la metrópolis y en los territorios de ultramar intentamos que pase inadvertido a pesar de los US$ 200.000 millones que la Reserva Federal tiró al mercado para calmarlo y ya se esfumaron. Esta semana el euro se cotizó a US$ 1,57 por unidad; la divisa norteamericana compite en la City porteña con la europea en popularidad. Los pases de los futbolistas ya no se denominan en dólares sino en euros. Nadie quiere perder y no fue necesaria una recomendación oficial para tal cambio de opinión: basta con leer los diarios y mirar las pizarras a la calle para caer en la cuenta que hay fuga de la otrora moneda fuerte.
Esa encomiable resistencia, casi como un grito de solidaridad americana: “¡George, en el confín del continente te seguimos bancando!”, no es más que apuntalar el pilar del poder K: la caja. Sin ella, nada fue ni será posible. El dólar “alto” permite legitimar las retenciones, un impuesto no coparticipado a las provincias, sobre bienes sujetos a cotización internacional y que castiga a menos gente que en la ciudad y que no son fervorosos del matrimonio presidencial. ¡Bingo! Hasta ahora se había recurrido también al artilugio de alentar retenciones en el petróleo y derivados, en la carne y trigo para evitar que influyeran en la vital cadena de valor. Pero en la soja y el girasol, con incidencia del consumo interno de menos de 5% de la producción, es otra la historia.

Vicios privados, pública virtud.Los gobernadores de las zonas más afectadas pusieron el grito en el cielo. Unos, porque no pueden desoír un clamor de las comunidades agrarias, que en Córdoba o Santa Fe son claves. Pero la revolución sojera produjo el milagro de expandir la frontera agropecuaria y así ver afectadas más regiones por las nuevas alícuotas móviles. Otros dirigentes han pedido parte del botín: que no se lo lleve sólo el Estado nacional sino que les den algo. Puede ser plata (difícil) u obras, que es más factible y que incluso se cuentan en votos en los años impares. Eso sí, deberán oscilar entre el malestar de los productores y la aspiradora fiscal para sostener el tipo de cambio.
En realidad, las retenciones desnudan una carencia de administración fiscal. El Estado grava los blancos fáciles y no los mejores. La eficiencia ya no se mide en términos de equidad, producción o de equilibrio general sino en la factibilidad de la recaudación. Pero los perdedores de hoy serán los subsidiados de mañana. Una ruleta rusa que al Gobierno no le molesta. Vista la historia reciente, intentar compensar los desbarajustes de un área con plata por otro conducto es atractivo para una visión en la que el control es sinónimo de poder y los vericuetos de fondos, fideicomisos y partidas especiales, albergan a unos pocos elegidos del dinero oficial. Empresarios que se convierten en el “socio más idóneo por su experiencia en mercados regulados” como dejaba entrever el comunicado de Repsol anunciando la venta del 14,9% de YPF al grupo Eskenazi.
Es probable que el ministro de Economía siga arremetiendo en privado contra el postergado índice que gestó Guillermo Moreno y justificándolo en público. Esa doble vida tiene los días contados y dará paso a una estrategia más jugada. La manipulación de los índices implicó haber roto las reglas de juego del núcleo de economistas profesionales de primera división, de donde Martín Lousteau salió y a donde volverá algún día. Pero obligar a la Presidenta a blanquear una inflación real de casi 20% suena a utopía en el timing K. Tendrá que encontrar un plan alternativo: puente de plata para las ideas que encarna Moreno y señales inequívocas de que todo cambiará. Y todo eso en medio de un clima de conflicto con el sector productivo que alimenta la gran caja. Tan simple de enunciar como complicado de ejecutar. Es eso o su casa.