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trabajo e ideologia

Revueltos como Gramajo

Se extienden en Europa las políticas “pro-negocios”, que tiene como elemento clave la “flexibilización laboral”, expresión recordada, pero no añorada, por los argentinos.

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En un extremo de la rama se columpia Paul Singer, administrador de fondos de inversión (quehacer conocido por su apelativo zoológico: “buitre”), a quien le place zarandearse mientras toca el piano en su casa canciones de hilo musical, música clásica, el New Orleans rhythm and blues de los Neville Brothers, y a quien también lo divierte perseguir cobros sin sufrir sorpresas, para aplicar “manhattanianamente” el principio de “la deuda con sangre entra”. Se entiende: la incertidumbre (viene de decir el ministro de Trabajo italiano Giuliano Poletti) “es el veneno que mata las inversiones”.

Pero no es la única expresión de los que leen el libro litúrgico de lo que la prensa financiera llama “compendio de instrucciones para imponer políticas pronegocios”. Toca que, “porque es indispensable”, los países sean “amigos de las empresas”, diría Pablo Emilio Escobar Gaviria.
A propósito de la jerga y de las ideas que están detrás, el diario Ha’aretz de Israel dedicó apenas un artículo de agencia el 6 de octubre de 2014 al triunfo en la primera vuelta de Dilma Rousseff (41,5% de los votos). En él, define a su partido (de los Trabajadores) como de “capitalismo orientado por el Estado” y al de su rival Aécio Neves (de la Social Democracia Brasileña, segundo, 33,55% de los votos) como preparado para ocuparse de un rango de problemas que van “desde la corrupción hasta la estrechez de los servicios públicos”. La visión del Ha’aretz respecto del conflicto árabe-israelí es, según variadas fuentes, cercana a la de la izquierda política de Israel, lo que demuestra que éstos son momentos del pensamiento global en los que ni son todos los que están, ni están todos los que son.

En la misma rama que Singer se alinean los partidarios iracundos de la “disciplina fiscal, el control de la inflación y la flotación libre de la divisa”. Catorce palabras, 65 letras, pero un mundo dentro de ellas. En ese mundo está la “flexibilización laboral”, expresión recordada por los argentinos aunque dificultosamente añorada.
Europa en general, e Italia en particular, protagonizan una irónica cabriola: mientras que la Unión se bate (verbalmente, y más aun, bucalmente) contra el desempleo, Italia discute la liberalización de las protecciones a los trabajadores. El argumento también es recordado: menos regulaciones traerán más inversiones, que generarán más (aunque no mejores) puestos de trabajo. Tal vez ni mejores ni más.

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Durante cuarenta años, el artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores italiano dio jerarquía normativa al siguiente principio: en Italia una persona con un contrato por tiempo indeterminado no puede ser despedida si no es por causas justificadas, y si lo fuera, tiene el derecho de acudir a los tribunales. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, apodado por ahora “el desguazador”, desea aprobar el despido libre. El líder del centroizquierdista Partido Demócrata le está tomando el gusto a balancearse en la misma rama que Singer. “Siempre hay lugar para uno más”, como decía la vieja propaganda de Rexona (que “no te abandona”), no mucho más vieja y perseverante que la receta neoliberal.

Así como lo son sus más conspicuos representantes: Sarkozy –de nuevo en la arena política– no deja de mostrar su faceta de hombre de negocios, “dispuesto a usar sus influencias de hombre de Estado para hacer fortuna”, según el diario Libération. Durante el debate suscitado esta semana en la radio Europe 1, los jueces son apenas un remedio “homeopático” para los males de la política.

El miércoles 8 de octubre de 2014, mientras que en el interior de un centro de convenciones en Milán líderes europeos discutían verbosos planes para propulsar el empleo a lo largo y a lo ancho del Continente, estudiantes y sindicatos los repudiaban al aire libre, así como a la iniciativa de Renzi sobre el artículo 18 del Estatuto. El extendido desempleo europeo, que se elevó –en promedio– del 7% en 2008 al 10% en 2014 (con extremos como el 27% español, que roza el 50% en el segmento de la masa laboral de los jóvenes), contrasta con las cifras de los países “frugales”: en el mismo período, en Alemania bajó del 8,1% al 4,9%.

Promediando la semana, y por 165 votos contra 111, el Senado italiano aprobó con modificaciones el proyecto del Ejecutivo sobre el artículo 18 del Estatuto. Las palabras del ministro Poletti (político “independiente”) son tan claras que eximen de otros comentarios: la “elección fundamental para reducir la precariedad para los trabajadores y dar certeza a las empresas es un drástico reordenamiento de la tipología contractual con la abolición de las formas más permeables a los abusos y más precarizantes, como los contratos de colaboración con proyectos”. Como dijo Serrat: “No pierden ocasión/ de declarar públicamente su empeño/ en propiciar un diálogo de franca distensión/ que les permita hallar un marco previo (…)”.

Y si se desea claridad, escuchemos a Singer: “Hippies envejecidos, anticapitalistas y antisemitas” denominó a los manifestantes de Occupy Wall Street acantonados en Zuccotti Park, lo que no encontró contradictorio con afirmar que la Unión Europea y los Estados Unidos estaban encabezados por una pobreza masiva y “la degradación de la libertad” (Bloomberg Businessweek).

Esta es una melodía que los argentinos conocemos mejor que los rhythm and blues de los Neville Brothers que derriten al “buitre” Paul Singer.
Si actuáramos en Casablanca, la película de Michael Curtiz protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, podríamos decir “… no la toques de nuevo, Sam” (el actor se refería a As Time Goes By –Conforme pasa el tiempo–, la canción emblema del film). Porque sabemos que no se trata del tema de Herman Hupfeld, sino de la Sonata para piano Nº 2 de Chopin, una de cuyas páginas es la “Marcha fúnebre”.