Desde principios de este siglo, se están produciendo una serie de cambios profundos en la
economía global.
Los cambios son muchos y aún hoy se discute cuáles son verdaderamente permanentes y cuál es
su intensidad. Voy a seleccionar, en estas líneas, dos que se mezclan con la coyuntura de la semana
que pasó y serán determinantes en los meses que vienen.
El primero está vinculado con la dramática suba de los precios de los hidrocarburos y, por
ende, de la energía en su conjunto. En efecto, por razones múltiples que, por cuestiones de
espacio, voy a omitir detallar aquí, los precios del petróleo, por ejemplo, se triplicaron en los
últimos diez años.
Este aumento de los precios de la energía, por el lado de la oferta, generó, como era de
esperar, respuestas fuertes por el lado de la demanda, que se tradujeron en violentos cambios en la
producción de bienes que tienen como insumo a los hidrocarburos (concentración de empresas, cambio
tecnológico). Nuevos diseños de maquinarias y equipos. Y, en general, a un uso más racional,
eficiente y responsable, por parte de los consumidores. A esto hay que agregarle el desarrollo de
energías alternativas derivadas, no sólo de los altos precios de la tradicional, sino del creciente
problema ambiental.
En otras palabras, cambios en las forma de producción, en la productividad global, en la
demanda, y en las políticas macroeconómicas, para convivir de la mejor manera posible con este
nuevo esquema de precios relativos.
La segunda transformación profunda, acelerada en este siglo, surge del efecto de incorporar
“mercado” y globalización, en los países con más habitantes del mundo emergente, como
China e India, que produjeron otra modificación de los precios relativos a favor de materias primas
de todo tipo, para usar en la producción industrial. A favor de alimentos más sofisticados. Y un
abaratamiento dramático de los productos industriales fabricados en masa, en especial, electrónica.
¿Qué tienen que ver estos cambios con lo sucedido en la última semana en la Argentina?
Me explico. El populismo argentino intentó “aislarnos”, lo más posible, como
consumidores, de ese mundo. Es decir, mantuvo artificialmente bajos, vía subsidios, restricciones,
prohibiciones, “apretadas”, los precios de la energía y de algunos alimentos. El
resultado no podía ser diferente. Por el lado de la oferta de energía, no reconocer los precios a
los productores significó una caída de la inversión que redujo producción y reservas y obliga cada
vez más a importar el faltante a los precios “verdaderos” (y un poco más por
corrupción, porque importa el Estado), aumentando el gasto público. Por el lado de la demanda de
energía, despilfarro, uso irracional, más contaminación.
En el caso de los alimentos, en especial la carne vacuna, y los lácteos, desaliento a la
producción y, en las regiones en que es posible, “sojización”, es decir, sustitución de
la producción de vacas por producción de soja. Y por el lado de la demanda, un incentivo a un mayor
consumo.
Hasta ahora, el problema energético no se había notado tanto porque el Gobierno tenía
recursos para importar y subsidiar. Tampoco se había notado en el caso de la carne, porque nos
estuvimos comiendo las vaquitas que producen carne (las máquinas). Ahora, en el caso de la carne,
hay más demanda que oferta y los precios suben y, a diferencia de la energía, se puede importar muy
poco.
De manera que, o reconocemos gradualmente el nuevo conjunto de precios de la energía y de los
cortes más caros de carne (los otros cortes no se demandan en el mundo, de manera que no tienen
precio internacional, lo cual es una gran ventaja, porque las vacas producen cortes caros y cortes
baratos, simultáneamente), incentivamos la producción y aceptamos este cambio de precios relativos,
o cada vez habrá mayor distancia entre demanda y oferta, habrá que destinar más recursos fiscales,
en el caso de la energía, para importar, y habrá que racionar el consumo de carne vacuna.
¿Alguno se acuerda de la “veda de carne” de otra etapa del populismo argentino? A
mí me lo contaron.
Falta entender, por último, que si se pretende cambiar precios relativos indexando los otros
precios, incluyendo el salario, vamos rumbo a una espiral inflacionaria incontenible, porque suben
todos los precios y suben más los que tienen que cambiar. Otra historia que ya me contaron.